El escritor Manuel Moyano (Córdoba, 1963) pertenece a ese tipo de personas que permanentemente sienten curiosidad, «anhelo de conocer, necesidad de ver lo que hay detrás del muro. En la prehistoria, hubiera sido de los que se alejan de la cueva o de la aldea para explorar lo que hay más allá de las montañas y, una vez rebasadas, hubiese continuado hasta la montaña siguiente, salvo que cayese presa por el camino de un dientes de sable o de alguna tribu hostil». El viajero literario es en cierto modo un testigo, «ya no viaja sólo para sí mismo, sino que viaja también para los otros, como si fuese un avatar de sus futuros lectores». Tanto si escribes crónicas o ficción, «hay que explorar, ver, y también haber adquirido la pericia suficiente para narrar eso de la forma adecuada; por ejemplo, evitando hacer largas exposiciones sobre historia y limitándose a dar unas pinceladas», y Moyano ha sabido trasladar todo esto tan bien al papel que fue finalista del premio Herralde con El Imperio de Yegorov; premio Tristana de Novela Fantástica por La coartada del diablo y premio Tigre Juan a la primera obra narrativa por la colección de relatos El amigo Kafka. Por otra parte, siempre ha creído que lo prodigioso, lo fascinante, puede esperarnos en cualquier esquina. Esto ha sido el leit motiv de muchos de sus libros, como Dietario mágico o Galería de apátridas.
Si Ortega y Gasset decía que el ocio es la única ocupación digna del hombre, a Moyano le fascinan las cacerías en las librerías de viejo, que le deparan sorpresas tan placenteras como Adiós a Hollywood con un beso, de Anita Loos. El relax le llega con los paseos en bicicleta, «incluso una insignificante escapada comporta una excitación del viaje». Y con esa particular capacidad para transformar la cosa más mundana en aquello que nos revela como ciudadanos del mundo de la mano de otro de sus ejes, el humor: «La fórmula para relativizarlo todo. Tal vez el universo entero sea simplemente la broma de un dios burlón que está pasándoselo en grande a nuestra costa».
Se tituló como ingeniero agrónomo porque se sintió llamado por la naturaleza, pero descubrió que no le gustaba dedicarse a extraer productos del campo, sino sólo a comérselos o bebérselos. Ha jugueteado con la escritura desde que era muy joven y le produce gran satisfacción haber hecho disfrutar con sus libros a algunos lectores. En otoño, volveremos a disfrutar con un nuevo trabajo, La versión de Judas, su cuarta (y última) colección de relatos, de la mano de la editorial madrileña Talentura.
¿Todos, si rascamos un poquito, llevamos una vida (novela) para contar dentro?
Por supuesto, aunque algunas novelas son más aburridas que otras. De todos modos, en literatura a menudo no importa tanto qué se cuenta como la manera en que se cuenta. Quizá no sea tan primordial lo que nos ocurre como la forma en que lo interpretamos y expresamos.
Dice en La frontera interior: viaje por Sierra Morena: «Imbuido por la idea de que lo asombroso y la aventura pueden aguardarnos en cualquier parte»…
Hay quienes no experimentan curiosidad o interés ante la infinita variedad del universo y por tanto no sentirán que corren una aventura a no ser que se estrelle el avión en el que viajan (y sobrevivan para contarlo). En todas partes nos aguardan cosas, personas e historias dignas de nuestro asombro. Esto aumenta cuando salimos de viaje, ya que el viaje favorece los encuentros azarosos.
Es un magnífico narrador. Se está especializando en la crónica, ¿hay algo en caminar —y particularmente en caminar solo y durante un largo recorrido— que va mucho más allá del ejercicio físico, del deporte?
Tienes razón en que últimamente me decanto más por la crónica y me alejo de la ficción, aunque eso podría cambiar en cualquier instante. Caminar sin limitación de tiempo o distancia es una experiencia no sólo física, sino también espiritual. De algún modo nos acerca más a la esencia de las cosas, y desde luego no hay otra forma mejor de viajar. Hace poco sentí todo esto mientras caminaba tras los pasos de Stevenson en una larga jornada, cuarenta kilómetros por el Macizo Central francés.
¿Viajar es lo más cercano a vivir una novela?
Viajar facilita, promueve o procura que nos ocurran más cosas dignas de interés y, por tanto, de ser contadas.
¿Puede ser que, a la hora de viajar, su maleta ya va más vacía de cosas materiales, pero cada vez más repleta de curiosidad, de ganas de descubrir y de aprender?
Me gustaría pensar que la curiosidad y las ganas de descubrir y aprender son lo que mueve a todo el mundo a viajar. Creo que la gente que no siente ese deseo es precisamente la que evita viajar, y, aunque a muchos nos parezca increíble, hay gente que odia abandonar su terruño siquiera por unos días.
¿De qué fuentes se alimenta (géneros, autores…)? Sus libros sobre viajes están muy inspirados por la literatura inglesa, anglosajona…
He leído tanto y tan variado que me costaría decidir sólo unos cuantos autores. En general no me gusta la literatura de género, como la policíaca o la histórica, porque suele recurrir a fórmulas y clichés, aunque por supuesto hay excepciones. También los libros de viajes corren el riesgo de caer en la fórmula, claro está. El modo en que los anglosajones narran sus viajes suele gustarme más, y siempre pongo de ejemplo a Colin Thubron o Bruce Chatwin. En La frontera interior, que has citado antes, traté de aplicar el estilo de contar anglosajón a un territorio patrio y cercano, aunque tampoco renuncié del todo a nuestra (escasa) tradición de literatura de viajes.
