El profesor Macario Valpuesta Bermúdez es un referente para todos. Nacido en Sevilla el 12 de julio de 1959, doctor en Filología Clásica y doctor en Derecho, catedrático de bachillerato de Latín, antiguo profesor asociado de Derecho Romano en la Universidad Pablo de Olavide, exdiputado de VOX en la XI Legislatura en el Parlamento de Andalucía, casado y padre de cuatro hijos, y escritor de diversas obras y numerosos artículos.
Su última obra, Blas Infante, padre de la patria e hijo de su tiempo (2023), enmarca la vida y la trayectoria política del considerado fundador del andalucismo con sus luces, pero también con todas sus sombras. Una arista completamente nueva en el análisis de este personaje. Aun con ello, aquí revisamos su obra España reivindicada. El imperfecto paraíso terrenal. Una obra que nos recuerda que «siendo sencillamente españoles volvemos a tener un mensaje de humanidad que transmitir al mundo».
¿Cuál cree que es la principal reivindicación que hace en su obra España reivindicada. El imperfecto paraíso terrenal?
Está claro que el principal objetivo que pretende este libro es reivindicar el orgullo de ser y de sentirse español. España es una de las naciones europeas más admirables y originales que más ha contribuido positivamente a la conformación del mundo actual, frente a la hostilidad latente que aún existe entre algunos extranjeros y entre muchísimos «españoles» que reniegan de ella. A pesar de esta importancia esencial (o más bien, a causa de ella) España es el «enemigo fundante» de muchos Estados actuales y de muchos territorios aspirantes a serlo, lo que se prueba en la cantidad de alusiones explícitas y veladas que podemos encontrar en muchos himnos «nacionales» en contra de nuestra patria (los de la mayoría de las naciones hispanoamericanas, el de Holanda, más el de alguna comunidad autónoma). España representa en la historia unos ideales propios de otro tiempo, vinculados con la tradición medieval: el freno al islam, la propagación de la fe católica, la lucha contra la herejía… Se trata de una nación que va a contrapelo frente a los ideales de la modernidad. Es natural, por tanto, que la izquierda y los nacionalistas tengan una especial hispanofobia que se manifiesta en multitud de detalles. Todas esas cosas son las que reviso en el libro.
¿Paraíso terrenal imperfecto?
España es un «paraíso terrenal» por condición natural, como ya pusieron de relieve San Isidoro y sus precedentes romanos, al ser un país mediterráneo-atlántico, situado en una región templada de la tierra, dentro de Europa, pero con más horas de sol que la mayoría de los países europeos. Además, ha sido tierra civilizada desde Roma, por eso está llena de ruinas, castillos, catedrales, palacios, conventos y obras de arte al por mayor. No es de extrañar que España sea uno de los países del mundo que recibe más turismo y que sea más atractivo para vivir en él. La población española ha desarrollado hábitos de «buen vivir» vinculados con nuestra civilización, que son verdaderamente envidiados: es un país tradicionalmente seguro, amable, acogedor, familiar, con una gastronomía excelente, de las más ricas y sanas del mundo, con fiestas, folclore, con un gran encanto y una esperanza de vida de las más altas del globo.
Lo de «imperfecto» tiene que ver con algunos defectos tradicionales nuestros: cierta complacencia chabacana, el orgullo histriónico que no viene a cuento… Pero sobre todo me refiero al exceso de ideología progre que está infectando a nuestra población y que es irradiada desde el BOE, desde los medios de comunicación y desde la escuela, y que está poniendo en peligro nuestra supervivencia. Me refiero al hedonismo individualista en que ha degenerado la antigua ideología social-comunista. Este presentismo egoísta y descreído ha hundido la natalidad y está poniendo en riesgo el relevo generacional, con consecuencias que, de no remediarse, serán devastadoras en un país envejecido. Me refiero también a la inmigración descontrolada, impuesta irresponsablemente por los partidos del establishment, que está aumentando la inseguridad de nuestras calles y que parece querer ponerlas al nivel de otros países europeos. Me refiero también al nacionalismo obligatorio, imperante en media España, artificial y fraudulento, que reniega de nuestra historia y pretende balcanizarnos. Me refiero, además, a la ideología de género, que es un verdadero veneno para la familia y que causará muchísima soledad. Y me refiero a los excesos animalistas/ecologistas, que son una bomba de relojería contra la prosperidad material… La mayor parte de los riesgos que tiene hoy España como sociedad deriva de la voluntad de sus élites políticas y económicas, que están ciegas a nuestros verdaderos problemas y absorben nuestras energías centrándolas en una problemática artificial: la huella de carbono, el encaje de Cataluña o la brecha salarial entre hombres y mujeres.
