José María Marco (Madrid, 1955) es uno de los principales intelectuales de la derecha española. Profesor universitario y articulista de prestigio, es autor de innumerables obras. Ha dedicado buena parte de su vida al estudio de Manuel Azaña, probablemente uno de los personajes más llamativos del siglo XX. Después de muchos años estudiando a Azaña, en su última obra Azaña, el mito sin máscaras (Encuentro, 2021), Marco parece haber llegado por fin a entender a uno de los protagonistas esenciales de la Segunda República Española.

Analizando su biografía, uno aprecia que está muy ligada a la figura de Azaña. ¿A qué se debe el interés?

Me eduqué en el Liceo Francés aquí en Madrid, es decir, una educación muy francesa, en una familia que había sido muy republicana y que tenía las memorias completas de Azaña en casa. Fue ahí cuando empecé a estudiarle.

Al leer su obra, había algo que no acababa muy bien de comprender, tenía una forma de hablar de España que no entendía. Fue eso lo que, después de dar muchas vueltas, me hizo volver a la leer a Azaña. Esa mezcla de republicanismo, de inclinación por lo español, de búsqueda de lo español puro, tenía una prosa que me resultaba muy novedosa. También el hecho de que no estuviese muy estudiado. Me enfrentaba a un autor que yo mismo tenía que aclarar. Fue eso lo que me llevó a leer a Azaña. Luego le he dado muchas vueltas porque el personaje es muy complicado. Cuanto más profundizas, más complicado resulta.

Ha habido un cambio de opinión. Supongo que sería un proceso largo.

Ha habido un cambio sustancial. Yo admiraba muchísimo a Azaña, pensaba que era un personaje que ayudaba a entender la situación española del siglo XX y que incluso había sido injustamente tratado. Me identificaba un poco con la visión republicana clásica. Ahora la visión es mucho más crítica y distanciada, aunque también es cierto que hay cosas que no han cambiado. Realmente lo que ha habido es un proceso de profundización. Ahora lo veo más próximo, aunque no he terminado de entenderlo. Eso es imposible.

En noviembre de 2020, el Congreso realizó un homenaje a Azaña con la participación de la práctica totalidad de los partidos políticos. Supongo que no le sorprendería.

No me sorprende. En realidad, tampoco me parece mal en cierto sentido. Las figuras históricas, aunque sean muy controvertidas, creo que deben ser homenajeadas. Ya ha pasado demasiado tiempo como para poder ver las cosas con cierta distancia. Otra cosa es que se construya un mito intocable y que parezca que cuando criticas el mito estas atacando los principios del progresismo y de la izquierda española. Eso es un absurdo. Pero que se le hagan homenajes no me parece mal. Al fin y al cabo, lo que podemos criticar de él son cuestiones puramente políticas e intelectuales. Tiene responsabilidades muy serias, pero como mucha gente de la época.

En aquel homenaje Batet dijo que era un hombre de consensos y que estaría orgulloso de la Transición de 1978.

Se equivocaba completamente. Puede pensar eso, pero para llegar a pensar eso hay que desconocer muy profundamente a Azaña o no haberlo querido leer. Supongo que Batet no habrá frecuentado demasiado la obra de Azaña y se fía de gente que le ha dicho cosas. Pero no, Azaña no era un hombre de consensos. De hecho, el interés de Azaña es que no es un hombre de consensos.

La Segunda República se podía haber fundado sobre un consenso de republicanos de derechas y de izquierdas. Había un núcleo fuerte, desde Martínez Barrios hasta Lerroux, pasando por Alcalá Zamora, de personas de derechas que venían de la Monarquía y que deseaban un nuevo régimen. Es decir, había elementos suficientes para crear una república con un gran consenso, pero Azaña lo rompe. Es un hombre de ruptura, concretamente de revolución. Lo dice él mismo.

