Una vez leí una frase de Bill Bryson que, aunque me gustó mucho, mi mala memoria no me ha dejado recordar de manera literal y la he tenido que buscar de nuevo mientras escribo estas líneas bajo el aire del ventilador con el que consigo aliviar el calor nocturno del verano. Bryson es un autor norteamericano de libros de viajes, además de otros temas. En una traducción seguramente no del todo precisa, la frase, o más bien la reflexión, decía algo así como: “No se me ocurre nada que despierte un sentimiento de fascinación infantil más grande que estar en un país donde eres un completo ignorante sobre casi todo. De repente tienes cinco años otra vez. Eres incapaz de leer nada, solo tienes un sentido básico de cómo funcionan las cosas, no eres capaz ni de cruzar una calle sin poner en peligro tu vida. Toda tu existencia se convierte en una serie de interesantes conjeturas”. Bryson está vivo, así que a pesar de la imperante moda de adjudicar frases a todo el mundo, en especial a Churchill, suponemos que esta vez está bien adjudicada.

Si alguien ha vivido cinco minutos en un país con una cultura muy diferente a la suya o ha pasado un tiempo en un algún lugar donde no conocía el idioma local entenderá bien la reflexión de Bryson. Cuando no puedes comunicarte con normalidad para las cosas básicas, te sientes muy frustrado e inútil. En ocasiones encuentras gente local con la que comunicarte en una tercera lengua como el inglés, pero inevitablemente surgen situaciones en el idioma local y en segundos vuelves a ser el inútil que se queda fuera de la realidad. Toda la dignidad que uno pueda tener se esfuma por arte de magia cuando estás en un país lejano y diferente. Aprendes a ser humilde a base de malentendidos y te das cuenta rápido que allí ya no eres tan importante como tú pensabas. El mundo no gira más en torno a tí sino que más bien tú estás en el mundo que en ese momento está teniendo el detalle contigo de permitirte estar.

El séptimo sentido

Pero no todo está perdido y en esta situación lo lógico es que se desarrolle algo que podemos llamar el séptimo sentido. El séptimo sentido surge por puro instinto de supervivencia y se come al sentido del ridículo en el mismo instante en el que aparece; son incompatibles en su existencia. Es un sentido que permite entender lo fundamental de una conversación entre dos locales en un idioma del que no conoces ni una sola palabra. Te hace diferenciar cuando alguien te está tomando el pelo o cuando está intentando ser amable. Te deja intuir dónde está la entrada de un lugar sin entender las señales.

El séptimo sentido permite, en definitiva, entender más o menos qué está pasando a tu alrededor. Se desarrolla con el paso de los días. Con el séptimo sentido hablas algo parecido a la lengua de signos, te haces experto en comunicación no verbal y aprendes a ver cosas en la gente que solo se ven cuando uno tiene cinco años.

En un ambiente extraño y poco manejable los días se hacen largos y al igual que un niño tras una jornada de guardería, llegas a casa por la noche agotado por cada pequeño logro obtenido. Cuando no entiendes el lenguaje y desconoces la cultura de un lugar, pronto te das cuenta de que tu tabla de salvación va a ser la observación. Observar a los locales, sus gestos, sus expresiones, repetir comportamientos… Exactamente igual que haría un niño pequeño con sus padres. Pura supervivencia.

Las cosas poco a poco se van haciendo más fáciles. Vas aprendiendo costumbres y recuerdas algunas palabras que te hacen todo lo diario más llevadero. Y vas aflojando cada vez más la intuición. Pero de repente hay elementos que de una manera inesperada, ayudan. Cuando has estado en el extranjero el tiempo suficiente, te das cuenta de que, sorpresivamente, ser español es un factor positivo. Esto, como decimos, sorprende al principio al propio español, porque ya sabemos la imagen que tenemos de nosotros mismos intramuros pero en general ser español es acogido con agrado e interés. Más allá de nuestras fronteras tenemos fama de ser difíciles de engañar y especialmente despiertos, y un local no se la jugará como lo podría hacer con un extranjero de otra nacionalidad. Nuestro país gusta —mucho—, y se conoce bien. A veces solo por la gastronomía, por el clima, y las más veces por el deporte y por la manera de vivir. El español es considerado trabajador, profesional y honesto. Tiene palabra. Aunque montemos algo de barullo, animamos el ambiente. Tenemos fama de optimistas y de trato fácil.

Y aquí es donde está la trampa. Cuando machaconamente te han inoculado la idea de que cualquier lugar del mundo es mejor que tu propio país, este fenómeno te coge un poco desprevenido. Pero la realidad es contundente y entonces resulta terrible haber creído ciegamente ciertos dogmas.

Matriotismo

En general, la mayoría de los españoles tenemos una buena imagen de nosotros mismos, la gente está conforme y vive tranquila, pero hay un sector de la población al que no le gustan las tradiciones, la historia o la cultura y se encarga de manera incesante del que el resto obligatoriamente escuche.

No abogamos por el chovinismo irreflexivo. Es bueno encontrar y destacar lo mejorable de tu propia cultura, pero no todo puede ser malo al mismo tiempo. Hay que saber apreciar y valorar lo apreciable y valorable. Estos elementos destructivos de nuestra sociedad que se avergüenzan de todo (presente y pasado) se puede decir que normalmente viajan por el lado izquierdo del camino.

El fenómeno auto destroyer es algo que se está produciendo desde hace algún tiempo en muchos países. Países que además en general tienen unos niveles de vida aceptables donde ha crecido un sentimiento de rechazo hacia todo lo que tenga que ver con la cultura, historia y patrimonio propios, al mismo tiempo que se nos hace tragar globalismo. Chile es un espeluznante ejemplo. La izquierda, una vez que la lucha de clases ha caído en el olvido y ante una evidente falta de ideas y argumentos para atraer votantes, ha recogido algunos de estos fenómenos de los círculos marginales de la calle en los que se daban y los ha convertido en ideales prioritarios. El antiamericanismo, el anticolonialismo, el neoindigenismo; son solo algunos ejemplos. Y hemos acabado asistiendo al bochornoso espectáculo de tener que ver a gente que se arrodilla y pide perdón por cosas que no ha hecho. Como contrapartida, han surgido movimientos patrióticos de defensa de la cultura, la historia y el patrimonio nacional. Hemos acabado avergonzándonos de los que se avergüenzan. No se podía saber

El patrimonio y la cultura de un país incluyen muchas cosas y el gobierno de turno no es una de ellas. Cada uno debería saber qué significa su cultura para él mismo, sin manipulaciones. Cuando en España políticos y prensa no son capaces ni de decir en voz alta sin sufrir urticaria el nombre de su país, hay algo que no está funcionando bien. Algo que se nos ocurre que quizá se podría solucionar con unas semanas en el extranjero. Pero en el de verdad. En el que se te cae la dignidad a los pies desde el primer momento porque pareces un completo analfabeto funcional.

Todos los intensos ofendidos pronunciarían más la palabra España si fueran conscientes de su efecto cuando uno está en el confín más lejano de la tierra. Cuando te preguntan de dónde eres y tú respondes “de España” la respuesta es siempre una sonrisa. Y cuando recibes esa sonrisa, el séptimo sentido se echa un ratito a dormir.