José María Contreras Espuny (Osuna, 1987) nunca quiso casarse ni ser padre. Sin embargo, con 35 años, su vida gravita en torno a su mujer y sus cuatro hijos y no puede «elegir una vida en la que ellos no estuviesen». Hablamos con este padre sin vocación con motivo de su nueva criatura, Niños apocalípticos, (Monóculo, 2022), bautizada este pasado mayo en la Feria del Libro de Madrid.

He sido incapaz de encasillar el libro en un único género: ¿es más drama, por lo apocalíptico, humor o costumbrismo?

No lo sé. Es lo que puedo escribir, o lo que me sale escribir. Estos artículos se publicaron en El Debate de Hoy. El formato era un número concreto de caracteres y, dentro de esos caracteres, lo que me sale. No lo pienso de antemano. Es verdad que es periodístico, porque sale así, pero también ensayístico y narrativo

¿Es el humor el recurso que utiliza para esconder ciertos miedos ante el vértigo de la paternidad?

Sí claro, también cierto odio. Soy un absoluto misántropo. Lo odio todo y también tengo un desacuerdo casi general «al todo» con la sociedad y con mi tiempo. Pero también es risible; es muy ridículo estar en contra de todo y odiar a todo el mundo. En el fondo, hay algo absurdo. Si te sales de ti mismo, te ves como por fuera, acaba siendo humorístico. Y encima te sientes mucho mejor porque escribes con una sonrisa en la boca y la gente se ríe.

En el fondo es un odio, un pesimismo por todo, un desengaño, pero de la forma más humorística.

¿Y miedo?

Claro. Antes no tanto; antes de casarme y tener niños, el miedo era el miedo a la muerte porque te crees que te mueres y se acaba el mundo contigo. Pero con los niños, el miedo se propaga; en mi caso al menos.  Por ejemplo, yo siempre he sido muy anarquista, pero ahora con los niños me da miedo. Todo me da miedo: a nivel político, económico, la pandemia, la guerra, que empeore que el mundo, que se vuelva más peligroso…

¿Y a no estar a la altura?

Como padre, nunca se está a la altura. Más vale que pienses que eres lamentable y así lo llevarás mejor. Con mi primer hijo, estábamos todo el día preguntándole a la pediatra las preocupaciones típicas de los padres primerizos y me dijo: «El niño no está vivo gracias a vosotros, sino a pesar de vosotros así que relájate».

Mi papel como padre en un mundo cada vez más incierto, si es que es más incierto que es algo que podríamos debatir, no me preocupa, porque no voy a estar a la altura.

¿Empatiza más ahora que es padre?

Sí, claro. Mucho más.

¿Y por eso su desencanto con la sociedad, con su tiempo?

No, mi desencanto es tan antiguo como yo. De siempre. Pero también viene de familia. Los Contreras tenemos una vena disidente de todo, pero muy refrescante. De cualquier tema, los Contreras están en contra; va con el apellido. Aunque hay bastante de soberbia… Si eres capaz de decir que todo está fatal es porque tú sabes decir cómo sería mejor.

A pesar del humor, el libro tiene ciertos brochazos de pesimismo, en el propio título de hecho. ¿Cómo se puede conciliar esta tristeza con la alegría propia de un niño? Bueno, de cuatro.

Es un contraste que puede resultar doloroso y una antítesis, pero esta antítesis es la médula del libro. En el fondo es una bendición porque tú coges a los niños a esta edad, durante la infancia, hasta que se hacen gilipollas y adolescentes, y contagian alegría y, por muy desilusionado esté o muy mal día que tenga, luego me encuentro con mi Claudia, mi Matilde, mi José, mi Manué´, y me alegran. Luego la mayoría del tiempo están llorando, peleándose y cambiar pañales es un trajín, pero tienen la alegría incluida en su ser. Son alegres por defecto.

¿Y cómo se encuentra la verdad, la belleza y la bondad entre pañales?

En ese momento, a las tres de la mañana, cuando llora el niño, te quieres morir. En el hospital, las ventanas están trancadas para que la gente no se tire. Yo me di cuenta con el primero: estaba tentado de tirar al niño por la ventana. En los momentos complicados y más ruidosos de la paternidad para mí no hay belleza; hay que tener la mirada iluminada para gritar en esos momentos: «¡Gloria a Dios que el niño llora a las tres de la mañana!». Pero al día siguiente te sonríe y lo llevas a la guardería… ¡Bendito sea!

