Por los buenos tiempos

Uno de los temas de conversación más recurrentes entre mis amigos y compañeros de trabajo es, sí, lo han adivinado: el acceso a la vivienda. Probablemente es el gran asunto qué más impacta a las generaciones más jóvenes. Sin un lugar donde empezar a echar raíces es difícil comenzar un proyecto. No es de extrañar que hace poco el Banco de España diese la voz de alarma: en apenas 13 años (de 2011 a 2024), el porcentaje de menores de 35 años con vivienda en propiedad ha caído desde el 70% al 31%. Es la franja de edad qué más desgaste sufre en esta materia. Y no sólo en patrimonio: también en cuestión de renta. Tal es así que la riqueza en hogares cuya cabeza de familia es menor de 35 años ha descendido de los 27.000 euros a los 20.000.

Los datos son espeluznantes, no cabe duda. En las redes sociales cada vez se lee más que España no es país para jóvenes. Ni para tantos otros grupos sociales —pienso en los grandes mártires: los autónomos—. El escenario socioeconómico español presente, a pesar de que nuestro presidente del Gobierno diga a bombo y platillo que la economía española va «como un cohete», es preocupante. Lo es aún más las tendencias de fondo que venimos arrastrando desde hace décadas en multitud de ámbitos: una demografía preocupante, una productividad en declive, una producción industrial cada vez más reducida, una educación en crisis, una salud social noqueada, colapso de los servicios públicos, un escenario laboral mejorable…

Ante esta situación de policrisis, puede que la reacción más probable sea la de miedo. Y después de cabreo. Estaremos tentados de señalar con el dedo a los boomers y aplicar condenas colectivas. A los jóvenes como yo que queremos formar una familia nos puede sobrevenir una inquietud grande ante la España que viene en los próximos 10, 20, 30 años. En ese famoso ciclo de que los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean malos tiempos, los malos tiempos crean hombres fuertes y los hombres fuertes crean buenos tiempos para la población menor de 35 años está claro dónde nos encontramos actualmente.

Últimamente, en especial tras el comienzo de la invasión rusa a Ucrania, nuestros gobernantes y los medios de comunicación tratan de convencer a la población de que los europeos tenemos que acostumbrarnos en el corto plazo a subsistir en una economía de guerra. Sin entrar a juzgar las causas ni si es la única alternativa posible ante tal acontecimiento bélico, los jóvenes deberíamos, entonces, fijarnos en nuestros abuelos y bisabuelos: la llamada generación silenciosa que se arremangó para salir adelante tras el peor conflicto bélico del siglo XX. Podríamos seguir la reflexión que el rey Menelao piensa en La Ilíada: «Siempre tienen los jóvenes el corazón muy voluble, pero si los preside un anciano, observando el futuro y el pasado, consigue para ambos lo más conveniente». Y así combatimos también la soledad que acompaña a la senectud, otro gran problema de nuestro tiempo. Matamos dos pájaros de un tiro.

A quien aún puede disfrutar de la dicha de tener una conversación con su abuelo, le sugiero que se interese por cómo salió adelante su familia en ese contexto. Hablemos con ellos. Preguntémosles cómo fueron los primeros pasos tras casarse con la abuela. O cómo sus padres trataban de amarles, educarles y renunciar a mucho para ofrecerles algún pequeño regalo muy de vez en cuando en un ambiente completamente desolado, en fase de reconstrucción. De ellos aprenderemos mucho. Mi madre me dijo una vez que su padre, mi abuelo, le decía con frecuencia: «Yo no os podré dejar una gran herencia, pero sí una buena educación».

A riesgo de sonar conformista o iluso, puede que estemos enfocando mal las dificultades a las que nos enfrentamos los jóvenes: quizá no sea tanto darles todos los bienes temporales posibles a nuestros hijos, sino procurar especialmente transmitirles los mejores bienes espirituales. Se atribuye a san Agustín: «Decís vosotros que los tiempos son malos, sed vosotros mejores y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo». Lo más esencial es invisible a los ojos, se dice en El Principito. Convirtámoslo en el leitmotiv de nuestra generación. Démosles lo verdaderamente importante a las futuras generaciones: fe, esperanza, amor, buen criterio, ejemplo, elegancia, educación, ahorro, responsabilidad, esfuerzo, buenos hábitos, virtudes… Así propiciaremos una generación de hombres y mujeres fuertes de alma grande capaces de crear buenos tiempos.