¿Cómo nace el mito? Porque realmente, y usted lo recoge en el libro, tiene frases demoledoras. Por ejemplo, eso de «España ha dejado de ser católica» o «la vida de un republicano no vale todos los conventos de Madrid». Leyendo esas frases, sorprende que se haya mitificado de esa forma.

El mito tiene dos momentos. El primero, en la Segunda República después de 1934, cuando lo encarcela el gobierno de derechas. Ahí nace un primer momento del mito, e incluso Azaña empieza a creerse su propio mito, algo que termina siendo un absoluto desastre, porque se pone al frente de un movimiento que él no controla, que es el Frente Popular. Ese mito luego desaparece, porque tras la guerra, cuando empiezan a publicarse las obras de Azaña, recibe muchísimas críticas por parte de los republicanos, ya que esas obras eran muy duras con la Segunda República. La Velada en Benicarló, lo que se conoce de las memorias y algunos artículos son recibidos con muchas críticas.

Después, el mito tiene un segundo momento, a partir de la publicación de las obras completas, y está relacionado con la Transición. Ese mito se crea porque la izquierda necesita referentes que vayan más allá de lo mitológico, es decir, políticos de verdad, con capacidad de consensos. Necesitaban políticos como Cánovas o Sagasta. Es ahí cuando se crea la idea de un Azaña como fundamento de la democracia española y de la Monarquía de 1978. Se basa principalmente en los discursos de guerra, que realmente son muy hermosos. Todo lo demás se borra o se le da un significado muy particular. Realmente, el mito es muy difícil de edificarse viendo lo que el personaje hace y dice.

Ha sido muy respetado incluso en ámbitos liberales y conservadores.

Yo mismo he participado en ese asunto. Hubo un respeto intelectual por Azaña muy de los años 70 y 80 por parte de profesores universitarios y de catedráticos de Derecho, que pensaban que Azaña tenía un buen bagaje intelectual y decía cosas que eran muy interesantes, aunque luego tomara decisiones un poco extravagantes.

Por otra parte, la derecha española, sobre todo Aznar, buscaba en Azaña cierta expresión de patriotismo. Aunque las consecuencias de sus decisiones no son especialmente positivas para la sociedad española, siempre habla de España con elocuencia y con cariño. Y eso ha sido muy importante para parte de la derecha española. Luego ya la derecha ha cambiado, pero ha quedado ese respeto por los mitos de la izquierda.

Después de leer el libro, uno se queda con una imagen de un hombre autoritario.

Comprendo que dé esa imagen. Es un hombre que no negocia, no dialoga, no se expone a entender con sinceridad y apertura lo que los demás le dicen. Parece como si tuviese el monopolio de la razón. Aunque yo diría que más que autoritario era soberbio, porque luego no sabe muy bien qué hacer con los poderes que le otorga la Constitución. Cuando estalla la guerra, no sabe qué hacer con todos los poderes con los que cuenta; se queda paralizado, no los utiliza. Eso no es propio de un carácter autoritario, ya que podría haber intervenido y hacer cosas que incluso pensaba hacer, pero que no las hace. Se limita a hacer discursos y a intentar maniobras de paz con Franco a través de las potencias democráticas. Es sobre todo arrogante.

Y profundamente antiliberal.

Muy antiliberal. Él leyó mucho a los conservadores nacionalistas franceses, cosa que nunca se ha dicho, aunque algunos que conocieron a Azaña lo sugirieron. Hay una reacción en contra de su familia y elabora una novela familiar, que es otra característica del personaje. Hace una crítica de sí mismo a través de su familia, ya que su familia era liberal; hay un antiliberalismo muy familiar. Por otra parte, hay un antiliberalismo muy generacional, de toda la gente de la época que cree que el fracaso de España se debe al liberalismo. Y luego es muy antiliberal en el otro sentido, cuando no parece muy dispuesto a conceder que los demás puedan tener la razón en algo.