Usted camina y viaja muchas veces solo, ¿qué puede decir bueno de la soledad? Si fuera médico, ¿la prescribiría?
A mí me gusta buscar la soledad, que no es lo mismo que estar solo en este mundo, sin familia ni amigos, lo cual debe de ser bastante duro. Prescribiría la soledad a quien sepa estar solo, porque no todo el mundo sabe. La soledad te da más libertad a la hora de hacer elecciones. Si caminas o viajas con intenciones literarias, no hay nada mejor que la soledad, porque te obliga a sumergirte en el paisaje y el paisanaje.
¿La soledad también es sonora?
Cuando camino no me gusta escuchar música. Los sonidos del mundo ya componen su propia sinfonía.
Hay una delgada línea entre vida y literatura. ¿Cree que lo literario casi nunca es bueno para ser vivido, mejor dejarlo en el papel?
Para mucha gente, sólo existe la vida, y la literatura es apenas un juego insensato. No se les puede quitar la razón. Sin embargo, algunos establecen esa relación entre vida y literatura, y para bien o para mal es también mi caso. La literatura no es la vida, ni se identifica con ella, pero a mí me permite vivirla con más intensidad, bajarme aunque sólo sea por unos instantes del carrusel insensato del día a día.
Enamorarse es una de las cosas que han dado sentido a su vida. Cambió de vida por amor, lo dejó todo para marchar a Murcia. ¿Qué es el amor? ¿Podría decir que jamás es una equivocación aunque salga mal?
No estoy seguro de qué es exactamente el amor. Probablemente consista en desear la compañía de una persona que te atrae en el plano biológico (es decir, sexualmente) y con la que a la vez te sientes cómodo porque percibes que compartes una misma actitud ante las cosas esenciales de la vida. Si se comete una equivocación en el amor, creo que es porque no se han dado las condiciones anteriores.
¿Qué es el compromiso?
El compromiso es la lealtad: a tu pareja, a tu familia, a tus amigos, a tus colegas. Ser leal es algo que considero irrenunciable en esta vida.
Escribía Blas de Otero «besas besos de Dios». El beso es de las cosas más maravillosas, ¿no cree?
El beso viene a ser la forma de afianzar la alianza entre dos personas tanto en el plano físico como en el plano mental. Si nos besamos quiere decir que algo fluye entre nosotros, una confianza, una intimidad, una identificación; también el deseo.
Hablando de Dios, ¿confía en que exista algo más allá?
Aunque fui a un colegio católico, a partir de la adolescencia empecé a alejarme de la idea de Dios, al menos de un Dios personal. Si el universo tiene una justificación, yo no he sabido encontrársela. Esto no quiere decir que no vea la vida de un modo, digamos, espiritual. Me place visitar lugares sagrados. Pero tampoco creo que nuestro ser individual, sea eso lo que sea, perviva más allá de su desintegración física. Con el tiempo esto ha dejado de parecerme terrible, lo acepto. Igual que acepto que otros piensen de otra forma.
Con La Fea Burguesía publicó Dietario mágico, una suerte de historias sobrenaturales. ¿Fantasmas ha visto, ha notado algún tipo de energía?
Me atrae lo sobrenatural, pero no creo en lo sobrenatural. En cierto modo, la realidad entera me parece sobrenatural, increíble, inexplicable, alucinante, delirante.
Usted entró por la puerta grande en el mundo de las Letras ganando el premio Tigre Juan con El amigo de Kafka. Luego sería finalista del premio Herralde de novela. Pero su labor como gestor cultural es también fructífera con la puesta en marcha del premio Setenil, el más importante en su género…
Es un honor para mí haber formado parte de la gestación de ese premio. Por la repercusión que ha dado en el mundo literario a mi pueblo adoptivo, Molina de Segura, y porque espero que hayamos contribuido de algún modo a mantener vivo este género, que, pese a ser muy antiguo, sufre la competencia implacable de la novela y despierta un escaso interés entre la mayoría de los lectores.
La vida sin sentimientos, sin el arte, sin una escena deliciosa de una película, una pintura maravillosa, un libro emocionante ¿qué sería? ¿Qué frase o escena lleva siempre cerca?
Sin todo lo que citas seríamos poco más que paramecios. Lo que nos distingue del resto de los animales es precisamente esa capacidad de emocionarnos con las creaciones de nuestra propia especie. No sabría decirte así, al pronto, qué fragmentos de arte arrastro siempre conmigo, pero seguro que alguna frase de Borges, alguna estrofa cantada de Bob Dylan, algunas escenas de cine y mil cosas más.
Respecto a la música, es un gran melómano. Me decía que «cualquier persona normal ya se habría aburrido de oír a Dylan», y usted sigue siendo fiel al autor de Like a Rolling Stone...
No creo ser un gran melómano, ni siquiera un pequeño melómano. En música mis devociones son bastante limitadas: Dylan, Knopfler, Cohen, Oldfield, la música celta y étnica en general, también algo de new age, el canto gregoriano, algunas piezas de música clásica, y luego canciones sueltas de mucha gente.
¿Qué tiene siempre presente?
Que nada tiene sentido salvo que se lo demos nosotros mismos.
En La frontera interior usted recoge, entre otras, una cita de Francisco Umbral «la belleza está en los ojos que miran; ellos la ponen»…
La belleza es un concepto humano. Probablemente, ni un gato ni ningún otro animal tiene la capacidad de admirarse ante ciertos crepúsculos en los que el cielo se tiñe de un rojo intenso. Por tanto, el crepúsculo no lleva la belleza en sí mismo, se la añadimos nosotros.
¿Sin curiosidad está uno muerto?
Físicamente no, pero mental y espiritualmente sí.