Comenzaba mi artículo anterior señalando la contradicción entre la realidad y la opinión pública, generalizada en los Estados Unidos, que mantiene que el Partido Republicano es intervencionista, imperialista y racista, entre otras perlas. La situación real —ya lo sabemos— no es ésa, pero las mentiras repetidas una y otra vez provocan que falsedades pasen a la conciencia colectiva, y el Partido Demócrata es experto en ejercicios de manipulación masiva de la historia y la realidad.

Porque hoy en día el Partido Demócrata presume de ser el gran adalid de los afroamericanos, auténtico granero de votos azules. Parece lógico pensar que, precisamente por ello, es el menos interesado en poner fin a los problemas específicos de esa comunidad. Y no es que sólo sea lógico, es que también es cierto. Únicamente hay que observar las tendencias de las ciudades gobernadas por Demócratas desde hace cuarenta años, y la situación de las comunidades negras entonces y ahora.

De hecho, hasta los años 60, en los Estados Unidos los Demócratas estaban en contra de los derechos civiles de los negros, y los negros votaban rojo. Desde su fundación en 1828, el Partido Demócrata defendió el orden establecido; la esclavitud y la segregación racial. El Partido Republicano fue fundado en 1854 precisamente como partido abolicionista y opuesto al demócrata. Una búsqueda rápida en Google basta para encontrar cartelería que apuntala este hecho: «La Plataforma Demócrata es para el hombre blanco, la Plataforma Republicana es para el negro».

En 1857, la Corte Suprema negó la categoría de ciudadanos a los esclavos (Drew Scott vs. Sandford) con el voto a favor de los siete magistrados demócratas y en contra de los dos republicanos. De hecho, la oposición de los demócratas a las políticas abolicionistas republicanas fue una de las razones principales por las que estalló la Guerra de Secesión. Una vez que el sur perdió la guerra contra el norte republicano de Abraham Lincoln, el demócrata Nathan Bedford Forrest fundó una de las organizaciones estadounidenses más siniestras: el Ku Klux Klan, para continuar la lucha contra los derechos civiles de los negros. Esta macabra organización fue disuelta oficialmente en 1870 por el presidente Republicano Ulysses S. Grant.

En 1865 los Republicanos consiguieron tramitar la 13º enmienda, que abolía la esclavitud. En 1866, la 14º enmienda, que concedía la ciudadanía, hasta entonces negada, a los afroamericanos. En 1869, la 15º enmienda, que otorgaba el derecho de voto a los ciudadanos negros. Todas las libertades y derechos obtenidos durante esta etapa, llamada de la Reconstrucción, fueron posibles gracias a la permanencia del Ejército Federal en el sur del país.

Pero, tras este periodo de orden y progreso, los demócratas volvieron a hacerse con el poder en las legislaturas estatales. Desde sus posiciones de poder, las legislaturas blancas de los demócratas establecieron las leyes conocidas como Jim Crow: leyes estatales y locales que propugnaban por la segregación racial y prohibir —o dificultar— la posesión de negocios por parte de ciudadanos afroamericanos, entre otros objetivos.

A pesar de esto, los nuevos derechos civiles de la comunidad negra posibilitaron que, para 1900, un total de 22 representantes afroamericanos —republicanos todos ellos— sirvieran en el Capitolio de Washington. ¿Y el Partido Republicano? No fue hasta 1935 cuando contó con un representante negro entre sus filas.

En 1963, el presidente Demócrata J.F. Kennedy, católico de ascendencia irlandesa, propuso el proyecto de ley de la Civil Rights Act, que prohibía la discriminación por la raza, el color, la religión, el sexo o el origen nacional. Sin embargo, este proyecto de ley fue frenado por el Senado, y el presidente Kennedy, asesinado cinco meses después. Su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, se comprometió a sacar adelante la ley, pero, curiosamente, Johnson tuvo que enfrentarse al filibusterismo de su propio partido, que orquestó la sesión más larga de bloqueo democrático del país: más de 70 días. No fue sino gracias al apoyo del Partido Republicano, que la Civil Rights Act fue aprobada y se terminó con las leyes Jim Crow.

Habiendo fallado en evitar la abolición de la esclavitud, la ciudadanía negra y el derecho a voto, los Demócratas llevaron a cabo su obra maestra. O, en palabras del presidente Johnson: «Tendré a esos nigg*s votando Demócrata hasta dentro de doscientos años».

En 1965 Johnson promulgó la Voting Rights Act (Ley de Derecho al Voto), que consagraba los principios de la republicana 15º enmienda casi 100 años después. Ya que la conquista de derechos de los afroamericanos parecía definitiva, sería conveniente contar con sus votos. La conquista de la igualdad racial llegó como un torbellino y, si en 1958 tan sólo un 4% de los estadounidenses aprobaban el matrimonio interracial —convertido en legal en 1967—, en 2016 la cifra se colocaba en el 87%. Pese a lo manido del término «racista», realmente no hay mucha gente que lo sea per se.

Tras la Voting Rights Act, los demócratas comenzaron una campaña de desinformación masiva, identificando a los republicanos con los confederados —contra quienes lucharon en la Guerra de Secesión—, y con el KKK —organización fundada por un demócrata y prohibida por un gobierno republicano.

Hoy en día, los demócratas siguen valiéndose de este gran fraude histórico, y los Republicanos no saben o no quieren rebatirlo. La victimización de los negros, abanderada por los Demócratas, es símbolo de un racismo paternalista que utiliza viejos odios para hacer política. Ser Demócrata no significa ser racista de manera automática, pero emplear los problemas de una comunidad racial particular para acercarse al poder es, cuanto menos, deleznable.

En las ciudades gobernadas por demócratas, la población afroamericana todavía suele tener peores condiciones de vida que la blanca, ya que esta desigualdad mantiene viva la llama del odio y permite la gran cosecha azul. El Partido Demócrata es, si no creador, sí perpetuador de gran parte de los problemas socioeconómicos de la comunidad afroamericana, tornados de coyunturales a estructurales y eternos. Sus soluciones, lejos de serlo, tan solo acentúan más las dificultades de quienes sufren el «racismo sistémico» y ensanchan la brecha entre las comunidades raciales de la sociedad estadounidense, plural y diversa por naturaleza, impidiendo cualquier diálogo social que no lleve aparejada una completa sumisión de una parte a la otra. De hecho, este espíritu revanchista fue lo que apuntaló el declive de grandes y ricas ciudades como Detroit o Baltimore, provocado por muchas otras razones.

Que las comunidades negras han sufrido racismo durante siglos es innegable, al igual que todavía queda mucho por hacer; pero que el Partido Republicano, fundado abolicionista, sea tenido como racista, es increíble. Difícilmente podrán los Estados Unidos superar el racismo mientras el Partido Demócrata siga sembrando su cizaña para cosechar.

Alejandro Cuevas
Eterno aprendiz. No esperes sino honestidad, simples reflexiones y muchas preguntas de alguien que busca, como observador, comprender el mundo. Las respuestas, de momento, no las tengo.