Salvador García Jiménez: «Qué agobiante sería este mundo si no se pudiese disfrutar del silencio»

Catedrático de literatura, con una carrera literaria diversa, cosechados importantes premios y publicado medio centenar de libros

Una vez escuché que si algo estamos haciendo mal es, precisamente, no hacer el mínimo esfuerzo por entender el mundo, con el que tenemos una actitud infantil; «al final le arrancamos las alas como si fuese una mosca y lo hacemos sufrir de forma innecesaria». Lo que parece que tampoco entendemos es que, actuando así, estamos arrancándonos a nosotros mismos las alas.

Les invito a volar sobre las alas de las golondrinas, las que pintan el viento intentando atravesar puertas, fluir entre la barbarie, sobrevolar sobre los tejados más altos y la belleza de las flores «con la caricia invisible del sonido de la caída de unas hojas sobre la palma de unas manos». Ha escrito Salvador García Jiménez (Murcia, 1944), catedrático de literatura, con una carrera literaria diversa, cosechados importantes premios (Encomienda de Plata al Mérito Civil, Cruz de Alfonso X el Sabio, sillón en la Real Academia Alfonso X El Sabio y el más reciente Premio Limaclara internacional de Ensayo de Buenos Aires por Cuando vuelvan las golondrinas a San Juan Capistrano, incluido precisamente en esta Odisea) y publicado medio centenar de libros, un hermoso y original ensayo, La Odisea de las golondrinas. Una evocadora oda dedicada a esta ave que se extingue, todo un síntoma del deterioro del paisaje y de la calidad de vida. Por ello, las buscamos, tal vez esperanzados, desde sus migraciones y nuestro imaginario.

¿Existen aves más evocadoras que las golondrinas? Han protagonizado odas de poetas, han adornado cascos de dioses y pintores, músicos y artistas de todo tipo las han hecho sus musas hasta el punto de ver en sus colas la forma de liras o arpas o considerarlas, como afirmaba su mayor admirador, Ramón Gómez de la Serna, los pájaros más elegantes, «pues van vestidos de etiqueta» y nos han dejado leyendas piadosas como aquella que cuenta cómo le quitaron las espinas a Cristo en la cruz.

Sin embargo, nuestro comportamiento no puede ser más egoísta y destructor hacia ellas. Hoy, siguen en peligro: deben enfrentarse a las turbinas eólicas, a los faros que las confunden, a huracanes y desiertos y, sobre todo, al cambio climático, que ha dislocado las brújulas de su propio organismo. Y, sin embargo, en este ensayo que aborda su omnipresencia en el arte, sus particularidades biológicas, su gran utilidad en todo tipo de investigaciones e incluso guerras, se pone de manifiesto que nos siguen fascinando. La belleza tiene una capacidad extraordinaria de transformación y de regeneración. Observen su vuelo como una danza, escuchen su trisar tan poderoso que parece eclipsar a los astros más luminosos. Una belleza que llega a hipnotizar, un bálsamo que cura las heridas.

Es fascinante la capacidad que poseen las golondrinas para explicar la condición humana, la religión y todo lo demás que concierne a los seres humanos. Magnífico este recorrido por los diferentes rasgos que las definen como el lenguaje, la moda o cómo se comunican. ¿Qué le ha llamado más la atención después de este estudio exhaustivo?

Yo no sabía casi nada de las golondrinas; que les dedicara cuatro años en mi investigación para escribir este libro fue una divina inspiración. Por tanto, he ido de asombro en asombro. El título  La odisea de las golondrinas recoge una de las mayores emociones que sentí al conocer que con su corazón, que pesa 0,25276 gramos (como una lenteja), tengan el valor y el coraje de recorrer veinticuatro mil kilómetros de ida y vuelta en sus migraciones, desde el norte de Europa a Sudáfrica, atravesando los Pirineos, el Mediterráneo y el desierto de Sahara.