El recoge dos hechos históricos muy relevantes: primero, que intenta alargar las Cortes Constituyentes; segundo, intenta anular las elecciones generales de 1933. Eso define bastante al personaje.

Lo primero es muy conocido porque fue un elemento clave para suscitar una oposición muy fuerte al gobierno de Azaña. Cuando proclaman la Constitución de 1931 había dos caminos, o bien convocar otras elecciones, o desarrollar la Constitución con otro Parlamento. Azaña prolonga las Cortes Constituyentes e intenta llevar a cabo las reformas que él tenía en mente, como podían ser la reforma agraria, del ejército, la Iglesia y el Estatuto de Cataluña… pero realmente resulta muy artificial.  Eso suscita una opinión pública muy en contra de él. De hecho, pierde las elecciones. Y cuando las pierde, intenta hacer maniobras a través de Alcalá Zamora para tenerlas como no ocurridas, lo cual dice bastante del personaje. Ya no estamos hablando del terreno liberal, sino del democrático.

Su relación con Alcalá Zamora era mala.

Pésima. Es una historia muy divertida, ya que los dos tienen una biografía paralela. Ambos son hijos de buenas familias, liberales, rurales… aunque Azaña es de Alcalá de Henares, él cree que Alcalá Zamora es una especie de un planeta lejano. Sus familias les habían pagado buenos estudios, habían estudiado Derecho los dos, tenían carreras muy brillantes… es la élite de la segunda restauración. Están destinados a democratizar España.

Luego sus caminos se separan, ya que Azaña se retira de la vida pública, y se reencuentran en la Segunda República, aunque a esas alturas tienen enormes diferencias, ya que Alcalá Zamora es un liberal clásico y Azaña un revolucionario. Los dos se parecen mucho en que son muy oligárquicos; ambos heredan eso de las élites de la restauración. En el fondo es algo muy liberal. No están acostumbrado a que la política se proyecte sobre la opinión pública de verdad. Azaña piensa en términos de élites liberales, en el sentido de que él cree que con la opinión de las élites basta.

¿A qué se debe su anticlericalismo? Su espejo es Francia.

Su espejo es Francia, sí. Hay una incorporación de parte del republicanismo francés, pero luego hay una reelaboración del anticlericalismo que es muy personal y profunda. Hay que meterlo en el lado ese de recreación de una novela personal, que es donde siempre juega Azaña. Reinventa una especie de anticlericalismo feroz. No sé si hubo algo personal que justificara eso o simplemente respondía a una realidad concreta. Es una elaboración intelectual de una posición política. Habla de varias veces de la religión, pero siempre suena muy falso y artificial. En ese campo tiene un problema no resuelto que no sabemos muy bien cual es.

Una de sus prioridades fue reformar el ejército. Ya en 1918 publicó una ponencia para reformar el ejército. Viendo lo ocurrido en 1936, es evidente que fracasó.

La Segunda República fue un régimen sobre el que se proyectan muchos deseos. Hay una parte de la sociedad española que piensa en el nuevo régimen como algo revolucionario y hay otra parte que piensa en un periodo reformista, como un impulso liberal y constitucional de la España anterior, pero sin el Rey. Lerroux, Alcalá Zamora, Miguel Maura y otros ven la Segunda República como una continuación del anterior régimen, pero llevando a cabo las necesarias reformas.

La reforma del ejército es una de las reformas que había que hacer. Es una reforma ante la cual la opinión pública está expectante y Azaña parece que responde a esa expectativa. Sin embargo, a la hora de intentar abordar esa reforma, no negocia con nadie. El problema es la arrogancia de la que hablábamos antes: intenta la reforma sin negociar con nadie. No hay actas, ni rastro de diálogo con los militares. Entonces eso crea una situación muy peligrosa. Realmente, él no quiere una simple reforma, sino que intenta republicanizar el ejército, es decir, quiere un ejército nuevo. Detrás de la reforma del ejército hay una reforma total del país; esa reforma es la republicanización total de España.

