Hace unos días estalló la polémica en Twitter a raíz de una discusión que cada vez es más frecuente. Es una disputa que carece de sentido y, además, dudo que nos lleve a algún punto del que podamos partir para empezar a construir algo nuevo y necesario. A partir de unas declaraciones sobre el futuro de las pensiones de un político de Ciudadanos, un twittero reacciono afeando a las generaciones más jóvenes el hecho de que dispongamos de unas facilidades tecnológicas que antaño no se disfrutaban, siendo las décadas de generaciones anteriores más arduas de cara a poder formarse, estudiar, buscar empleo y demás quehaceres propios de la vida.

A esta publicación reaccionaron con cierta virulencia las generaciones más bisoñas, sintiéndose atacadas e insultadas por parte de una voz adulta que hace de menos los retos a los que los jóvenes nos enfrentamos, aupando así los méritos propios de su generación mientras despreciaba de manera subliminal a las nuevas generaciones. Como reacción, los jóvenes empezaron también a responder acusando a los boomers de cómo estos con sus decisiones y con su voluntad de creer en un sistema político y jurídico venido a menos nos han conducido a una situación en la cual el futuro promete ser más arduo que el que recibieron estos mismos boomers. De esta manera, pronto se estableció el debate y acusaciones cruzadas pretendían culpabilizar de la situación que vivimos hoy a unos u otros, tratando de fijar un cabeza de turco al que reprocharle la mala fortuna que padecemos y que previsiblemente a partir de 2023 empeorará más de la cuenta.

Cuando se producen este tipo de infructuosos debates considero que, ya sea por humildad o ya sea por prudencia, lo mejor que se puede hacer es simplemente callar. No veo el punto lógico ni encuentro la razón a pretender atribuir la responsabilidad de la suerte vivimos a los miembros de esta misma sociedad cuando realmente son las élites políticas y financieras quienes en conjunto toman las decisiones que después terminamos por a duras penas sobrellevar. El ciudadano medio, cuando acude a los comicios, no está votando ni está apostando porque le compliquen la vida, sino que realmente pretende depositar un voto de confianza en el candidato, esperando que este cumpla los propósitos que expone en su campaña electoral. También espera que estos propósitos se traduzcan en un bienestar económico, o en el respeto a los derechos naturales o en tomar medidas que faciliten una mayor justicia social. Sin embargo, el problema está cuando se traiciona esta confianza depositada. Como respuesta automática, parece que el sistema político trae a otro actor, a otro partido político que vuelve a prometer cómo acabar con los males de la nación, siendo entonces el partido una forma de canalizar y apaciguar enfados populares.

Si a esto se le acompaña de la propaganda mediática y el bombardeo informativo que al que el ciudadano medio está expuesto, no es reprochable que caigan en el error al pretender conferir buena fe a quien genera el relato que poco a poco conducirá su voto. Yendo un paso más allá, hay que ser conscientes de que no todo el mundo tiene una concepción de qué es el relato, ya que gran parte de la población vive inmersa en él y lo toma como algo cotidiano. De ahí que todo desprecio a boomers está fuera de lugar. No es prudente —ni justo— reprochar a generaciones enteras una manera de actuar cuando realmente se está inmerso en una dinámica que es arrolladora y empieza por una acción tan inocente como encender la radio o la televisión, ambos tan faltos de ética. Que el paradigma actual que vivimos haya hecho posible que cambien las tornas y que cada vez más sean los que pueden escapar de este relato es una suerte que debemos agradecer, pero no otorga fundamento alguno por el cual despreciar aquellos qué aún quieran creer en las soluciones que el sistema ofrece.

Es un error pensar en nuestros compatriotas como rivales o como parte del mal que asola a la patria, ya que ellos, gusten más o gusten menos, son miembros de ella, y nuestra comunidad no encontrará una salida ni una solución si no es con una sólida unión entre generaciones que vayan de la mano y sean conscientes cada una de ellas de los problemas que les afectan a las otras. También es necesario que cada generación sea humildemente capaz de comprender cómo la visión de la realidad no era la misma ahora que hace 20, 30, o 40 años. Si lo que pretendemos es generar una oposición fuerte y reacia a los principios vertebradores del sistema actual, la labor que nos toca acometer es pedagógica y no incriminatoria.

Por ello, aunque seamos tan diferentes a nuestros predecesores, no dejemos nunca de respetarlos y sobre todo de intentar ponernos en su situación para comprender aquello que los llevó a tomar la que creían que en aquel momento era la mejor decisión posible. Igualmente, a los más adultos también he de decirles que no desprecien las vicisitudes que atravesamos los jóvenes, la cruenta crisis que nos impide desarrollar un futuro próspero debido a que poco hemos podido hacer ante un panorama que nos invita a aislarnos en Netflix porque se boicotea tácitamente el desarrollar una familia. No es algo pretendido ni deseado, al igual que cuando aquellos con más edad votaban no buscaban la ruina del país y el arruinamiento futuro de las generaciones venideras.

El dicho de «divide y vencerás» es la táctica que un enemigo emplea para sabotear a su rival: si divides a tu contrincante y sufre disputas internas, éste no podrá organizarse para hacer frente. Si nosotros, que somos el pueblo, que somos la sociedad, a las disputas ideológicas también le añadimos conflictos generacionales el resultado que obtendremos será una sociedad atomizada con la que será imposible poder construir ni pensar en un mañana. Por esta razón, no olvidemos que «la unión hace la fuerza» y que, antes que criticar, nos corresponde mirarnos a nosotros mismos para saber qué podemos hacer mejor, no solamente por nuestro propio bien sino también por el bien al prójimo, que es como se construye una

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.