Relación entre la historia y la identidad contemporánea de España… ¿Cómo lo aborda en el libro?
No solo España: todos los países del mundo son, evidentemente, fruto de su historia. De ahí la necesidad de conocerla. Por situarnos en los últimos tiempos, yo crecí y viví mi primera juventud en el entorno de una nación eufórica, que con la Transición parecía haber normalizado los casi dos siglos de discordia que supuso la llegada del «Nuevo Régimen» de la mano de Pepe Botella y su Francesada. Entre 1808 y 1939 España es una nación en permanente o latente guerra civil, una sociedad rota y desnortada. Es verdad que el régimen de Franco supuso un paréntesis de imposición de media España y de derrota de la otra media, pero muy pronto derivó en un periodo de reconstrucción y de sorprendente reconciliación. La despolitización fue total, tanto del propio régimen como de la mayoría de la población (salvo un residuo comunista que no era amenaza real). En 1978, esa misma nación ya había recuperado unos estándares económicos muy cercanos a la media europea y, sorprendentemente, había desterrado los odios cainitas (excepto la extrema izquierda homicida, que ya entonces enseñaba la patita).
Lo recuerdo perfectamente porque yo ya tenía conciencia en aquella época. El 90% o más de la población estaba de acuerdo en organizarse en forma de democracia parlamentaria, con una derecha y una izquierda civilizadas (que no se insultaban llamándose «fachas» ni «rojos» en las Cortes, a pesar de que muchos vivieron la Guerra Civil) en el marco de un Estado de derecho y de una economía social de mercado. Esa democracia estaba aliada con el mundo libre, en contra el bloque comunista y las pretendidas «terceras vías» de los países «no-alineados»…
Es verdad que ya entonces había indicios muy claros que preludiaban lo que podía venir después, pero, en la ingenuidad del momento, muchos estábamos encantados porque ya éramos del todo una «nación normal europea». Hoy hemos descubierto que ni Europa es la panacea de todo (más bien es un mal ejemplo en muchas cuestiones), ni los nacionalistas se iban a conformar con una simple «descentralización autonómica», ni los socialistas iban a cejar en su empeño de crear redes de clientelismo tercermundista, al estilo bolivariano; ni el PP se iba a convertir en el recambio del PSOE que iba a consolidar todos y cada uno de sus «avances». Era difícil imaginar entonces que los socialistas se iban a dedicar a blanquear la historia de la ETA, a pesar de los muchos militantes de su propio partido que fueron asesinados como conejos. Realmente, el concepto de España que tiene el PSOE y el que tiene la ETA es prácticamente el mismo: el de la izquierda, por lo cual el entendimiento es factible. Pero nunca hubiéramos creído que el comodín de Franco iba a dar tanto juego cincuenta años después de su muerte. Y lo que jamás nos habríamos podido imaginar es que las modernas ideologías neomarxistas (wokismo, feminismo de última generación, movimientos tercermundistas…) iban a causar tales destrozos en la sociedad española, ayudados por la telebasura y la cultura pop. Lo cierto es que hoy ha vuelto un odio civil muy virulento, inducido por la izquierda, que parece encantada de reproducir la discordia de tiempos pasados.
