Hablo con Paco Santas porque Hughes publica libro. De Hughes nos hemos apropiado no pocos lectores. Hay algo compartido entre la gente que lee a Hughes. Como dice él al comienzo de Dicho esto (Ediciones Monóculo), hay cierto apretón de manos, una evidencia de que algo nos interesó estos años, de que llegamos a cruzarnos. Los años ya son una década como columnista de ABC. Una década ilustrando con su prosa inconfundible, bella y particular el sentir de los españoles olvidados.

Se emociona uno ya sólo leyendo el prefacio.

¡Pero bueno! Muchas gracias. La verdad es que me pareció una buena cosa publicar esta colección de artículos ahora que se cumplen diez años, más o menos, desde que empecé a escribir. De mí no hubiera salido porque sería incapaz de parar a releerme (calculo que habré escrito ya más de tres mil textos). Así que se lo agradezco mucho a la editorial, que ha tenido la idea y ha hecho la labor de selección.

Dice que hay algunas columnas que propuso por motivos sentimentales.

Sí, alguna cosita del primer blog que tuve. Ahí escribía textillos sobre cosas que me gustaban, lo mismo hacía un artículo dedicado a un yogur. Una de las que recuperé para el libro es Resurrección, el Franco de McNamara, sobre el Valle de los Caídos, tema del que he escrito mucho y que quería que estuviera presente. Otra que escogí fue una especie de cuentito que escribí en los inicios para una revista digital: La tos del tertuliano. Como ve, yo ya tenía mis fijaciones desde el principio. Poco más, he confiado en el criterio de los editores. Ya que sale de ellos, que ellos elijan qué les gusta.

En el libro no está, pero para mí es una obra suya impagable y por eso pregunto por ella casi como apéndice, El voto particular, sobre la sentencia de «La manada».

Es que eso no fue una columna, fue un desparrame. Yo estaba indignado con lo que había rodeado al juicio de «La manada» desde el principio. Entonces escribía solo en la sección de televisión, pero alguna cosilla iba metiendo. Y cuando sale la sentencia, me quedé toda la noche leyéndola. A la mañana siguiente me senté unas horas a escribir todo lo que pude sobre ese voto particular. No creo ni que estuviera bien escrita, apenas tenía tiempo porque ese día, un viernes, creo, tenía que escribir otra columna para el periódico por la tarde. Si algún mérito tiene creo que es el momento en que está escrito. Esto en el periodismo es muy importante: el momento en el que se dijo lo que se dijo. No es lo mismo decir una cosa en 2017 que en 2022. Ni decirla en enero que decirla en diciembre. Eso es algo que se pierde por completo después, es lo bonito y lo cruel del oficio.

Me pareció una maravilla lo que hizo ese hombre (el juez del voto particular). El juicio de «La manada» fue una cosa fundacional. Cuando ellos hablan de que toda esta batería legislativa tiene un apoyo social, ponen su bandera política sobre una montaña, y la montaña fue la indignación por «La manada»; una indignación inducida por un comportamiento periodístico criminal, inmoral, indecente… Yo estaba íntimamente harto. Qué cosas se dijeron, qué salvajadas. Cuando salió la sentencia, al leer el voto particular, me pareció una cosa gloriosa. Ese hombre estaba ahí arriesgando su prestigio, el prestigio de una vida profesional, relatando los hechos, blindando jurídicamente su punto de vista y argumentando con enorme detalle y finura. Creo que fue un ejemplo de resistencia. Dio una lección. Ese caso fue un elemento clave para lo que vendría los años siguientes.

Ante la uniformidad opinativa un poco desesperante que tenemos en la prensa española, salvo algún veterano, usted es considerado como un disidente. Un poco verso suelto, algo a contracorriente, antisistema… ¿Se siente solo?

La palabra disidente la evitaría porque me parece demasiado importante y grave para merecerla. Yo lo que sí voy es un poco a contrapelo, y a veces hasta a redropelo. Ahí hay algo de carácter, siempre he sido un poco tocanarices. Y sí que tenemos situaciones de sistema y de régimen que empiezan a ser difíciles de soportar. Yo antes no era tan político, me doy cuenta de que ahora lo soy mucho más, quizás por deformación profesional, por seguir la actualidad. Pero es que pasan cosas que te obligan a reaccionar. No pienso callarme ante el golpe que se dio en 2017, por ejemplo. Yo soy fundamentalmente el mismo que era hace diez años, mi actitud hacia las mujeres, hacia la libertad, hacia mi país… es la que era. ¡Han cambiado ellos! Y te pueden volver loco. Tú tienes que tener la personalidad de decir «yo estoy aquí y tú te puedes ir a donde quieras de lejos, pero yo estoy aquí». Y esto hace que te sientas solo a veces, hasta un poquito enajenado, diría.

