El título del artículo no pretende ni por asomo hacerle un guiño al zapaterismo y sus cantos de sirena, bien imitados por Pedro Sánchez y su cuadrilla farfullera. Lejos de hacer referencia al que ha sido uno de los personajes más funestos en la historia reciente de España, pretendo emplear bien la metáfora para ensalzar por qué, humildemente, creo que hay esperanza y motivos para creer en un cambio profundo, radical, que se materializará en pocos años o, tal vez, en varias décadas.

Cuando entramos en la gran crisis financiera de 2008 y su segunda oleada de consecuencias —la crisis de deuda soberana en Europa, con la famosa prima de riesgo de fondo— no sólo se echaban las manos a la cabeza por que los números no encajasen, sino que, en las tertulias, los personajes mediopelo y gafapasta de los negociados de izquierda y de derecha coincidían en que también era una crisis de valores. Es decir, que la causa pretérita de aquellos años peliagudos se remontaba a una falta de principios que habían llevado a unos y otros a actuar inadecuadamente. Sin embargo, se creyó que esta cuestión quedaría zanjada con una mayor regulación financiera que evitase abusos por parte de bancos, fondos y demás intermediarios. Cuando la situación económica empezó a mejorar y los ciudadanos podían intuir el bienestar del pasado, cualquier diatriba sobre las cuestiones morales quedó aparcada porque, a fin de cuentas, el relativismo era demasiado cómodo como para cambiarlo por doctrinas que requiriesen un mayor esfuerzo.

Pese a plantearse el problema moral a partir de un fallo —otro— de la democracia liberal, la sociedad fue de nuevo conducida a sus peores vicios, ésos que tanto alienta y rentabiliza el turbocapitalismo de nuestro tiempo. De ahí, de la negación de una moral que distinguiese entre el bien y el mal mediante medias tintas, se pasó a un nuevo paradigma en el que un marco de creencias ideológicas se ha impuesto a través de los medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos y multinacionales. Todos estos agentes han visto cómo a través de la ideología (credo) woke se genera el perfecto individuo, aislado y sin raíces, volátil, melifluo con las ocurrencias progresistas pero severo y violento con la moral tradicional de Occidente, el catolicismo.

Lejos de aprender las lecciones del pasado, el hombre se empeña por tropezar con la piedra del relativismo para después caer en el vacío absoluto al que conduce la doctrina woke. Sin embargo, este verano me ha servido también para apreciar gestos que invitan a pensar que tiene lugar una respuesta antropológica expresión de cómo el ciudadano medio empieza a sospechar de los mantras del progresismo, además de mostrar cansancio de una verborrea que siempre le señalará a él como el culpable de fenómenos externos como el apocalipsis climático. En definitiva, cada vez hay más gente que lo único a lo que aspira es a que le dejen vivir en paz, poder formar su familia y dejarles algo el día de mañana —y, ¡ojo!, no es poca cosa. Inevitablemente, el progresismo internacional colisiona contra la vocación trascendental del hombre, que siempre está en busca de sentido, especialmente cuando la adopción de modas o ver lo último de Netflix, Amazon o HBO le entretiene pero no soluciona el sinsentido del carpe diem.

Ocurren acontecimientos simbólicos que muestran cómo algo se está moviendo, especialmente entre los más jóvenes. Las primeras que se dan cuenta de esto son las iglesias, que ven cómo cada vez congregan a menos jóvenes pero cada vez más comprometidos, tal vez conscientes de que la cosmovisión católica no empieza y termina con un sermón dominical, sino que tiene implicaciones que exigen un compromiso diario. Se está edificando dentro de la Iglesia Católica un pilar en torno a peregrinaciones masivas a Chartres, Covadonga o Luján en las que se reúnen miles de personas de las cuales el 70 o el 80% son menores de los 35 años. Cada vez son más las ciudades y los países en los que se encuentran en las calles rezos espontáneos del rosario, habiendo ejemplos como el Rosario de Hombres que se han expandido como la pólvora y cuyo mensaje es diametralmente opuesto al nuevo hombre que el credo woke quiere implantar. Son cada vez más las familias jóvenes que se dan cuenta de que en tiempos tan convulsos solamente la Cruz es el asidero que otorga cierta seguridad. Y, a pesar de persecuciones encarnizadas y desalmadas como las que hoy vemos en Nigeria, Nicaragua o Sudán del Sur, lleva siendo así desde hace más de 2.000 años y al final todas las naciones acaban postrándose ante una fuerza que inexplicablemente les rebasa.

Por todo esto, quiero creer que, pese a que cada año que transcurre parece que la demencia en Occidente se hace más profunda, vivimos el comienzo de un cambio que tardará en materializarse, pero que bien seguro dará sus frutos. Cada vez más, parece que la oscuridad creada por las sombras de nuestro tiempo es más profunda. Sin embargo, no debemos olvidar que las tinieblas más negras existen porque detrás hay una luz que ilumina con mayor fuerza.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.