En estos tiempos se agradece un libro dedicado a las aves, al estudio de su vuelo, su belleza, ya que requiere un espíritu sosegado y mucha paciencia que, precisamente, escasea con nuestro ritmo actual…

La gente no levanta hoy los ojos al cielo, con la mirada esclava de la pantalla de un móvil. Ni siquiera saben distinguir una golondrina de un avión o un vencejo. Aunque tampoco los escritores de mayor renombre y fama en la literatura universal evitaron caer en esta trivialidad de las golondrinas que hacen círculos, curvas, signos, elipses, pentagramas en el aire o en el cielo, ignorando que la belleza de una golondrina se detecta por la simetría de sus colas. Siendo niño en Cehegín (Murcia), un pueblo que mi hermano Antonio, un gran poeta, calificó de «fábrica de silencio», las golondrinas me daban alas de libertad. Tal vez aquella fuera la primera piedra de este homenaje que les he brindado después de tantos años.

¿Qué le atrae tanto de ellas?

Su inmensa hermosura, el juego literario y la inspiración que proporcionan, el sufrimiento y la muerte que, por desgracia, les causa el hombre; cuánto se ha llegado a descubrir de ellas por los biólogos y anilladores. Todas las situaciones en que se encontraban me parecían al leerlas más atractivas y apasionantes que cualquier poema, cuento o novela. Me atrajo que hicieran autostop para salvar sus vidas en el ojo de los huracanes americanos, que los franceses las sacrificaran a miles para adornar con sus plumas los sombreros de las damas elegantes. Además, me hacían sonreír el bigote de Dalí y las cejas de Frida Kahlo en forma de golondrina. Todo ello y mil iluminaciones más de cada una de las partes de su vida y de su cuerpo me hicieron «levitar» al escribir este ensayo que contiene 645 citas traducidas de todos los idiomas.

Hemos olvidado casi silbar por las calles y ni nos paramos a escuchar el viento ni la lluvia. Tenemos el corazón y los sentidos endurecidos por la realidad.

Con los potentísimos altavoces de las discotecas y los desfiles de fiesta, los coches, los auriculares…; con los fuegos artificiales en los que mueren muchas golondrinas en sus nidos de infarto, con el ruido que hacen los mortales al conversar en las terrazas masificadas de los bares, sería difícil oír hasta el canto de un grillo. El viento y la lluvia se los pondrá el pueblo a sus hijos en un Youtube de música relajante para dormir, y los jóvenes pronto acabarán en una consulta de GAES para paliar con audífonos parte de su sordera. Por desgracia, el silencio y las golondrinas están en declive.

¿Cuál es su primer recuerdo con la naturaleza? Supongo que esas vivencias tempranas influirían a su mirada y su pensamiento posterior.

Las ranas, como conté en la biografía de mi infancia Sonajero de plata. Con pocos años, bajaba con otros amigos hasta el lecho del río Argos para tratar de darles caza. Sus saltos, su forma de nadar y presentarse ante mis ojos inocentes, resultaban fascinantes. Y a la par, fui testigo de cómo desde lo alto de Cehegín, en una zona llamada Alcázar, los niños un poco mayores que yo «pescaban» golondrinas con una caña, hilo y anzuelo cubierto de plumas o algodones, para que el ave se lo clavara en la garganta. Poco después, descubrí que había tenido desde bien temprano el mismo papel que Washington Irving cuando presenció la «pesca de golondrinas» desde los muros de la Alhambra de Granada.

Este libro, creo, da solidez física a todo lo que en la poesía es sugerencia y con esa maravillosa cotidianidad nos invita al placer de la lectura y al conocimiento de nuestro medio.

Miles y miles de escritores de todas las épocas han puesto a hablar a las golondrinas en sus cuentos y poemas, sin saber que su griterío [para Emilia Pardo Bazán es un pitío] se llama trisar, y desconociendo el más mínimo artículo de investigación que se haya publicado sobre sus comunicaciones de amor, de alarma, de mendicidad, etc. Las fronteras entre ciencia y literatura, realidad y ficción, adquieren en La odisea de las golondrinas notable protagonismo. Frente al ajado y aburrido artificio de los poetas, los artículos científicos aportan frescura y originalidad con sus experimentos sobre el vuelo de estas aves. No se puede hoy cantar a las golondrinas, que llevan colgadas a las espaldas georradares como una pequeña mochila, como lo hacían los poetas románticos o los escritores del siglo XX. Con estas experiencias tendremos que sufrir los versos de los «portaliras», como llamaba Rubén Darío a los poetas mediocres.

