Recargados retablos barrocos con la imagen de la Virgen de la Asunción; los ecos de las misiones jesuitas; coloridas vestimentas moviéndose al son de guitarras y profundas voces que cantan a la nostalgia en el español más genuino; barrios, pueblos y ciudades reunidas para festejar, bajo cualquier excusa, la vida en un distendido acto de fraternidad. Eso es la Hispanidad, nacida del encuentro de dos mundos que se unieron y mestizaron para forjar uno solo y cuya herencia permanece muy viva.
Tras España, la primera globalización (2021), José Luis López-Linares volvió a abordar la herencia española en el mundo en Hispanoamérica, canto de vida y esperanza. El título no podía ser más idóneo, pues uno de los protagonistas del documental es la música, desde la especial simbiosis que se gestó en la América hispana —que no latina— con la llegada allí del barroco, hasta el legado de que el flamenco y las seis cuerdas de la guitarra española dejaron allí. Incluso como, años después, el célebre Paco de Lucía descubrió el cajón flamenco en Perú. Huella recíproca la de América y España.
Fue la mujer la otra gran protagonista de la forja de la Hispanidad —sí, más de cuatro siglos antes de que el progresismo viniera con el actual lastimero discurso—. Fueron tres las grandes madres de la más magna empresa que España ha llevado en su historia y desde tres perspectivas diferentes: Isabel la Católica, la más santa de las reinas, con la vertiente más humanitaria y civilizatoria; doña Marina, la Malinche, alta dama mexica que fue el ejemplo del mestizaje de culturas; y la Virgen María, portadora de la fe emancipadora de los pueblos del Nuevo Mundo.
Por orden de mención —que no de importancia—, el papel de la Reina Católica y su interés en lo que sucedía en los territorios descubiertos y sus gentes es más que destacable. La soberana castellana se informó, preocupó y legisló al respecto, e hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurar el buen gobierno allí —importante resaltar esto último, pues tampoco podía controlar los excesos que allí sucedieron—. Los ejemplos son múltiples y tempranos. En la Real Cédula de 20 de junio de 1500 otorgó la libertad a los indios traídos a España por Cristóbal Colón para ser vendidos como esclavos y ordenó que estos fueran devueltos a sus «naturalezas»: «¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie a mis vasallos?».
Isabel siempre insistió en que los habitantes de América debían ser provistos de buen y digno tratos, como súbditos de Castilla que eran —y, por tanto, sujetos a los derechos y libertades de las leyes castellanas—, y educados en la fe católica. Además, fomentó ese gran fenómeno que fue el mestizaje, dándole en 1503 a fray Nicolás de Ovando las siguientes instrucciones: «Procure que algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias, y las mujeres cristianas con algunos indios, porque los unos y los otros se comuniquen y enseñen».
Incluso, cuando la Reina estaba afrontando la muerte, sus últimas voluntades, plasmadas en su famoso Codicilio (fechado el 23 de noviembre de 1503) incluían directrices para sus herederos en Hispanoamérica: «Que no consientan ni den lugar a que los indios reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados».
La Malinche no es sólo ejemplo del mestizaje —de su unión con Hernán Cortés nació Martín, una de las más notables figuras mestizas junto al Inca Garcilaso—, sino de cómo la conquista de América fue hecha por los propios indios, que se unieron a los españoles frente al sometimiento al que estaban sujetos por los mexicas. De hecho, esa línea la deja bien clara López-Linares en el documental a través de las entrevistas a los intelectuales hispanoamericanos. Las consignas son contundentes y van desde «por cada español había cien indios» hasta el «los verdaderos conquistadores son los indios».
La última de estas tres simbólicas mujeres es la Virgen María, representante de la fe que llegaba y que legitimaba la conquista de España frente a las religiones paganas practicadas en el Nuevo Mundo. Con la llegada de los españoles, como ilustra el documental, el catolicismo decía lo siguiente: ya no seréis vosotros los sacrificados a los dioses, porque Cristo, Dios hecho carne, se ha sacrificado por vosotros. La Palabra caló de forma profunda allí —con especial relevancia de las misiones jesuíticas— y España se convirtió con la llegada al Nuevo Mundo como referente de la Cristiandad, algo que ya se dejó ver con la Reconquista, y que se confirmó con la política llevada a cabo por el césar Carlos y por Felipe II. Hoy esa devoción mariana es tangible en Hispanoamérica, bajo sus propias y mestizas formas —además—, y la Virgen de la Asunción y de Guadalupe se han convertido en un ejemplo de la identidad de la Hispanidad.
En Hispanoamérica todo tomó su propia entidad y, de igual forma que España lo llevó, se vio influida por lo que allí se gestó. El barroco se desarrolló allí de forma primigenia, con ejemplos como la Iglesia de la Compañía de Quito, las obras de los discípulos de Zurbarán y de Cristóbal de Villalpando o la música, tanto popular como litúrgica.
Fundaciones de ciudades, universidades, colegios, hospitales y todo tipo de instituciones y, una de las herencias más grandiosas que han pervivido: el español. Pese a que los españoles se esfuerzan por conservar las lenguas indígenas, España se realiza y universaliza a través del español, que allí continúa arraigado y que hermana a todos los pueblos hispanos a ambos lados del Atlántico. De hecho, allí pervive el español más puro de la actualidad.
Hispanoamérica es un documental bello, que apela al corazón y que nos recuerda la importancia de los vínculos que nos unen. Allí España no sólo se realizó, sino que forjó la Hispanidad, cimentada sobre la fe, el idioma y las leyes, que mostraron esa forma española de ser y estar en el mundo. De él se extrae una valiosa lección: para despegar como civilización hemos de aceptar nuestra historia —todos los pueblos que componemos la Hispanidad— y ahí está ese canto de vida y esperanza: el reclamo de lucha y sacrificio por no olvidar nunca —y encumbrar— lo que somos, lo que nos une.