Tal vez por ese carácter fue uno de los primeros trumpianos en España. Ese canto suyo de «¡yo soy populista!». Usted entendió el trumpismo antes de que éste fuera un discurso más o menos compartido aquí.

A mí Trump no me interesaba antes de la política. Mi interés fue una reacción a lo que se comentaba sobre él, se empezó a extender la idea de que era igual que Pablo Iglesias. Esto me dejó fascinado. No hay que ser un erudito para saber que son antitéticos. Todo lo que se decía de Trump en campaña era mentira. Todo. La propaganda empezó a ser tremenda. De ahí que me fijara en él y me pareció un genio del humor, un personaje genial, un fenómeno político que había iniciado un movimiento. Había una síntesis de tendencias políticas americanas que eran reales y legítimas: el aislacionismo, el populismo, un cierto obrerismo, una voluntad de discutirle el voto al Partido Demócrata no siguiendo la cuestión racial, identitaria, etc., sino por la situación del trabajador. Esto estaba de forma clarísima en el primer debate con Hillary Clinton, cualquier persona con ojos en la cara veía la diferencia.

Qué le voy a decir de la etiqueta «populista». Es una cosa infamante con la que directamente te sacan de la política. El populismo americano no es igual que el populismo venezolano; es más, es muy reivindicable. El populismo me parece una reacción democrática a muchas cosas.

Una vez dijo de Vox que era un movimiento nacional.

Para mí Vox está muy unido a 2017, a la manifestación del 8 de octubre en Barcelona, a la que yo fui por mi cuenta, de mi bolsillo, como periodista, pero sobre todo como español. En ese momento, Vox era un partido que importaba relativamente poco hasta que, horas antes, ya llena Colón. Ese día, el 7, creo, le dije a un amigo: «Hoy ha cambiado la derecha española». Vox era una reacción a la traición del PP a sus votantes en ciertos temas, pero no podemos olvidar, y es algo que los innumerables golfos que nos rodean omiten constantemente, que sucede algo que hace que Vox crezca, una declaración unilateral de independencia, por no decir directamente un golpe. La ensoñación. España reacciona a eso. Y unos cuantos millones de españoles deciden irse a Vox. Y esa gente, al irse con Vox, es metida de repente en una jaula de frikis, de extrema derecha, de ultras… esos millones de españoles pasan a ser considerados monstruos antidemocráticos, personas de las que hay que estudiar si caben en la legalidad o no, productores de odio, y toda la serie de lindezas que desde los medios de comunicación les han dedicado. Pero es indudable que Vox fue una reacción nacional, una reacción nacional estigmatizada. Y esto es una genialidad: los que reaccionan contra el golpe pasan a ser los malos de la película, aquellos de los que hay que protegerse y a los que hay que atar en corto.

Me estoy acordando ahora de una frase suya que reza: «Para estar luchando contra el fascismo, vivís de puta madre».

Toda la constelación de los partidos políticos está en una lucha abierta contra el fascismo. Yo tengo una idea de la persona que lucha contra el fascismo como alguien viviendo en situaciones de extrema precariedad y peligro, arriesgando su vida, emigrando, pasándolo muy mal. ¿Pero esta gente? Esta gente lo tiene todo. Tienen el poder, las televisiones, los periódicos, los partidos, el dinero, el éxito, las prebendas, la proyección, los premios, el aplauso… ¡lo tienen todo! Algunos llevan cuarenta o cincuenta años luchando contra el fascismo y les va de puta madre. Es muy lucrativo.

En un contexto de censura y cancelación como el que vivimos, sorprende gratamente la libertad que tiene usted para escribir.

La libertad la tengo que agradecer en primer lugar al periódico. En ABC escribimos personas muy distintas, muchas veces incluso contra la línea editorial y eso es una libertad que creo no tiene ningún periódico en España. Recuerdo una doble página que teníamos los sábados donde estábamos Ignacio Ruiz-Quintano, Juan Manuel de Prada, Cuartango y, muy humildemente, yo. Se daba caña. Era heavy metal eso. Bueno, yo con mi ukelele, eh.