Le leí en una ocasión que su primer contacto con la lectura y la escritura fue, precisamente, con Bécquer. ¿No cree que cuando leemos a Bécquer sentimos que formamos parte de la naturaleza y que en el fondo no caemos en que no somos más importantes que la hoja de un árbol?

Quienes nacen al mundo con un gen de melancolía, las rimas de Bécquer le vienen como anillo al dedo. Y este era mi caso. Actualmente no les guardo tanta devoción. Las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer, convertidas en figuras estelares de la inspiración literaria, han volado con tanta frecuencia por la literatura española e hispanoamericana que algunos críticos las tachan de cursis y empalagosas. Para su mejor biógrafo, Rafael Montesinos, los nostálgicos se extrañaron de que no titulase la obra de sus rimas Libro de las golondrinas. La controversia ornitológica se mantuvo entre ciertos críticos extremosos: los «golondrinistas» y los «gorrioncistas». Por ello recomendó en varias ocasiones que lo mejor era espantarle todas las golondrinas al poeta.

Cuentan que el conocido «volverán las oscuras golondrinas» ocurre cada vez más temprano. Los movimientos migratorios, y los de esta ave en concreto, que anuncian la primavera están más que alterados. ¿Están desconcertadas realmente?

Recientemente, en 2015, un equipo de científicos de la Universidad de Milán descubrió el gen Clock (reloj), que regula las migraciones de las aves, es decir, la alarma que avisa a las golondrinas de cuándo migrar. Por tanto, el ciclo del viaje transahariano de primavera de las golondrinas de África está regulado por ese gen, cuya escasa variabilidad evolutiva explicaría las dificultades de adaptación de estas especies al cambio climático. Según sus investigadores, el estudio sienta las bases para comprender los mecanismos que gobiernan las fases y características de la migración de las aves y cómo la carga genética determinada por la capacidad reducida para la evolución de las poblaciones de aves frente al rápido cambio climático en el lugar puede causar un declive demográfico.

Ya no sólo eso. Viven en un constante peligro: entre las llamas de los incendios. Los parques eólicos con las turbinas y las cuchillas. Sin ir más lejos, inspiró a José Jiménez Lozano Las golondrinas de Chernóbil. Además, la nueva construcción de edificios impide que construyan sus nidos en balcones, azoteas, huecos de fachadas como antes… Vivir es cada vez más inhóspito…

¡Qué paradoja! Se predice un futuro donde más de la mitad de la humanidad tendrá que comer los insectos que ingiere la golondrina, y la golondrina desaparecerá porque se le habrán acabado los insectos en su cielo. Según Anders Pape Møller, el hombre que más sabe de golondrinas en el mundo, «la abundancia de insectos ha disminuido en un ochenta por ciento desde hace veinticinco años, por lo que podemos estar más cerca de la extinción de lo que pensamos». Los insectos cultivados en granjas son ya el manjar prohibido para las golondrinas. Se ha escrito mucho sobre el consumo humano de insectos, pero nadie se ha parado a pensar o imaginar qué les ocurrirá a las golondrinas cuando el hombre les arrebate su papel principal, porque el terrícola ya está empezando a practicar su misma dieta.

Seamos optimistas. Una golondrina sí hace primavera, las cosas naturales vuelven siempre, que ya dijo Unamuno.

Hay un proverbio afgano con el que podría contestar a su pregunta: «Pueden matar todas las golondrinas; no van a impedir la llegada de la primavera». Sí, porque los seres humanos las están exterminando fríamente, sin importarles que se consideren sagradas, ni que coman millones de los mosquitos que transmiten tantas enfermedades, ni que estén protegidas por la ley. Por poner un deplorable ejemplo: al ser restaurada la fachada del notable edificio de la Consejería de Economía y Hacienda de la Región de Murcia, destruyeron, arrasaron más de cincuenta nidos de golondrinas, sin que ninguna asociación  de protección animal ni partido ecologista denunciasen tal delito. Yo he tratado de hacerlo a través de varias entrevistas, pero no han hecho ni caso. Ahora están los partidos políticos sedientos de votos ante las próximas elecciones. Es lo único que les importa, y estoy seguro de que cambiarían un voto por cien nidos.

