Ética para valientes (Rialp) es el último libro de David Cerdá. Empecé a leerlo con ganas y por gusto. Sin que existiera el compromiso de esta entrevista. Antes de llegar a la mitad del libro ya tenía varias páginas llenas de notas, frases y preguntas. Tenía que hablar con él. Es una lectura que invita a muchas cosas: a ser mejor persona, lo primero; a conversar, lo segundo.

Cerdá dijo hace poco que con los años está adquiriendo «la (costosa) manía de hacer las cosas bien hechas». Este libro es la prueba. Es una obra mayor, escrita con sensibilidad y sin descuidar en un solo capítulo el rigor y la fundamentación.

¿Cómo es una persona éticamente honorable?

Primero, tiene que conocer el punto cero de la ética: tiene que reconocer que hay cosas que están bien y cosas que están mal, las diga quien las diga, y en cualquier época. La mayoría de la gente no entiende que si la ética no tuviera cosas objetivas, no hablaríamos de lo que está bien o está mal.

También debe ser una persona coherente. La ética no es algo para evangelizar a los demás. Lo hemos visto recientemente con un tenista al que le pedían que se manifestara públicamente contra Putin. Eso es inmoral, por obligar a alguien a significarse sabiendo que puede tener consecuencias graves, y porque la ética —esto es algo que las personas honorables entienden enseguida— no está para señalar a los demás, sino para que tú construyas tu vida.

El moralismo es señalar y decirle a los demás lo que tienen que hacer. La ética y la honorabilidad es hacer un plan de vida, coherente en sus actos. Sólo los actos —no me interesan los valores— demuestran aquello en lo que uno cree.

¿Cuáles son los pasos para alcanzar la mejor versión de nosotros mismos?

Me interesa mucho el concepto de la «mejor versión de ti mismo», porque tiene una variante happy flower de «sé feliz», «realízate»… que no me interesa nada. Una persona éticamente honorable interpreta la mejor versión de sí mismo de manera objetiva con respecto a lo que hace el mundo y los demás. No se trata de autorrealizarte, de encontrar tu mejor yo y tu talento, sino precisamente encontrarte con lo que debes hacer. Preguntarse «hoy qué debo hacer» es muy anti posmoderno. Y debiéramos preguntarnos qué podemos hacer por los demás. Esto nos saca de la egolatría y nos lleva al camino de la madurez. Saber qué necesita tu familia o el prójimo es, asombrosamente, algo rompedor para el discurso imperante.

¿Existe una moral objetiva? Tal vez como fruto de una evolución civilizatoria.

Sin duda. Lo suelo abordar con mis alumnos porque te encuentras que la mayoría piensa que cada uno tiene su moral, y que no existe la objetividad moral. Entonces les lanzo la pregunta: ¿está mal o está bien la ablación? A todos les parece mal. En cuanto les emplazas a explicar por qué está mal, lo manifiestan con claridad. Todos entienden que objetivamente es una barbaridad. Hay pueblos y épocas éticamente subdesarrollados. No debemos disfrazarlo de multiculturalismo ni nada parecido.

Habla del deber como uno de los protagonistas de la ética más ignorados en nuestro siglo. ¿Por qué?

Creo que se debe a una concepción errónea de la libertad. El momento en que la libertad se convierte en un lema de Mayo del 68, del tipo «prohibido prohibir», nos pasamos de frenada. Consideramos que ser libres significa que nadie te impida nada. Eso es una visión limitada de la libertad. Para ser libre debes poder responder por tus actos y, por lo tanto, entender que debes algo.

En el mundo hay cada vez más gente a la que se le dice que no le debe nada a nadie. Les hacen ver que tienen muchos derechos, se les cortan las raíces: no vienen de ningún sitio. Luego les dicen que el mundo se va a acabar. Es un presente absoluto, y una persona atrapada ahí no tiene ningún deber porque ni le viene nada ni va a dejar nada. Todo este montaje cultural hace que muchos jóvenes crean que la vida está compuesta de «experiencias», y obviamente lo está, pero la vida también es legado. Debemos decirles a nuestros hijos que tienen un deber para con los demás. Y esto, por razones comerciales, culturales… se está perdiendo.

¿La dignidad viene marcada por la época?

