Como uno no escribe a lomos de la actualidad, intenta ganar perspectiva. El periodismo urgente, que es una modalidad más de nuestra vida vertiginosa, cuenta los hechos recientes, pero no nos evita la perplejidad. Pasan cosas para las que no es fácil hallar su contexto y su explicación. Es entonces cuando aparece una de las gracias de escribir, que es «como utilizar las manos del verbo pensar», como enseña Esquirol. En ese trabajo paciente, de artesano, a veces se encuentra la luz.

O al menos un destello, tampoco nos pongamos estupendos. El lector paciente ya sabe que procuro ver los resplandores vivos y efímeros, porque a veces una sola ráfaga es más que suficiente. Basta un átomo de verdad como una sola caricia puede ser bastante.

Y paso ya la de la categoría a la anécdota. El otro día se montó un revuelo curioso porque uno de los jugadores de la selección española de fútbol saludó con aspereza al presidente del desgobierno, al que nuestro equipo victorioso había ido a cumplimentar. Confieso que, tal y como está el patio, en un primer momento la hosquedad del jugador me pareció meritoria. Hay que tenerlos (los principios) de hormigón armado para no impostar una sonrisa bobalicona ante quien Óscar Puente ha llamado «el puto amo». Muchos sonríen en público a los que critican en privado —y esa es quizá la causa principal de que nos vaya como nos va—. Él, no: tendió su mano de forma desabrida y su mirada se perdió entre los arbustos de La Moncloa.

En segunda instancia, la cortesía que quisiera tener me interrogó sobre la bondad de aquel desplante. ¿Estaba justificado? Lo cierto es que, a juzgar por el rostro pétreo del siempre sonriente Pedro, el saludo interruptus no le debió de causar un daño personal —sí, por supuesto, un daño mediático o reputacional—. Pero la cuestión esencial me parecía otra: ¿no debía estar la institución (el Gobierno) por encima de la persona (el presidente actual), y, por tanto, el jugador debería haberse comportado de otra manera? Le di vueltas al tema, pero algo no me convencía. Si en todo caso debe prescindirse de la persona, ésta estará siempre parapetada tras la institución, que así podrá convertirse en el palacio inexpugnable de cualquier mal gobernante.

Creo que el problema está antes. El asunto no es si un deportista debe saludar con mayor o menor efusión a un presidente, a un senador o, llegado el caso, a un alcalde pedáneo. No. Lo crucial es ese interés espurio que tengan el presidente, el senador o el alcalde pedáneo en sacarse la foto con el deportista y en aprovecharse de él para su permanente campaña. El problema no es que un equipo le niegue a alguien la entrada en su vestuario cuando está celebrando una victoria, sino que ese alguien, ávido de notoriedad, quiera figurar en el momento del éxito y chupar cámara a costa del sudor ajeno.

Ante esa invasión, el desplante es un remedio.

Alfonso Paredes
Abogado en ejercicio. Casado y padre de cinco hijos. Máster en matrimonio y familia (Universidad de Navarra). Autor de 'El señor Marbury' (Homo Legens, 2020) y de 'Sonata en yo menor' (Monóculo, 2022).