La izquierda de hoy no tiene nada que ver con aquella que lideró la revolución sexual y de las costumbres en los años 60 y 70. Ha mutado en una izquierda reaccionaria, moralista, woke. Cuentan Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, filósofos, autores de Sexo, cuerpo, boxeo. Un alegato contra la izquierda reaccionaria, que una nueva moral se está imponiendo, «no hay ámbito civil en el que no prevalezca: en la universidad, en las tertulias, en la política, en los periódicos…». Una ideología llena de tabúes irracionales.

Ese espíritu reaccionario está en todas las cuestiones que tienen que ver con el cuerpo y en esto se centran: sexualidad, alimentación o maternidad, entre muchas otras. Ujaldón y Galindo conciben este libro como una herramienta política al alcance de cualquiera que esté preocupado por las ideologías que pretenden controlar nuestras conductas. Preocupa el uso y abuso de mentiras por parte de los políticos así que con modestia y recursos como el sentido del humor o el cine exponen qué está pasando. El libro del profesor de Filosofía Política Contemporánea, Alfonso Galindo, y del doctor en Filosofía y actual Secretario General de la murciana Consejería de Fomento e Infraestructuras, Enrique Ujaldón, es como sus anteriores obras (Quién dijo populismo (Biblioteca Nueva); Diez mitos de la Democracia. Contra la demagogia y el populismo (Almuzara); La cultura política liberal. Pasado, presente y futuro (Tecnos)), entre otros, especialmente interesante por la forma cómo presentan la información y la argumentan así como por la cuidada orquestación narrativa.

¿Qué está pasando con esta izquierda que antes luchaba por las libertades en las calles y en las universidades y hoy vive una transformación en el mundo desde las ideas nacionalistas, la anulación del individuo, la demonización de las instituciones…?

Nuestro libro aborda una cuestión que afecta a la izquierda de todo el mundo, lo cual es muy grave, y es justamente su deriva reaccionaria, que va acelerándose. Y donde mejor se ve ese espíritu reaccionario es en todas las cuestiones que tienen que ver con el cuerpo. En estas se centra nuestro libro: sexualidad, alimentación o maternidad, entre muchas otras. Una vez que las viejas utopías de la izquierda han demostrado tras la Caída del Muro su lado siniestro y totalitario, esta ha orientado sus objetivos al gobierno de las conductas. Controlar nuestros cuerpos es la mejor forma de controlar nuestras mentes, pues en el fondo la forma más eficaz de controlar el cuerpo es colonizar las mentes, eso lo han sabido todos los fanáticos desde siempre. La izquierda más liberal, más socialdemócrata, se está viendo arrinconada por la pujanza de estos nuevos almohades que conforman la izquierda reaccionaria.

Seguimos con la superioridad moral de la izquierda. Y esto les lleva a controlar las vidas públicas y privadas de los individuos…

Sí, al igual que cualquier otro discurso de carácter religioso, las ideologías de izquierda invocan su superioridad moral para intentar controlar las conductas, pero, afortunadamente, no lo consiguen. Que existan periódicos como el suyo o libros como el nuestro muestra que hay muchos ciudadanos que no aceptan esos discursos y que se resisten a ese control. Nuestro libro pretende ofrecer argumentos y herramientas a todos aquellos que no quieran dejarse arrastrar por la ola, pues es una ola que se lleva nuestra libertad. No es un libro pensado para expertos en filosofía o en ciencias sociales, sino que lo concebimos como una herramienta política al alcance de cualquiera que esté preocupado por las ideologías que pretenden controlar nuestras conductas; un libro accesible a todo tipo de lectores que estén interesados por las ideas políticas y por su impacto en nuestras vidas.

«Un alegato contra la izquierda reaccionaria». ¿Está todo cada vez más ideologizado?

La ideologización de la vida y de las conductas es inevitable y comprensible; los seres humanos actuamos en función de nuestras creencias. Precisamente por ello nos planteamos nuestro libro como un libro de combate, no como un análisis científico abstracto de las ideas políticas; hemos escrito ya otros libros que se ocupan de ello. Creemos que es nuestro deber cívico enfrentarnos a esta ola ideológica que ha colonizado rápidamente los espacios con gran capacidad de penetración social: medios de comunicación, universidad y educación en general o el mundo de las industrias culturales. Por ello el problema no es tanto que esté todo más ideologizado cada día, eso dependerá de qué entendamos por ideología y cómo lo valoremos. El problema es qué ideas pretenden imponernos y si las mismas amenazan nuestra libertad, como así creemos y argumentamos en el libro.

¿Es buena la salud de nuestra democracia?