La dignidad ha sido una aventura del ser humano. Hemos ido construyendo un mundo de prosperidad que nos ha permitido disfrutar de muchas cosas, entre ellas la moral, que no deja de ser un lujo que nos hemos regalado. Nos hemos dado algo tan valioso como que rescatemos a una persona impedida. Hemos creado algo increíble en el universo, que es luchar por la vida de otros. Si consideramos que algún día la especie humana se extinguirá, esta vida habrá tenido sentido porque hemos creado la dignidad, la ética y el amor.

¿El honor se construye desde dentro o desde fuera?

Por un lado, nos construimos a nosotros mismos, como un proyecto personal. Pero, por otro, nos vemos en los ojos de los demás. Por eso es tan importante la vergüenza o la culpa. Cuando haces algo mal, necesitas avergonzarte.

La persona éticamente honorable no obra así para que le pongan una estatua. Lo que no quiere decir que no la merezca. Pienso ahora en el caso de Ignacio Echeverría, que merece todos los reconocimientos, y esto es importante para la sociedad, pero una persona de honor sabe que ha hecho el bien mirando a los ojos de la persona a la que ha ayudado.

Todo de lo que habla lo encuentro en la fe católica.

Sin duda. Y más allá: independientemente de la religión que tenga cada cual —lo hablaría con budistas y musulmanes— el honor ético no existiría sin Jesucristo. Al margen de quien crea que es o no una divinidad, la persona de Jesús de Nazaret ha cambiado la historia de la ética. No existe incompatibilidad en asumir esto y no pertenecer a una religión, dado que son principios objetivamente universales.

Tenemos que hablarle a la gente que no tiene estas creencias. No hace falta tener a Dios para entender que hay una cosa que se llama pecado. Lo dice hasta el diccionario: es una falta contra ti mismo. Cuando obras mal, debes saberlo y sentir malestar. No hace falta ser religioso para sentirlo. De ahí la importancia de la vergüenza.

¿Entonces no hace falta la religión para vertebrar una ética universal?

Creo que no. Sí hace falta, por ejemplo, reconocer el Sermón de la Montaña. Es posible sin religión, pero no es posible si arrasamos el legado que hemos heredado del cristianismo. Creo que nadie medianamente serio puede ignorar la importancia de los líderes religiosos en la evolución de la ética. Jesucristo, Buda… Mahoma menos: me parece más un líder político y militar, y creo que no hizo ninguna gran aportación a la ética. Aunque es verdad que en el Corán hay aportaciones quizá mejores que en la propia Biblia, como el auxilio a los pobres. En cualquier caso, obviar el peso de la religión en el desarrollo de la moral es una barbaridad.

Habla en el libro de que necesitamos cosas sagradas. ¿Cuáles nos quedan y cuáles nos deberían quedar?

Hay un retroceso en los últimos años sobre todo con la vida, y es algo que me preocupa. La vida empieza a ser menos sagrada, sobre todo la de los más vulnerables, los no nacidos. Esto lo teníamos bastante claro, pero el siglo XXI no ha empezado bien. No nos falta tanto el concepto de lo que es sagrado como defenderlo. La vida humana es sagrada. Evitar el sufrimiento es sagrado.

Creo que no necesitamos nuevas cosas sagradas, sino defender las que ya conocemos con todo rigor, sin que nos pase la inercia del mercado ni la de ideas extrañas y nuevas ideologías que no nos convienen en absoluto.

Sobre la idea de universalizar la ética, pienso en la nueva corriente que nos inunda, la de la aldea global y la sociedad abierta. Puede haber una clara intencionalidad por parte de algunas élites de conformar un conjunto de comportamientos universales que determinan quién es buen ciudadano. ¿La facilidad con la que esto ha permeado se debe a una ética universal o una agenda político-ideológica?

Cuando te dicen concretamente qué tienes que hacer, eso es globalismo. De ello hay que huir como de la peste. Yo no le digo a nadie lo que tiene que hacer. Estamos hablando de unos principios universales más que globales. Una cosa es decir que hay que proteger el medio ambiente, que creo que nadie puede estar en contra, y otra muy diferente es que te digan que no debes comer carne. Pasamos de los principios a las órdenes. La ética no está para darle órdenes a nadie, sino para que todos nos reconozcamos en un proyecto común y que cada cual, en conciencia, actúe.

