Rosa Pich-Aguilera (Barcelona, 1965) es madre de dieciocho hijos. Su marido y compañero de vida, Chema Postigo, falleció hace seis años por un cáncer de forma repentina. Ambos venían de familias numerosas y juntos han formado la familia más numerosa de Europa. Nunca les ha faltado la enfermedad, pero siempre ha sido mayor la alegría y la sobrenaturalidad. Tras el fallecimiento de dos de ellos, pronto les recomendaron que dejasen de tener hijos, pero «nadie se debe meter en la cama de papá y de mamá». Nacieron después otros quince hijos, que hoy viven felices repartidos por el mundo. Ahora lucha en familia contra el cáncer de Rafa, benjamín de la familia. «En estos momentos estoy notando de verdad que la unión hace la fuerza», sentencia.
Hace muy pocos días se cumplía el sexto aniversario del fallecimiento de tu marido Chema. ¿Cómo sigue presente su figura en vuestra familia?
Sigue presente cada día porque es el padre de nuestros hijos. En casa lo mencionamos, hablamos de él, de lo que pensaría de tal tema, de qué estaría opinando… Forma parte de nuestra familia porque, aun si estar físicamente, sigue siendo mi marido y el padre de nuestros hijos. Lo vivimos con mucha naturalidad.
Una naturalidad que no sería tal sin la fe.
No. O por lo menos es lo que yo veo desde nuestro caso concreto. Sin la fe, no podríamos seguir adelante. No entendemos muchas de las cosas que nos pasan, de las cruces que nos pone el Señor. Pero la fe nos da fuerzas para saber que precisamente vienen del Señor. ¡Y menos mal que tenemos fe! Porque sino yo sería la primera en abrir la ventana del hospital y me tiro. A veces parece broma que nos estén pasando tantas cosas en tan poco tiempo. Pero la fe nos sostiene.
Vayamos al principio. Tu marido Chema venía de una familia muy numerosa y tú de una numerosísima. ¿Tener 18 hijos fue plan vuestro o plan de Dios?
Chema y yo nos casamos jóvenes y con la ilusión de formar una familia, pero no habíamos pensado si cinco, doce, tres o uno. Éramos jóvenes, teníamos ganas de soñar y cambiar el mundo, los dos éramos muy líderes y soñadores, y los hijos fueron llegando uno detrás de otro. En ningún momento nos propusimos tener 18 hijos y ahora mirando hacia atrás pienso que lo volveríamos hacer, claro que sí. Pero no salió de nosotros. Piensa que cada hijo es único y con nuestra primera hija ya nos sentimos totalmente padres. Nació el primer hijo el primer año; el segundo nació un año después y el tercero también. Y mi padre, como buen ingeniero, estaba contento: «¡Rosa, máxima producción!».
Sin embargo, pronto aparecieron problemas.
Los médicos nos dijeron que nuestra tercera hija, Montsita, iba a fallecer. Se nos fue a los diez días, y el segundo falleció también a los cuatro meses. No sabíamos qué estaba pasando, no entendíamos nada. Mi hija mayor, a quien pusieron un marcapasos, también falleció años después. Los médicos nos recomendaron que no tuviésemos más hijos. Nosotros estábamos sanos pero nacían los hijos con problemas de corazón. Sin embargo, nosotros decidimos que nadie se mete en la cama de papá y mamá. Nuestro hijo lo es para toda la vida, «en la salud y en la enfermedad», para siempre. Por eso dijimos lo mismo a todo el mundo, ya fueran médicos de Barcelona o ministros comunistas cuando dábamos conferencias en China: nadie se mete en nuestra cama. Y así hasta el día de hoy, que tuvimos dieciocho hijos y quince que viven felices.
Con una familia tan numerosa, será difícil encontrar ratos de intimidad.
En casa somos muchos, claro. En la habitación de los chicos duermen seis y en las de chicas, cuatro y tres. Lo pasamos muy bien juntos, pero es verdad que cada uno necesita ratos de libertad y tranquilidad. Muchas veces, de hecho, estamos todos juntos en el salón pero en silencio, cada uno leyendo, o hablando con una amiga, o con redes sociales… Pero sí, como cada hijo es único, trato de encontrar momentos de intimidad con cada uno. Voy por las mañanas a Misa y rezo por todos ellos. Ahora, además, vivo en casa sólo con siete hijos y pienso en cada uno de ellos, en sus ilusiones e inquietudes, en lo que les preocupa. En esto los padres tenemos que aprender y encontrar un hueco para estar a solas con ellos, para comentar sus problemas, para quererlos individualmente. Eso sí, en la cena nos juntamos diariamente toda la familia para contar nuestros avatares y anécdotas.
Dicen que en las familias numerosas las alegrías se multiplican y las penas se dividen…
Eso es totalmente cierto. Las alegrías se multiplican por infinito. En nuestra casa cuando hay juerga, hay tanta que lloramos de la risa. Y cuando viene un contratiempo entre todos se vive mejor. El otro día, que queríamos celebrar el funeral de mi marido, que mucha gente quería venir y teníamos ilusión por rezar todos juntos por Chema, tuvimos que ir al hospital a la revisión de mi hijo Rafa y ahí se quedó ingresado. Yo esa mañana sólo le había pedido un regalo a Chema y, en fin, pues ya está. Habíamos preparado con cariño la misa, habíamos preparado una cena especial y nada. Pero lo vivimos con mucha paz porque ya rezaremos otro día por el alma de papá, ya cenaremos algo rico otro día. Por eso te decía que sin fe todo esto sería imposible. Nosotros estamos a lo que toca y aquel día tocaba hospital.
Hablemos brevemente de Rafa, benjamín de la familia. ¿Cómo se vive la enfermedad rodeado de tantos hermanos?
Pues mira, nos sorprendió mucho el cáncer de Rafa. No hacía ni seis años que habíamos enterrado a mi marido, y ahora nos viene un cáncer. «Señor, esto parece una broma», pensé. Pero al final las cosas vienen como vienen y tenemos la suerte inmensa de ser muchos hermanos. Por las noches siempre se queda algún hermano con él cuando está ingresado y cuando vienen de clase y de trabajar le cantan y le bailan. Todos están preocupados por sacar una sonrisa a su hermano. El cáncer nos está haciendo sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Es verdad que no nos lo esperábamos para nada, teníamos aún el corazón herido de la marcha de mi marido, pero así nos ha venido. Para Rafa son mínimo seis meses sin ir al colegio, sin jugar los partidos de fútbol que tanto le gustan. Podría vernos tristes, claro, hay muchos motivos. Pero en nosotros siempre ve una sonrisa, porque siempre pensamos en salir adelante. Nos están cuidando mucho y estoy notando que la unión hace la fuerza.
Veo que la enfermedad siempre ha estado presente en casa, pero nunca ha sido mayor que la alegría
Sí. Hay que estar alegres siempre. Ahora no nos podemos desanimar. El otro día eran las cuatro de la mañana y Rafa tenía mucho dolor. Nos pusimos a llorar mi hijo y yo porque ya no podíamos más, pero estamos aprendiendo a ser fuertes. Nos apoyamos unos a otros y en casa todos estamos en lo mismo, en salir adelante. Dios nos ha dado esta situación y nosotros estamos rezando mucho. A pesar del dolor, lo estamos viviendo con mucha paz. Y en familia.