Cuentan que son unas aves muy fieles. La fidelidad hoy es una cualidad a valorar. Dicen que suelen utilizar el mismo nido, a pesar de volar a miles de kilómetros. Al regresar, se esforzarán en localizar el mismo lugar en el que estuvieron meses antes, ¿es cierto?

No siempre regresan al mismo lugar. Se han realizado escasas investigaciones y anillamientos para darlo por seguro. En cambio, en la literatura y en las historias curiosas sí se ha corrido la voz popular. Una de las novelas donde más alto vuela la imaginación con el aire de las golondrinas ha sido Dependence Day, del gran comediante británico Robert Newman, cuyas páginas recogen un fresco aliento de creatividad. Dentro de la historia semiautobiográfica que cuenta, describe un plan para hacer de las golondrinas peruanas mulas del narcotráfico, teniendo en cuenta sobre todo su regreso al mismo nido año tras año. Las golondrinas francesas estuvieron a punto de hacer el servicio militar como mensajeras del Ejército en la II Guerra Mundial. Jean Desbouvrie, que ya había realizado experimentos para criar y domesticar golondrinas, fue el que propuso ese alistamiento, pues había encontrado el secreto de entrenar y domar golondrinas después de estar trabajando con ellas desde los once años, y de ir acompañado por su revoloteo cada vez que salía con sus padres, y a su llamada se posaban en sus hombros o en sus manos. El experto les prometía a los generales el importante papel que sus golondrinas tendrían en la guerra, sustituyendo a las palomas mensajeras, por haberles demostrado su superioridad sobre ellas, tanto en lo que respecta a la rapidez de sus viajes como a la dificultad para dispararles. Entonces le objetaron que, en caso de que la guerra no fuese en primavera, ¿quién iba a traer las golondrinas?

Considero que si hay una manera de conocer los espacios naturales de nuestra tierra es justamente mirando siempre al cielo, a nuestras aves, al ser una mezcla de amor por la naturaleza, escuchando los silbidos en vuelo, que es música para los oídos…

Yo siempre miro al cielo; al cielo reflejado en las aguas cristalinas de las fuentes de Caravaca de la Cruz, ciudad santa; al tierno azul que envolvía mi pueblo de infancia; al cielo contaminado de la gran ciudad. Desde el quinto piso donde vivo observo los aviones y vencejos volar bajo mis pies, con las golondrinas desaparecidas. He buscado en la lectura el cielo de la Ciudad de Dios de San Agustín, y he citado y admirado en mi Odisea las hermosísimas palabras de Immanuel Kant: «Una vez yo vi el cielo en los ojos de una golondrina que tuve en mi mano». Mística experiencia de ver las profundidades celestiales en el ojo de una golondrina.

Las llaman aves centinelas, indicadoras de cambios. Son las mejores para comprobar la tierra y su evolución. Observándolas resulta curioso que nos tengamos nosotros por inteligentes. Somos inteligentes, pero no tanto como deberíamos para que hubiera una situación razonable en el planeta…

Les afecta el cambio climático y los pesticidas, sobre todo. Desde 1948, en que obtuvo el Premio Nobel de Medicina Paul Hermann Müller por su descubrimiento del DDT como un insecticida usado en el control de la malaria, fiebre amarilla y muchas otras infecciones causadas por insectos vectores, hasta hoy, el mundo que habitamos ha cambiado sobremanera. ¡Qué contradicción! Las golondrinas, que actúan como pesticidas ecológicos, han muerto por millones a causa de las repercusiones del DDT.

Carlos Selva Andrade, en Pájaros de América, se atreve a atribuir a las golondrinas por su conducta al fabricar los nidos un atisbo de inteligencia, y algunos genetistas creen que Dios programó el código genético del hombre y de la golondrina. Francis Collins, director del Proyecto del Genoma Humano, confiesa en su libro ¿Cómo habla Dios? que el descubrimiento del genoma humano le permitió vislumbrar el trabajo de Dios, y André Collar aseguró que Dios sería también el autor del genoma de la golondrina sobre el que tantos científicos han investigado recientemente.