La paternidad en el día a día es un jaleo, pero en el fondo también una bendición, aunque se te olvide a ciertas horas…

¿Qué queda del Contreras de Confesiones de un padre sin vocación (Homo Legens, 2018)? Como padre y como autor.

Como autor, espero haber madurado. Creo que este libro es más libre, más canalla. Confesiones es un libro complicado, este es más yo, más auténtico.

Como padre, más reconciliado. El primer hijo te cambia la vida, es un descalabro. Ya no vives para ti, eres el medio de tu niño. En el primero, hay más desconcierto y se ve en Confesiones. Me he tenido que acostumbrar y estoy más reconciliado, lucho menos con mi paternidad.

Si hay reconciliación es porque hubo desencanto.

Claro, a todo el mundo le pasa.

Siempre le he leído decir que no tenía vocación de padre. Sin embargo, la realidad es otra y tiene cuatro hijos. ¿Qué cambió?

Matilde, mi mujer. Yo vengo de una familia de nueve hermanos y sé lo que es una familia: ruido, gente, vida… Para todo el mundo esto es estupendo, pero para mí no porque me gusta la tranquilidad, la soledad, no hablar mucho, que no me molesten, etc. En definitiva, hacer mi santa voluntad y, cuanta más gente hay en tu casa, menos haces tu santa voluntad. Y claro, yo quería vivir para mí y jamás pensaba en casarme y tener hijos, pero… apareció Matilde.

En No es elegante matar a una mujer desnuda, Del Pozo pone en boca de uno de sus protagonistas: «Ella no me enamoró, me enganchó».

¿Podemos decir lo mismo de su mujer?

Sí. De hecho, el libro empieza: «No me casé por gusto sino porque me gustaba mi mujer».

No me echó el lazo, porque fui yo quien le cantaba serenatas y le tiraba piedras a las ventanas hasta que me abrió, pero ella es la causa y el origen de todo lo demás. Me enamoré. No tomé la decisión. De hecho, cuando le pregunte a mi padre si me casaba o no, me dijo: «Hagas lo hagas, te vas a equivocar». Ahí pensé que equivocarme con Matilde no me parecía mala cosa.

¿Hay nostalgia de su vida anterior?

Mucha, es natural. Aquello no era malo. Pero ya no puedo elegir una vida en la que mis hijos no estuviesen.

¿Ha sido la escritura una vía para escaquearse de sus obligaciones paternales?

Creo que no. En Confesiones explico que, en lugar de ayudar a mi mujer, la inmortalizo. La escritura me viene de chico, aunque ahora me sirve para quitarme un poco de en medio.

¿Un poco o mucho?

Bastante.

Usted nada contracorriente. En este momento en el que la sociedad te incita a hacer de todo menos formar una familia, usted forma una y numerosa. ¿Cree que la familia está en peligro de extinción?

La familia no tiene que ser ejemplar; antes nadie discutía su validez y nadie discutía su papel fundamental. Ahora se está quebrando esa idea. No solo se rechaza la familia, es algo más luciferino. Se está alterando y estirando la familia. Ahora todo es familia y, entonces, nada es familia. Y eso es lo más peligroso.

Quiero detenerme también en su condición de profesor… ¿Qué opina de las nuevas metodologías?

En la universidad, los alumnos se han vueltos clientes y está siendo desastroso. Se nota mucho. Hay muchos pequeños tiranos inaguantables. Hay un exceso de preocupación de la educación por los padres. Los padres se vuelcan tanto que es contraproducente. Los niños deben tener cierta autonomía. Parece que los padres quieren esculpir a sus hijos, que sean los más competentes, los mejores en todo. No les dejan ser niños.

¿La pandemia ha sido el puyazo definitivo a la excelencia que se presupone en la universidad?

Sí, me ha fastidiado mucho. Aunque todo lo temático es posible, no es lo idóneo. Se ha perdido mucho el contacto humano.

Recuperando el título del libro… ¿Qué haría si hoy fuese el fin del mundo, el Apocalipsis?

No sé. Espero que me pille en mi pueblo. Me confesaría al final porque capaz soy de volver a pecar, cuando esté el meteorito justo antes de caer.