Esta es la primera Navidad en la que los eurodiputados gozarán de la presencia reparadora de un nacimiento en el Parlamento. Tal acontecimiento ha sido posible gracias a Isabel Benjumea, eurodiputada del Partido Popular. Tiene un cierto aire español: ha sido una eurodiputada española la que ha impulsado el pesebre; la instalación y el mismo pesebre vienen de una región de nuestro país conocida por la belleza de los nacimientos: Murcia.
Un pesebre como el del Parlamento Europeo tiene muchos posibles significados en una sociedad como la actual. En primer lugar, es una obra de artesanía digna de admiración. El cuidado con el que los artesanos crean y trabajan las piezas hace que algunas sean dignas de museo. Hasta hay piezas tradicionales según las regiones, por ejemplo, el controvertido caganer que se pone en Cataluña. Es también, si se quiere ver desde el punto de vista más secular, una tradición propia de algunas regiones europeas, como por ejemplo Nápoles o, en este caso, Murcia. La significación más obvia es la religiosa: el nacimiento de Aquél que vino a redimirnos del pecado. Aunque la Encarnación es el momento en el que Jesucristo se hace hombre, es en el Nacimiento en el que este Misterio se hace más evidente.
Un pesebre también puede llevar al encuentro y a la unidad. Personalmente, recuerdo con cariño aquellos primeros días de Adviento en los que mi abuelo nos llevaba a buscar musgo al bosque (aquellos días en los que no era ilegal), musgo que utilizábamos para instalar el pesebre en su casa entre alborotos, villancicos y chocolate caliente. Con mi hermano hacíamos también lo propio en casa y, más tarde, cuando nos fuimos a la universidad, hacíamos la mismo con los colegiales del Mayor. Una vez instalado el Belén, tanto en casa como en el Mayor, encendíamos las velas de la corona de adviento, cantábamos villancicos y esperábamos, con gozo, la venida del Niño Dios.
Entre los recuerdos más entrañables que tengo de mi estancia en la universidad, se encuentra, definitivamente, el Adviento en el Colegio Mayor. En esos momentos, todos cantando alrededor del Belén, se creaba un ambiente de fraternidad y comunidad difícil de explicar: no sé si era la alegría de las canciones; la esperanza que crecía en cada uno de nosotros; la añoranza del hogar; la tensión de los exámenes o la espera compartida del Redentor. Es necesario recalcar que nuestra entonación no era la mejor, pero nuestro entusiasmo era muy grande.
No sé si los eurodiputados se sentarán alrededor del pesebre a cantar villancicos (con mejor o peor resultado que los residentes de mi Colegio Mayor); si el pesebre les recordará al que había en casa de sus padres o abuelos; o si les ayudará a aumentar la fraternidad entre los Estados Miembros de la Unión Europea. En cualquier caso, este pesebre será un buen recuerdo de que, algunos años atrás, Aquél que murió en la Cruz por nosotros nació en un establo en Belén.