Para él la república estaba por encima de todo.

De todo. Al final parece darse cuenta de que las cosas han llegado lejos, y es cuando habla de que el Museo del Prado vale más que la República y la Monarquía. Más que una autocrítica, son una serie de reflexiones de ciertas exageraciones que él mismo había realizado. Pero sí, la república estaba por encima de la democracia, del liberalismo… de todo.

Entonces vivió la caída de la Segunda República como un verdadero drama.

Sí, había fracasado él. Supone un drama total. En este asunto es algo contradictorio, porque se da cuenta que ha llegado demasiado lejos, pero no encuentra la forma de salir de esa trampa en la que se ha metido. La república es una solución a un problema vital. Esa es la sensación que da. Y claro, cuando una cuestión externa viene a solucionar algo interno, no se puede apartar la posible solución. Entonces es una situación complicada, porque hay una república que no es exactamente lo que él quería, pero que no deja de tener un significado especial porque le resuelve a él un problema interno, que no sabemos muy bien cual es. Se queda ahí entre la crítica y la capacidad para salir de la situación. Es una situación dramática.

¿Cómo lo definiría ideológicamente? Leyendo el libro da la impresión de que solo cree en él mismo.

Eso es una de las características de Azaña. Ideológicamente representa un republicanismo radical a la francesa.

Llegó a decir que le repugnaba todo lo que fuese de derechas.

Eso es una verdadera provocación. Él cuenta que se lo dijo a Alcalá Zamora en una conversación y probablemente fuese verdad, pero no deja de ser una provocación. Aunque el fondo es cierto: la república sólo podía ser de izquierdas; Azaña no concebía una república de derechas. Ése es el núcleo duro de su ideología.

Otro punto interesante es su relación a Cataluña. Al principio estaba dispuesto a llevar a cabo un Estatuto de Autonomía, pero en la guerra llegó a criticar muy duramente a los nacionalistas.

Azaña empieza con cierta crítica al nacionalismo porque hereda el liberalismo clásico centralista español, aunque luego se vuelve muy catalanista y partidario de la autonomía. La pone en marcha en la Segunda República; piensa que la república viene a solucionar el problema de la articulación del Estado español. Apuesta muy fuertemente por los nacionalistas catalanes, confunde el nacionalismo con Cataluña y luego se da cuenta de que los nacionalistas catalanes no están dispuestos a ser leales con la Segunda República.

Durante los primeros años, incluso en la revolución del 34, no le da demasiada importancia a las deslealtades de los nacionalistas, porque lo importante para él es crear una a republica de izquierdas; todo lo demás es secundario. Cuando estalla la guerra, pues se da cuenta de que están haciendo la guerra por su cuenta. Pero incluso en esas circunstancias no quiere renunciar al Estatuto. Por una parte, es muy crítico con los nacionalistas y retoma aquella frase famosa de Espartero de que es necesario bombardear Barcelona cada 50 años, pero al mismo tiempo quiere concederle un Estatuto. Es algo realmente sorprendente.

Durante años se ha dado incluso la imagen de un Azaña muy humano. ¿Él tuvo algún tipo de participación en la represión que tuvo lugar en Madrid?

No, estoy seguro de que no. Hay una decisión clave que tiene una repercusión enorme en la cuestión de la represión y de los crímenes, que es el reparto de armas a los sindicatos. El gobierno de Azaña y él mismo asume la responsabilidad del reparto de armas. Cuando repartes armas en unas circunstancias como aquellas, las consecuencias pueden ser tremendas. Además, está su responsabilidad política, no vamos a lavarle la cara a Azaña. Pero en cuanto a cuestiones concretas estoy seguro de que no.