La propia existencia de una llamada agenda para los individuos es un espanto. Entiendo que los gobiernos y los organismos internacionales deben tener un plan de trabajo, ¿pero me van a poner a mí una agenda? Esto supone un salto de lo institucional a lo personal, un señalamiento al ciudadano con el dedo. Es perfectamente compatible defender una ética universal y estar en contra del globalismo. Decirte qué tienes que comer y qué debes consumir es una cosa completamente diferente a la ética.

¿Qué opina de la reciente demonización de las emociones y de su manifestación política mediante el populismo?

En el libro hablo de un error de concepto entre emoción y sentimiento. Se está tratando de vulgarizar la vida sentimental. La política debe tener sentimientos, porque la política es algo sentimental; los sentimientos son los que te indican qué es importante en la vida. Los seres humanos tienen una sola brújula, que es el corazón. Un sentimiento no es solo algo emocional, sino emocional y cognitivo. Es una interpretación de una emoción.

Otra cosa es educar el corazón del ciudadano. Algo más costoso, que da menos votos. Tenemos que conseguir que la gente sienta adecuadamente, no porque lo diga yo o la ONU, sino porque hay sentimientos correctos, por ejemplo, la compasión, y otros incorrectos como el odio.

¿Es entonces el corazón nuestra brújula moral o es nuestra moral la brújula del corazón?

Eso es muy interesante. La interrelación entre intelecto, emoción y acción es continua. Sin duda, el corazón es la brújula moral porque al final, ¿qué es la ética? La ética es la respuesta a por qué merece la pena vivir o a cómo es una vida que merece ser vivida. Por eso el honor. La persona honorable, como decíamos antes de Ignacio Echeverría, piensa: «No merece la pena que viva si hay alguien a quien están acuchillando en el suelo y no hago nada». Ahí está todo. Los únicos que pueden decirle a Echeverría qué hacer son los sentimientos, al sentirse concernido y compasivo.

Pablo Malo, en su libro Los peligros de la moralidad, habla de la hipermoralización como una pandemia de nuestras sociedades. ¿Qué hay entre la hipermoralización y el relativismo?

Encontrar ese espacio es justo uno de los objetivos de Ética para valientes. El moralismo es decirle a los demás lo que tienen que hacer. Es lo opuesto a la ética, que es un proyecto personal e intransferible. Sin caer en el individualismo ultraliberal, no se trata de que yo solo decida lo que está bien. Todos estamos entre otros seres humanos, compartimos una historia.

La pandemia fue un claro ejemplo de ello: cómo algunas personas actuaron con un inmenso sentido del honor, mientras otros se dedicaron a señalar con el dedo al que corría por la calle.

Del coraje habla en el capítulo sobre la autoestima. ¿Nos falta coraje?

Dos de las grandes enseñanzas de la juventud que han desaparecido son las del valor y la fuerza. Pienso en buena parte de las cosas desagradables que estamos viendo, como las manadas o los grupos que salen a cazar a otras personas. Hay comportamientos espantosos y creo que se debe a que no estamos educando a los jóvenes para que sean valientes. La valentía es un comportamiento que se aprende. Tiene relación con la autoestima y el autorrespeto. El orgullo bien entendido. Uno debe enorgullecerse de las cosas que hace bien y sentirse avergonzado cuando obra mal. Es básico devolverle al individuo su soberanía, la cual conlleva orgullo y culpa.

¿Hasta qué punto es importante para una nación tener autoestima como tal, como nación?

Es muy importante. Lo notamos con Ucrania. Temo por lo que pasaría en España si sufriéramos una invasión, porque veo a tanta gente con tan poco orgullo, tan poca autoestima de nación… Los pueblos se componen de las voluntades de las personas que los conforman. Si muchas de ellas sienten un especial amor y culto por la belleza, es muy probable que ese pueblo sea bello, sobre la tradición de construir y conservar la belleza. Te pongo el ejemplo de Austria. Estás allí y piensas: «El mundo debería ser como un vals de Strauss».

Luego vemos sitios que se están haciendo feos, porque la gente es al final la que cultiva la fealdad o la belleza. Se ven en los últimos años lugares donde impera la fealdad y la mediocridad, y esto es un reflejo de las personas que los habitan.

En un entorno multicultural, ¿necesitamos que una cultura sea hegemónica para hacer prevalecer los principios éticos?

