La propiedad, qué cosa

Estos días se discute sobre la propiedad, en particular la propiedad que más importa, a veces la única que importa: la inmobiliaria. El mercado ha determinado que muchas personas ya no puedan tener casa así que… ah, se siente. Iríamos entonces hacia un capitalismo sin propiedad, o en el que la propiedad esté muy concentrada.

Pero ¿no es la propiedad, tan poco 2030, muy natural en nosotros? ¿No adquirimos las cosas casi sin querer, sólo por el contacto con ellas? La propiedad es como una función humana, como un afecto que emana de nosotros hacia las cosas. En quienes mejor se ve esto es en los okupas, que en cuanto okupan se enseñorean.

Hace unos días salió una noticia sobre la condena a uno que había apuñalado a otro por una discusión por un cargador de móvil. Todo okupa, por definición, vulnera y discute la propiedad ajena; sobre ella, sin compensación, ejerce o reivindica otro uso o función. Son grandes negadores de la propiedad.

Por eso es curioso imaginar el contexto en el que dos okupas, en casa ajena los dos y con idéntico título de propiedad, ninguno, pudieron iniciar una trifulca por un cargador de móvil. ¿Era de uno de los dos? ¿Era de nadie?

Quienes se pusieron de acuerdo en la no-propiedad de la casa que okupaban discutieron violentamente sobre el cargador. ¿Por qué? Ahí pudieron pasar dos cosas: o el cargador era de alguien y entonces se pronunció la frase «el cargador es mío», hilarante y muy provocadora en ese contexto, o el cargador era de todos (colgaba del enchufe comunalmente, como el caño de una fuente) y entonces ante lo que era de nadie se estableció una lucha, una lucha por el aprovechamiento, que es tanto como decir una lucha por la propiedad misma. Es ese aprovechamiento lo que la define y el cargador tiene de peliagudo que es excluyente: o lo enchufa uno o lo enchufa el otro (salvo que fuera uno de esos cargadores multipitorro).

Dentro de una casa okupada ¿pueden las cosas ser de uno y no del otro? Que algo sea de alguien, dentro del universo okupa, se revelará por el reconocimiento. Cuando los demás respetan pacíficamente el uso ajeno de algo, entonces se reconoce la propiedad (¡se res-conoce!). Pero entre okupas, dentro de una casa en la que la propiedad ha quedado, digamos, conceptualmente en entredicho, ¿cómo se alcanza el respeto recíproco por las cosas de los demás? Ese respeto se aprende mejor teniendo.

Es como si la propiedad tuviera que ser dicha por el otro; parece que uno no pudiera afirmar el ejercicio de su propiedad. «Tengo» no es lo mismo. Es como si el hecho y acción de ser propietario de algo, no tuviese un verbo. «Tenemos», «poseemos», pero posesión no es propiedad. Sí tenemos «apropiarse». Hacernos con. Pero no es exactamente disfrutar la propiedad (no hay un propietar o apropietarse) y guarda un sentido posible de ilicitud. No es el indiscutido adquirir.

Se advierte una intranquilidad al respecto, una cierta violencia, un desorden antropológico ahí, como si hubiera un fondo anarquista en el lenguaje («la propiedad es un robo») y sólo de la propiedad indiscutida surgiera un orden que se hace casi intrínseco. Lo hecho con «propiedad» es lo «propio», lo propio de eso y lo propio de uno, como si por la propiedad se llegara a lo inherente.

En fin, que la propiedad se aprende mejor teniendo, que da mucha paz de espíritu y aún más paz social —perdón por el adjetivo social—, y que todo lo que sea extenderla no puede ser muy malo.

Hughes
De formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en LA GACETA y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.