Él vive de cerca el asunto, hay familia suya que padece, puede escuchar los disparos de los paseos desde el Palacio de Oriente, está en varias casas de propietarios que han sido asesinados durante la represión… lo ve y al mismo tiempo no quiere verlo. Se encuentra en una zona complicada. Siente mucho, padece mucho y además lo expone muy bien. Se esfuerza mucho en decir que está sufriendo infinitamente. Sin embargo, no hace gran cosa para parar la represión. En esto también Azaña es complicado.

¿Él en algún momento cree que se puede ganar la guerra?

No. Ya en septiembre de 1936 da por perdida la guerra. Desde que Francia e Inglaterra deciden no intervenir, da por perdido el conflicto. Además, el diagnóstico es muy claro: no van a intervenir las potencias democráticas, van a intervenir Alemania e Italia y el gobierno de la Segunda República está implicado en una revolución interna, con lo cual más tarde o más temprano, se da cuenta de la imposibilidad de ganar el conflicto.

Intentó negociar la paz con Franco.

Intenta negociar indirectamente. Lo que intenta es que Francia e Inglaterra intervengan imponiendo un alto el fuego. En algunos casos intenta acercarse a la Italia de Mussolini para ver si puede negociar con Baleares, pero sobre todo su obsesión es que Francia e Inglaterra intervengan para imponer un alto el fuego. Piensa que si se produce ese alto el fuego automáticamente se iniciaría un proceso de negociación. Habría que ver si hubiese dado resultados.

¿Tuvo diferencias con Negrín?

Muy importantes. Negrín era partidario del proyecto de la URSS de continuar la guerra a toda costa. Azaña incluso dimite antes de que termine la presidencia de Negrín, porque cuando Francia e Inglaterra reconocen a Franco, él da por perdida la guerra.

¿Cómo es el año que pasa desde que acaba el conflicto hasta su muerte?

Es un año horrible en el sentido literal. Aprovechando los días de alegalidad en Francia, cuando los alemanes toman Alemania y se crea la Francia libre, el régimen de Franco aprovecha para secuestrar a algunas personas, entre las que se encuentra Rivas Cherif, el gran amigo de Azaña. Mientras todo eso ocurre, también se encuentra muy enfermo: el corazón destruido, un colapso cerebral, le llegan las noticias de que Rivas Cherif es detenido… realmente es una historia horrible y siniestra.

Y el pesar por el fracaso de su proyecto, ¿no?

Supongo que sí, aunque es complicado decirlo. Nunca sabes hasta dónde Azaña cree que ha fracasado. Para él, siempre fracasan los demás.

¿Era un escritor frustrado?

Siempre se ha dicho. Era un gran prosista y un gran lector desde muy joven. Tenía una prosa conceptual y musicalmente muy rica. Le hubiese gustado ser de otra manera, pero lo que le sale es el concertismo español clásico. Tiene una escritura muy interesante y atractiva. Las memorias son un prodigio de prosa

Sus discursos son muy famosos.

Tiene una capacidad de oratoria extraordinaria. No es demasiado brillante en la mayoría de las ocasiones, pero es interesante y resulta atractivo. Es un gran prosista. Quería ser un artista, pero no tenía imaginación; no tenía la capacidad de crear un mundo nuevo. De hecho, él creía que la Segunda República era su proyecto artístico.

No le gustaba nada el derecho.

No le gustaba nada. Lo encontraba un mundo muy aburrido. Él hace derecho porque es inteligente y se saca las oposiciones con mucha facilidad.

Me ha llamado mucho la atención que por una parte quiere llevar a cabo su proyecto de república, pero al mismo tiempo rechaza participar en la elaboración de la Constitución. ¿Por qué no le gusta la Constitución de 1931?

Azaña piensa que la Segunda República es superior al texto constitucional. La Constitución es un simple instrumento, unas normas que tienen una cierta importancia, pero que no tienen una verdadera trascendencia. Azaña carece por completo del amor a la ley que debe caracterizar a alguien que se dedica al derecho. Es muy pragmático. Cree que la decisión política es mucho es más importante que todo lo que requiere el llegar a ella.