Nunca me gustó el concepto de «la masa». Lo entiendo como una forma de deshumanizar a las personas para referirse a ellas como un bloque sin alma, maleable y estúpido que se deja llevar, totalmente cegado por las modas y las corrientes mayoritarias. Obviamente, las mayorías y las corrientes mayoritarias existen, y dentro de ellas hay gente más o menos instruida y capacitada, incluso errada, pero el recurso de brocha gorda de enmarcar a todos de forma peyorativa en «la masa» me desagrada. Sobre todo, porque parte de una visión supremacista. Yo te meto a ti en «la masa» pero yo no lo soy porque pienso por mí mismo y estoy por encima. Mi pregunta es ¿por qué no podemos estar todos por encima? Que ninguno sea «la masa» porque somos individuos, todos y cada uno de nosotros, y no se nos puede colectivizar así.

Quizá peque de ingenua, pero ¿por qué no? ¿por qué no aspirar a una sociedad donde cada uno sea consciente de sus actos, analice como quiera la realidad que le rodea —no se deje arrastrar por ella—, tome sus propias decisiones y construya su pensamiento político —mayoritario o no— libremente?

Estos pensamientos me venían a la cabeza cuando un participante saltaba de forma chulesca al escuchar la charla de un político que defendía que todos debíamos aspirar —porque podemos— a ser «águilas» y no «gusanos», a volar, a implicarnos, a ser protagonistas y no setas, y se preguntaba cómo osaba a instar a todo el mundo a querer ser algo grande, a hacer algo más, cuando no todo el mundo podía, evidentemente. Me dio bastante pena su poca fe en la humanidad.

Y es que tengo el convencimiento de que sí, todos podemos ser águilas, en la medida de nuestras posibilidades, en nuestros campos de acción, teniendo mejores o peores cualidades intrínsecas, pero podemos. Nadie está condenado a ser «la masa», sino que todos podemos y debemos participar activamente en la construcción de nuestra persona para luego, juntos, formar una sociedad civil fuerte y capacitada que no sea un bloque sin alma, maleable y estúpido.

Un instrumento imprescindible para que esto pueda ser una realidad es la educación. Una educación que no sea sectaria, que permita a cada niño, a cada individuo, reflexionar y pensar más allá de los dogmas que habitualmente quiere imponer la izquierda y de lo políticamente correcto. Que la educación dé esas «alas» de «águila» a la población para que sepa que puede volar alto y que no tiene que conformarse con ser una miserable larva.