Pero la libertad no sólo te la dan. También te la das. Creo que los poquitos grados de libertad que se tienen se los da uno, es algo que ha de trabajar uno.

En usted se aprecian las lecturas a los grandes articulistas como Pla, Pemán, Ruano… pero yo encuentro en su forma de escribir algo que me recuerda mucho a Juan Ramón Jiménez. Esa cadencia descriptiva realmente agradable, hay una ternura ahí. Trate el tema que trate, el lector se conmueve.

Es completamente exagerado lo que me dice, pero muy bonito. Me gusta darles un tono amable a los textos, quizás sea eso. No ir con la navaja. Antes de escribir yo había leído a los grandes periodistas del siglo XX, que creo era la mejor prosa que había en España. Y la historia del articulismo en ABC se caracteriza por una cierta amenidad. Como decía Ruano, la primera cortesía con el lector es la actualidad. Y la segunda yo diría que es la amabilidad.

A través de Twitter, ¿lee usted a sus lectores? Quiero decir, está pendiente de lo que se comenta y demás.

Para mí Twitter es importante. Es una comunidad de gente a la que le interesa la política, la prensa, la actualidad… En realidad, ahí está mucha de la gente a la que le interesan estas cosas, que no es tanta. Sean de las ideas que sean, tienen en común que les interesa, que ya es mucho… Muchas veces te alegra una tarde aburrida leer a personas que comparten una broma, una historia… es como una jaula de grillos en la que me gusta estar, aunque ya participo mucho menos. Cuelgo mis cosas ahí como el que cuelga el pescado en la lonja porque no sería lo mismo escribir en prensa sin Twitter. Es más fácil sentir que hay alguien al otro lado. Cuando reacciono a algo que acaba de suceder y perpetro un texto en el blog, lo hago para que la gente que lo va a encontrar en Twitter se ría, se indigne o piense conmigo. Lo hago por comunicarme, por comunicar, que parece poca cosa, pero es mucho.

Si ya le saluda hasta Guisandro.

A veces no sé si me están vacilando. Como hay esta guerra entre boomers y zoomers, aunque soy generación X pienso que me están vacilando porque me toman por un boomerazo más. En cualquier caso, hay cuentas que me hacen mucha gracia y la forma en que se organizan es muy divertida. Hay genios del meme. Son muy listos los jóvenes hoy. Ven venir muchas cosas. Yo reivindico mi generación, la X. Estamos ahí en medio de dos grandes bloques, entre boomers y zoomers, como un país no alineado en plena guerra fría; una generación breve, que apenas mandará, con las guitarritas, el indie, la ironía… Pero es lo que somos. Luego irán a por nosotros, no sin razón.

Hablando de Twitter, recuerdo ahora un tuit muy gracioso de un lector suyo que asombrado, decía algo así como que se imaginaba que ABC tenía a Hughes encerrado en una habitación viendo la tele, aporreando un teclado y que le pasaban la comida para que no dejara de escribir.

Me hace mucha gracia. Y me da vergüenza contestar esto porque desde luego la imagen muy glamurosa no es, pero igual se ajusta bastante al trabajo algunas semanas. Escribo en varias secciones: televisión, fútbol, política, durante una temporada también hice crónica parlamentaria y luego además lo que escribo en el blog. Al final, escribo casi todos los días y durante todo el año. Ni verano, ni navidades, ni nada. La gente igual tiene una imagen romántica del columnista, quizás por todo aquello del umbralismo, la bufanda bohemia y el Madrid rutilante, pero la realidad es que puedes estar en la cena de Nochebuena con el langostino en la mano y pendiente de lo que ha dicho José Mota en la tele porque tienes que escribir sobre la programación navideña.

Derechas, izquierdas, los de arriba, los de abajo… ante toda esta confusión, lo que parece claro es que somos cada vez más anti-élites. Algo que la política moderada suele afear acusando de podemismo.

Las élites son importantísimas porque son quienes hacen la política. No señalarlas es una trampa del tamaño de la Catedral de Burgos. ¿Cómo no van a importar las élites? En qué quieres que me fije, ¿en los barrios humildes?, ¿acaso en los barrios humildes es donde se hace la política? Llamar podemita a quien critica y señala a las élites es una tomadura de pelo insoportable.