Esto se resolvería objetivando la ética. El globalismo bien entendido viene a ser un universalismo. Es decirnos que hay unos principios éticos universales y que si hemos llegado hasta aquí es gracias a reconocerlo. No tengo que decirte lo que debes comer, ni con quién te tienes que juntar, pero sí tengo que decirte que en mi calle no le vas a pegar a tu mujer. No porque sea una imposición cultural occidental, sino porque objetivamente es una inmoralidad. Entramos en discusión y en lucha. Yo le diría a un señor que, no sólo por haber llegado a vivir a España, sino que llegue donde llegue, no le va a practicar la ablación a su hija. Si se siente oprimido por Occidente, se equivoca: las razones por las que se les prohíbe hacer estas cosas son objetivas.

Intento ofrecer un discurso común a todos, pertenezcan a la cultura que pertenezcan. La ausencia de principios éticos universales ha propiciado que el globalismo se convierta en un problema. Donde no hay principios universales, hay violencia. El relativismo a ultranza crea un espacio para la confrontación, porque si no hay nada que no sea discutible, entonces todo es discutible, y en última instancia tendremos que discutirlo con las armas.

¿Para no llegar a las armas, la batalla por los principios la tiene que dar la sociedad civil?

Yo no esperaría al Estado. Desde luego, la sociedad civil tiene que dar un paso al frente. Tiene que haber conversaciones en colegios, en barrios… Más allá de que la Justicia y la Seguridad hagan su trabajo, esto afecta a asociaciones de padres, de vecinos… y la conversación con el otro debe darse. La potencia de una sociedad concienciada con principios éticos es enorme si no se repliega en la discusión.

Se dice que la batalla es ética, pero debe darse desde la estética. Kant versus Kierkegaard.

Está totalmente conectado: la gente buena es gente bonita. Cuando hablas con gente buena notas una proporción, un orden. El honor no es estética, pero tiene consecuencias estéticas. Cuando estás rodeado de bien y quieres hacer el bien, empiezas a colocar las piezas de tu vida y no haces ni de comer igual. Cuidas más los detalles. Aunque no digo que sea una garantía: conocemos sociedades estéticamente muy avanzadas que no han tenido comportamientos ejemplares precisamente.

Uste dijo: «La posmodernidad te ofrece alas a cambio de tus raíces».

Creo que sintetiza muy bien lo que es la posmodernidad. Esa falsa promesa de libertad absoluta. Esa creencia de que no hay límites. La posmodernidad ofrece esas supuestas alas a cambio de renunciar a todo. Lo exige porque necesitamos un mundo donde todos nos empujemos a todos, donde todo vaya rápido, donde lo que haga falta sea rotación, como en un McDonald’s.

Ahora hay mucha gente joven que se despierta y dice: «¡Eh, a mí me han engañado! Esto no es calidad de vida». Eso que cuenta muy bien en Feria Ana Iris Simón. Eso a lo que muchos jóvenes están llegando al ver que a su edad sus padres ya tenían una casa y ellos no tienen nada. Cuando te arrancan las raíces no eres nadie, y una persona sin identidad es mucho mejor consumidor y trabajador. Si estás solo, te entregarás al trabajo y serás más débil.

Es optimista con la generación zoomer. Dice que le han visto las entrañas al sistema, lo han visto caer y traen otras prioridades.

Hay muchos jóvenes que se han dado cuenta de que las promesas de la posmodernidad son un engaño. Gente concienciada a la que no le gusta nada la pinta que tiene el siglo XXI. Los ves más avispados que a nosotros cuando teníamos su edad, que nos la colaban por todos lados, por ejemplo, cuando empezamos a trabajar. Vienen con ciertas reivindicaciones muy claras, porque ya se han dado cuenta de la farsa. También los hay que creen que de primeras van a ser felices y no se quieren arremangar. Los que se han creído que pueden conseguir todo lo que se propongan y demás falsas esperanzas que el discurso posmoderno ha inculcado.

Hemos perdido tanto por el camino, que ahora lo rebelde es recuperar cosas. Ya no sólo miran hacia adelante, sino que empiezan a mirar hacia atrás y a añorar aquellas cosas que iban bien en el pasado.

Recomiéndenos películas y música para acompañar la lectura de Ética para valientes.

El libro lo escribí escuchando a Bruckner y Wagner. Me encanta la banda sonora de Salvar al soldado Ryan, de The Pacific, de Band of Brothers… son músicas que inspiran, que ponen sonido al honor y la valentía. Y películas, las que menciono en el libro: Algunos hombres buenos y Sólo ante el peligro.