El pasado 18 de mayo falleció el cantante y compositor siciliano Franco Battiato. Las singulares letras de sus canciones se convirtieron desde los 70 en parte de la cultura popular de Italia y de toda Europa. El propio Battiato, con su singular físico y su manera de bailar, producía un efecto hipnótico y todo el que tenía la oportunidad de verle sobre el escenario, quedaba fascinado.

Fue un hombre intelectualmente inquieto, estuvo muy influenciado por culturas diferentes a la suya, le atraía especialmente el mundo árabe del mediterráneo. También George Gurdgieff, filósofo y compositor ruso, tuvo una gran influencia en el artista italiano; en su vida, en su manera de verla, de vivirla y en sus letras. Gurdjieff, en sus estudios de los estados de consciencia, creía que el hombre simplemente vagaba por la vida sin ser capaz de ver la realidad en su plenitud, como un sonámbulo. Pensaba que el ser humano no usaba todo su potencial y se conformaba con vivir, sin más, en un estadio superficial sin ser muy consciente de lo que ocurría a su alrededor. Sus teorías estaban próximas a las filosofías orientales.

Uno de los temas más famosos de Battiato fue “Centro de gravedad permanente”. Battiato narra en esta magnífica canción la búsqueda de ese centro y mientras lo busca, va describiendo personajes y situaciones variopintas que no le distraen de su objetivo. Avrei bisogno di un centro di gravitá permanente” (“Necesito un centro de gravedad permanente”). El centro de gravedad permanente es algo que en mayor o menor medida todos hemos buscado o necesitado alguna vez. Nos da seguridad, nos permite levantarnos por la mañana sin grandes sobresaltos ni preocupaciones. Hace que nuestra vida sea llana y feliz. Cuando nada amenaza la tranquilidad, el centro de gravedad no se ve alterado y, en política, este concepto no difiere mucho

Ahora se habla continuamente del centro. Los acontecimientos, dentro de lo que se puede considerar normal, se van sucediendo en el panorama político. Es cierto que cuando uno se para a analizar la normalidad, ésta a veces resulta espeluznante; la corrupción, por ejemplo, es algo a lo que los ciudadanos de los países del sur de Europa estamos bastante acostumbrados y es algo que desgraciadamente ya no nos causa una gran impresión. Con estas pequeñas cosas que alteraban el orden pero solo hasta los límites tolerables, íbamos tirando. Si uno se mueve en los parámetros habituales de su normalidad, el centro permanece estático. Estar en el centro era relativamente fácil.

Malos tiempos para los evitadores de embolaos

En España, los últimos tres años desde la moción de censura han sido frenéticos. La llegada de la pandemia hizo que la vida normal se viera sacudida por completo, hubo que parar y hubo de tomar decisiones. Para las personas que sólo encuentran la tranquilidad en el centro de gravedad permanente, los evitadores de embolaos profesionales, esta situación tuvo que ser especialmente dura. Verse inmersos en la incertidumbre absoluta genera mucha ansiedad. Si a la situación provocada por la pandemia se le añade un gobierno de coalición que en menos de dos años se ha metido en todos y cada uno de los charcos ideológicos en los que uno se puede meter, es normal que el centro hiperventile. El gobierno ha tocado todos los palos, y ha conseguido un debate acalorado en el Congreso y en la calle, que es probablemente lo que andaba buscando porque así ya de paso hablamos un poco menos de la gestión económica. Una situación ante la que cualquier moderado suda frío.  

Este estado de consciencia superficial al que se refería Grudgieff es el estado ideal, ya que proporciona una situación de felicidad aceptable en la que uno puede ir avanzando con su vida. Una felicidad mayor que la que da la preocupación e inconformismo permanentes, por cosas que además es más que probable que no nos solucionen lo mundano. Pero cada vez es más difícil mantenerse en esa dimensión. Ser espectador de los bandazos de los gobernantes en sus decisiones, sobrepasados por la situación y esforzándose en demostrar su absoluta incapacidad, ha creado mucho estrés en la gente que en demasiadas ocasiones se daba cuenta que no había nadie al mando. Cada uno lo ha llevado como buenamente ha podido. Darte cuenta de que te mienten una vez es soportable, pero cuando tienes la sospecha de que la mentira es la normalidad es complicado de asimilar y mucha gente prefiere no seguir escuchando. Qué gano yo en mi vida diaria con toda esta cantidad de problemas y de malas noticias que leo en la prensa. Así que ha habido gente que ha preferido evadirse de la realidad política en beneficio de su propia tranquilidad y no saber nada. El centro de gravedad sacudido hasta los cimientos. El buenrollismo y la abstracción de la información como vía de escape del estrés.

Pero siempre quedan expertos en mantener el equilibrio. Los que voluntariamente prefieren liarse y no conformarse con lo plano, que no molesta, pero tampoco emociona. Los que prefieren saber, aunque la verdad sea algo incómodo y difícil de digerir. Gente que pelea cada batalla. Para esa gente el centro es algo por lo que pasan cada día por encima pero donde no consiguen quedarse porque siempre encuentran algo que les hace salir de ahí. Gente a la que si algo en su vida no le convence, simplemente lo cambia, aunque el lío de cambiar sea infinitamente superior a los inconvenientes de quedarse como uno estaba. Este tipo de personas no tienen un centro de gravedad permanente y probablemente no lo necesiten. Así que van haciendo cabriolas y ajustándose al momento, lo que requiere no sólo esfuerzo sino valentía. Mientras la verdad y la falsedad conviven juntas en un ambiente denso, lo fácil es encontrar un buen rincón en el que sentarse en la otra habitación. Donde no se escucha nada y uno puede descansar sin alteraciones del sueño.

El centro se quedó en un bolso

Es un momento difícil. Las malas noticias no han dejado de sucederse y es normal que la moral de los ciudadanos esté agotada, así que imaginamos que cada uno hace lo que honestamente piensa que es mejor para él. La situación se complica cuando tenemos que convivir. Para mucha gente es incomprensible que prefieran vivir en ese estado semiinconsciente y hacen responsables de las situaciones a unos por imponer y a otros por dejarse. El resto se mueven en sus sillas incómodos ante el hecho de tener que posicionarse más allá de lo que venían haciendo. El político estadounidense George P. Shultz dijo en una ocasión: “He who walks in the middle of the road gets hit from both sides”, que en una traducción poco literal sería algo así como “al que se mueve por el centro, le llueve de los dos lados”. El centro dejó de ser un lugar cómodo y acogedor en octubre de 2017, cuando el gobierno catalán convocó a los ciudadanos de Cataluña a un referéndum fuera de la legalidad. Para los que rodean los charcos sin pisarlos ese fue el principio del fin: “¿Por qué la gente no se comporta como debe y así evitamos que yo tenga que hacer cosas que no me apetecen y que además no forman parte de mi normalidad?”, pensarían algunos políticos. Todo esto derivó, un poco más adelante, en un bolso presidiendo el país por unas horas y un presidente ahogando su pérdida de centro de gravedad en alcohol, pero ese es otro tema y nosotros ya no somos los mismos, que diría la canción.

Es difícil darse cuenta de que el mal existe y que hay que posicionarse ante él. Es algo duro de asimilar porque aceptar la existencia del mal en el ser humano, implica aceptar que el mal podría estar también en uno mismo. Posicionarse, hacer algo, la acción, puede provocar que el centro de gravedad se descentre, que se deje de hacer pie, que muy probablemente se caiga al suelo y que, como decía el gran Battiato, “tutto gire in torno alla stanza”. Si no, que le pregunten a Rajoy.