Además, son portadoras de gran misticismo. Es conmovedor el simbolismo en la religión, la iconografía religiosa, como esa leyenda que cuenta que quitaron las espinas a Cristo en la cruz. Más motivos para creer en Dios y en el misterio de la vida. La naturaleza es demasiado perfecta para ser fruto de la casualidad, ¿no cree?

Un sensibilísimo poeta-sacerdote italiano, Antonio Corsaro, proclama en tres de sus versos que a quien descubrió en el ojo de la golondrina fue a Dios: «En el ojo de la golondrina, / te veo, mi dulce Señor, / como un espíritu conmovedor que me busca». Las excomuniones a las golondrinas fueron frecuentes en algunos países de Europa y de Nueva España hasta que los teólogos católicos, en los comienzos del siglo XVII, opinaron que no era probable que Dios sancionara la expulsión de la Iglesia de criaturas pertenecientes al reino animal. En 1717, el propio Papa prohibió la excomunión de animales, y pocos juicios eclesiásticos de ellos ocurrieron después de este año. Resultaba chocante que, en diversas iglesias, catedrales o conventos, los sacerdotes excomulgaran a las golondrinas, que, según propagaba una leyenda, eran consideradas santas por haberle arrancado a Cristo las espinas de la crucifixión con sus picos. Contra esas anatematizaciones también existía un precedente cantado por el rey David en uno de sus salmos: las golondrinas a las que se permitía construir sus nidos en el altar del templo de Jerusalén donde los sacerdotes ofrecían sus sacrificios.

El escritor José María Merino se quejaba hace poco de que «no hay golondrinas, pero hay basura por todas partes». Habría que denunciar constantemente la pasividad ante tanta dejadez y tanto mal empleado en destruir el planeta…

En la actual situación, deberíamos hacernos todos socios de la ONG Greenpeace, animarla a que se presentara como partido político en todos los países del mundo. No hay mejores performances de denuncia que los suyos, colocando sus barcas entre los arponeros y las ballenas, desplazando una enorme sartén con un huevo frito en el Mar Menor (Murcia) para así poner de manifiesto el calentamiento progresivo que sufren los mares y el planeta. La Agencia de Medio Ambiente británica ha descubierto que las golondrinas del complejo nuclear de Sellafield se han contaminado debido a la ingestión de los mosquitos que revolotean sobre los tanques de almacenamiento de agua radiactiva. La Agencia empezó su investigación tras detectar altos niveles de radiactividad en los excrementos de las golondrinas bajo sus lugares de nidificación o de reposo, frecuentemente ubicadas en zonas urbanas.

Pero insisto, veamos la cara positiva. En España tenemos trigo, vino y aceite y tenemos mares donde poder pescar y bañarnos. Y luz y sol y campos para labrar y montes que proteger. Debemos seguir siendo un país donde se respete la experiencia. Ya casi todo esto suena a defender utopías.

Deberíamos comenzar a desenmascarar a los exterminadores de la naturaleza para quitarlos de en medio; tratar de no incrementar la basura espacial y oceánica. Prohibir de una vez por todas la fabricación de plásticos. Darles más voz a los defensores de la naturaleza, de la biodiversidad y de los animales. Vivimos escuchando noticias que nos aterrorizan: las temperaturas aumentan, los bosques se queman, las pandemias, los huracanes, nos quedamos sin agua, las abejas desaparecen, las golondrinas en peligro de extinción…

Habrá que recordar a la gente que tanto correr y preocuparse de tantas cosas innecesarias no lleva a nada. Se les olvida ese verso de Juan Ramón Jiménez «yo me iré y se quedarán los pájaros cantando».

Es cierto. Sería un suplicio que me otorgaran un Premio Nobel cada final de mes, me tocasen millones de euros en la lotería semanal o me nombrasen doctor honoris causa en cien universidades de Europa. Qué agobiante sería este mundo si no se pudiese disfrutar del silencio, de la soledad, del anonimato, de la sencilla humildad. No tiene precio respirar y saber que estás vivo.

Nieves B. Jiménez
Nieves B. Jiménez
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