Lo solíamos llamar «educación del carácter» y «educación sentimental», dos nombres para la misma cosa: la construcción interior que contribuye a que sintamos lo debido, porque resulta que el corazón tanto acierta como se equivoca, y para que nuestra vida sea buena es decisivo que ocurra más lo primero. Con todo, «educación sentimental» es un sintagma que sorprendentemente cuenta con muy pocos defensores, pese a ser capital para nuestro desarrollo. Nosotros estamos en cambio en la era de la «educación emocional», que es fundamentalmente la era de las palabras-sortilegio («empatía», «tolerancia», «resiliencia»): un mundo plagado de imágenes y patologías y hashtags que no tiene tiempo para el corazón y sus sutilezas. Y por eso hay tiempo para muchos cursitos, charlas TED y webinars, pero apenas para los grandes ensayos y las grandes novelas.

Los efectos de esta deriva —del abandono progresivo de la filosofía y la literatura como hitos esenciales de la madurez de la personas libres, juiciosas e íntegras— están a la vista de todos. Tal vez sorprenda a la lectora o lector saber que en una época que ha sido descrita como «intensamente emocional» haya tantas personas jóvenes y no tan jóvenes pobremente pertrechadas para la vida social, y que la causa principal es un déficit de comprensión lectora de los corazones ajenos y propios. Como seguramente sorprenda saber que nuestros principales problemas éticos no provienen de una disminuida razón respecto a lo que es justo y bueno, sino a un paulatino abandono de los sentimientos morales.

En una novela de Jane Austen hay tantas capas de profundidad sentimental como le faltan a la inmensa mayoría de nuestras actuales películas y series, no digamos a lo que pulula por las redes sociales. Estamos enviando a gran velocidad comandantes Spock de ambos sexos hacia el ciberespacio, lo cual está llevando a arrumbar comportamientos y hábitos esenciales que están en las heroínas de Austen —«el sacrificio, la entrega, la generosidad, el silencio», escribe Catalina León— y nosotros necesitamos. Decía David Hume en su Tratado de la naturaleza humana que «la razón es y solo debe ser esclava de las pasiones». Eso es lo que nos explica Austen, y cómo esas pasiones son las que sustentan nuestros sentidos vitales. «¡Con qué presteza acude la razón a aprobar lo que nos gusta!», leemos en Persuasión; lo que hacemos, cuando estamos lúcidos, es seguir los dictados de nuestro corazón, para lo cual conviene haberlo previamente entrenado.

Sentido, persuasión, prejuicio, sensibilidad, orgullo: desde los títulos, Jane Austen nos invita a la gravedad, esto es, a las cuestiones que tienen un peso diferencial en nuestras vidas. Lo hace, para mayor mérito, desde lo que son en esencia comedias, mostrando así una amabilidad infinita para con el ser humano. Quien haya vivido lo suficiente sabe lo mal que respondemos a las homilías adustas, y cuán de par en par nos abre el entendimiento la risa cordial e inteligente. Austen bien lo sabía: el premio del buen humor es una humanización casi inmediata. Como escribe el también novelista Martin Amis, «el primer desafío al que te enfrentas cuando escribes sobre Orgullo y prejuicio es terminar tus primeras oraciones sin decir: “Es una verdad universalmente reconocida …”».

Si ha habido una o un novelista que haya amado a sus personajes, esa es Jane Austen. No les ahorra ni un solo defecto, no oculta ni una sola de sus debilidades: pero todo lo desvela desde el amor que al prójimo le debemos. Como dice C. S. Lewis en su ensayo “A note to Jane Austen”, es abordar las cuestiones morales lo que posibilita que pueda trazarse una gran comedia, y eso implica que, a diferencia de muchas de las actuales parodias sin gracia, tiene que haber un fondo de verdad desde el que se mira, pues «a menos que haya algo sobre lo que el autor nunca ironice, no puede haber verdadera ironía en la obra». Las heroínas de Austen se esfuerzan por ver el mundo como realmente es, y, como explica León, «argumentos y personajes tienen un poderoso lazo con la verdad».

«Leemos a Austen», sostiene Harold Bloom, «porque parece conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y parece conocernos tan íntimamente por la sencilla razón de que ayudó a determinar quiénes somos como lectores y como seres humanos». Esta es seguramente la razón de la extraordinaria salud artística de Jane Austen, plasmada en interminables reediciones, nuevas traducciones y ahora en este delicioso ensayo de León, pleno de gusto literario y de una rarísima capacidad para acercar las muchas delicadezas de Austen al público corriente. Lo logra incluso, según he podido comprobar, con quienes aún no ha empezado a leer a la novelista nacida en Steventon; este texto que a continuación sigue es por tanto un estupendo protréptico.

Austen no es «literatura para mujeres», como bien sabe León, que es una consumada experta en lo otro, la literatura escrita por mujeres; es literatura para todos. Es gran literatura, en definitiva, letra imperecedera que mejora el alma humana. De su obra se han hecho innumerables lecturas —neoclásicas, románticas y hasta políticas—, pero ninguna que yo conozca que esté más cercana a la sabia consideración de la vida y al meollo vital del lector que esta.

El mundo cada vez está más conectado y menos vinculado: cada vez hay más soledad y más ruido. Uno de los principales antídotos a nuestro alcance es apagar nuestros dispositivos móviles y tomar entre las manos algunos de los mejores libros que jamás se han escrito, entre los que sin duda se encuentran las novelas de Jane Austen. Después, nada mejor que conversarlos, y eso es justo lo que nos ofrece Catalina León con su precioso ensayo: una honda conversación acerca de algunos de los personajes más complejos e interesantes —valga la redundancia— que la imaginación humana haya concebido. Ése mismo es el camino para la educación moral de nuestros corazones, que aprenden mucho más de las historias que de los conceptos. Después, por supuesto, tocará salir al mundo a refrendar lo aprendido, pues como leemos en Sentido y sensibilidad «no es lo que decimos o pensamos lo que nos define, sino lo que hacemos».

[Esta pieza es el prólogo de Las mujeres en Austen, de Catalina León, cortesía de editorial Rialp]

David Cerdá
Soy economista y doctor en filosofía; consultor en gestión, innovación y personas, conferenciante y profesor en escuelas de negocio. Escribo (con Ética para valientes, 2022, serán siete 'hijos') y traduzco (más de una veintena de títulos: Shakespeare, Rilke, Deneen, Furedi, Tocqueville, Stevenson, Lewis, Ahmari y McIntyre entre otros). Más información en dcerda.com