¿El orden liberal nos ha traído hasta aquí?

El liberalismo me despierta mucho respeto porque es una cosa infinita. Me excede. Hay muchos liberalismos, han tenido distinta importancia, en distintos niveles y estadios. Pero es evidente que hay un orden político, económico, geopolítico… se puede llamar demoliberal, que no es lo mismo que democrático, algo que tiene una gran ventaja y es que no sólo es hegemónico, sino que además está considerado científicamente hegemónico. Y todo lo que va en contra de este bloque ideológico es anatema, años 30, fascismo, comunismo o negacionismo económico. Y, hombre, eso tampoco es. Es poco discutible que el libre comercio está muy vinculado al desarrollo de los imperios anglosajones. Y esto conduce a una globalización que acelera el gobierno mundial, y pone en cuestión la soberanía nacional. Es un proceso muy delicado y el liberalismo no es inocente. Lo que pasa es que si cuestionas mínimamente el liberalismo se te tacha de comunista, aquello de «comunismo o libertad». Yo empecé con lo de «liberalio» para criticar el travestismo político que se estaba dando en España. Aquí todo el que no se quería decir de derechas se empezó a autodenominar «liberal», una palabra con prestigio con la que camuflar las idas y venidas al centro. El liberal siempre rema a favor de obra. De alguna forma, mi intento fue salvar esa palabra, que es muy seria. Me harté de que nos dieran gato por liebre y por lo menos nos hemos echado unas risas.

Qué engendro posmoderno le da más miedo.

Las cuestiones eugenésicas que asoman dan mucho yuyu. Me da una tristeza enorme la generalización comercial de la eutanasia. Y otra cosa que me da mucho miedo es el efecto de las políticas woke llevadas al extremo, porque ahí se forma algo que genera zombis. Personas que tienen un marco mental completamente distinto. Ya dejamos de hablar el mismo lenguaje, dejamos de entendernos. Al final no sabes ya si el zombi eres tú, como en el Thriller de Michael Jackson. ¿Es un sueño? ¿Me persiguen ellos o soy yo? ¿Estaré yo muerto y son ellos los vivos?

Lo de la pandemia y la tele.

Eso fue una locura. Fue una forma de control social apabullante. Abriendo y cerrando el grifo del miedo. Hoy una cosa era científica y al día siguiente era lo contrario. Fue impresionante verlos pasar de negar la pandemia a convertirse en una policía que lo controlaba todo. En el libro hay varios artículos que escribí en el confinamiento, pero escribí mucho sobre la propaganda esos días. Francamente, tengo la conciencia muy tranquila.

Aquí vimos como toda su narrativa demoliberal se fue a tomar viento, por ejemplo, con los no vacunados. El no vacunado sí que fue un disidente. Personas que sufrieron un trato indigno y atroz. Personas muy reconocidas abogaban por considerarlos ciudadanos de segunda. Es que llegamos al punto en el que se han invertido los polos del desvarío y en la razón conspiranoica ha llegado a haber más razón que en el discurso de nuestros grandes personajes legitimados de siempre. Hubo escenarios, escenarios sucesivos, que merecerían juicios.

Lo nuevo con lo que tenemos que lidiar es con la guerra de Ucrania.

Bueno, piense en todas las cosas que hemos hablado, en cómo venimos con la cabeza tocadísima después de lo vivido en los últimos años. ¿En serio aspiran a que después de haber soportado su basura con el Brexit, con Trump, con Vox, con el golpe catalán, con el feminismo, con la pandemia… me trague su propaganda de la guerra de Ucrania? En España, simplemente trasladar la opinión académica de grandes expertos en la cuestión, del mismísimo Kissinger, o hacerse algunas preguntas ya ha supuesto recibir insultos. Se ha llegado a unos niveles de vileza intolerable, que personalmente no olvidaré. Algunos iban buscando quintacolumnistas, tal cual, en un momento en que la gente estaba muy sensibilizada por el horror de la guerra. Buscan tu ruina, directamente, la marginación. Esto desmiente absolutamente cualquier noción sobre el libre mercado de ideas.

Dicho esto, ¿y ahora qué?

Dicho esto, mañana España-Alemania.