Frente a tantas amenazas a la continuidad y a la viabilidad de España, este libro pretende ser una pequeña aportación que ponga de relieve cuánto valioso está en riego y cuán superiores somos en nuestros valores de respeto y convivencia, como se demuestra fehacientemente en nuestra historia. España ha funcionado en época contemporánea cuanto más lejos ha estado la izquierda del poder. Y a la inversa: el país se gripa cuando esta asume el mando.
¿Cómo se imparte hoy la historia de España?
Supongo que será injusto generalizar. Pero mi experiencia me dice que la historia de España, tanto en la universidad como en la enseñanza secundaria, es vista desde unos parámetros absolutamente hispanófobos y decadentistas. Al-Ándalus es ensalzada e idealizada en proporción inversa a la denigración de nuestros reinos cristianos medievales. La presencia española en Europa durante la Edad Moderna es criticada y minusvalorada, como fenómenos episódicos y casuales, sin trascendencia real o con consecuencias siempre negativas. Por supuesto, la obra de España en América y Filipinas es considerada como una opresión atroz. La decadencia española resulta ser una cualidad congénita desde Atapuerca. La intolerancia de nuestra Inquisición es vista como un fenómeno único y excepcional, cuando en otros países existían mecanismos represivos al menos tan eficaces como ella, aunque mucho más espasmódicos y sangrientos. Se idealizan todos los episodios revolucionarios desde el siglo XIX y se les ve, en todo caso, como esperanzas frustradas por la maldad congénita de la derecha española. Cualquier estudiante que contempla estos horrores siente verdadero rechazo por la historia nacional, hasta el punto de condenar todo el pasado como una larga noche de represión y oscurantismo.
¿Cómo encajará el actual marco en la historia futura?
Realmente tengo pocas dotes como futurólogo. Yo espero todavía que se produzca una reacción popular ante los estragos que ya estamos viendo y los que seguramente están por venir. En la historia de España ha habido casos de reacción pendular y ahora mismo, en el resto de Europa y en Hispanoamérica, hay un esperanzador resurgir de ideologías sanas y realistas, que creen en cosas tan evidentes como la santidad de la vida humana, la necesidad de combatir la delincuencia sin complejos y el hecho de que la riqueza se crea sobre todo trabajando y no repartiendo subvenciones. Hay que estar ciego de ideología para no ver cómo el socialismo es una teoría funesta que no ha triunfado en ningún lugar del mundo, y que ha hundido a Cuba, a Venezuela y a Argentina, países que antesdeayer recibían emigrantes españoles.
Espero que al menos mis hijos vean el momento actual como una época de oscurecimiento de las más elementales reglas morales, que pudo ser al final superada. Y ojalá puedan reconocer en mi libro una modesta voz que denunció los males de la patria cuando aún estábamos a tiempo.
¿Cuál ha sido su experiencia personal a la hora de escribir esta obra?
Para mí escribir este libro ha sido una gozada. Siempre he sido aficionado a leer obras acerca del «problema español», que es un verdadero género literario en nuestro país, desde los regeneracionistas e incluso desde antes. De esta forma, puedes hacer una síntesis acerca de las múltiples recetas que se han ofrecido y también de los disparates que se han formulado para tratar de enderezar un país que en un momento dado «se jodió», como el Perú en la novela de Vargas Llosa.
He disfrutado especialmente con el capítulo dedicado al Quijote, y con la ambigüedad de nuestro Siglo de las Luces, que pudo ser magnífico y resultó a la larga un fracaso, a pesar de que lo teníamos todo a favor. Realmente me sorprende el prestigio que tienen en la historiografía general episodios catastróficos de la historia contemporánea (minoría de edad de Isabel II, Sexenio Revolucionario, II República…); y la mala prensa que tienen otros períodos que objetivamente son de expansión económica y de cierta estabilidad, amenazada siempre por la brutalidad de los extremistas (Década Ominosa, Gobiernos moderados y de la Unión Liberal, Restauración…) Por cierto: el final de la Restauración fue una época especialmente dramática, ya que acabó derivando hacia una república conflictiva y una terrible guerra civil. Lo digo porque ojalá no se repita con el final del actual régimen del 78, con el cual aquella tiene no pocas analogías.