Si nos pronunciamos en general y sin matices, sí; nuestra democracia es robusta. Hay que tener en cuenta que la única forma racional de medir dicha salud es compararse con otras épocas o con otros países y, si lo hacemos, podemos afirmar que la vida democrática de nuestra sociedad, y sociedades análogas, es saludable. No obstante, también es cierto que hay un amplio consenso de que el mundo vive una etapa de retrocesos políticos importantes y graves crisis institucionales en países que eran referentes de estabilidad institucional, como EE.UU. o Reino Unido. Eso no quiere decir que en todos los países esté pasando, ni siquiera que tenga que pasar necesariamente. Nuestro libro pretende, con modestia y sentido del humor, contribuir a esa lucha por fortalecer la democracia liberal. Porque nuestro ideal de democracia es el que respeta la división y dispersión de poderes, así como la  salvaguarda de los derechos individuales.

¿Con qué nivel de optimismo o de preocupación observan a España?

Es inevitable estar preocupados por las diversas circunstancias que afectan a nuestra sociedad, sobre todo las económicas y las institucionales, derivadas de las dificultades para alcanzar consensos fundamentales sobre el poder judicial o la articulación territorial, entre otras. Pero, más allá de deseos y fantasías, el único optimismo realista para enfrentarse a los problemas y a la parálisis es el derivado del mecanismo que posee nuestro sistema para cambiar los gobiernos, que es las elecciones. Decía Karl Popper que la democracia no es el sistema para elegir a los mejores gobernantes, sino para echarlos si no nos gustan. En cualquier caso, hay tendencias culturales e ideales muy potentes que no tienen por qué variar con un cambio de gobierno; esos son los que combatimos especialmente en nuestro libro, ya que a veces se aplican por políticos de toda ideología. Aspiramos a que nuestro libro contribuya a forjar miradas más críticas respecto de las imposiciones morales que proceden  de la ideología dominante. Junto a ello, es cierto que nos tranquilizaría mucho si algunos no tuviesen acceso al BOE para reglamentar nuestras vidas.

Como dice Arcadi Espada, son ustedes dos autores fecundos, ¿por qué este libro ahora y en este formato tan original?

Muchas gracias. Nuestro modo de escribir no es muy usual. Aunque cada uno de nosotros tiene sus propias publicaciones individuales, este es un libro escrito a cuatro manos. No hay una división por capítulos del trabajo. Tenemos ya una larga experiencia en hacerlo así. Escribimos del mismo modo La cultura política liberal (Tecnos) y Diez mitos de la democracia (Almuzara), así como numerosos artículos científicos o de actualidad. En cuanto al momento para escribirlo, creemos que existe un hartazgo en la ciudadanía, aún incipiente, pero evidente y que va en aumento, ante las imposiciones ideológicas sobre el ideal de una vida buena. La denominada «cultura de la cancelación», la ideología woke, la political correctness y, en general, las múltiples militancias identitaristas fundamentalistas se han convertido en un catecismo insoportable que aspira a regular nuestras conductas y nuestra forma de pensar, justo como antes lo hacía la religión. Es como una regla monacal, pero laica, acerca de lo que debemos considerar una vida buena y una forma de pensar correcta. Nuestro libro aspira a identificar los fundamentos de dicha religión laica, sus principales agentes y proporcionar argumentos para enfrentarse a ellos.

¿Cómo han escogido cada capítulo? ¿Están ordenados bajo un criterio concreto?

En los tres primeros capítulos desarrollamos la base argumental del resto, que tocan monográficamente diferentes temas relacionados con la conducta individual (pornografía, prostitución, pena de muerte, maternidad, boxeo, alimentación, etc.). Pero todos tienen la suficiente autonomía para ser leídos por el orden que el lector decida. El criterio que nos guió fue abarcar las cuestiones más candentes relacionadas con la regulación de las conductas individuales, especialmente las que tienen que ver con la sexualidad, la maternidad y la alimentación. Se trata de ámbitos de la vida muy íntimos, donde la regulación externa y coactiva no es fácil, de ahí que las religiones tradicionales, y la actual moral reaccionaria que denunciamos, usen la estrategia de colonizar las mentes.

Al menos ustedes no se están quedando de brazos cruzados esperando a que llegue el Apocalipsis…

Ya sabe usted que San Pablo decía que el Apocalipsis no viene porque hay algo que lo retiene e impide su llegada. Nosotros no pretendemos ser el Katechon del que habla San Pablo, pero usted lo describe bien al decir que no queremos quedarnos de brazos cruzados. La dificultad de oponerse al fanatismo es que los fanáticos suelen ser inmunes a la argumentación y al desaliento y, cuando tienen poder, peligrosos. Eso hace que mucha gente prefiera estar en silencio mientras contempla asombrada lo que pasa. Nosotros rechazamos esa actitud y nos hemos lanzado a la batalla contra los fanáticos con ese espíritu volteriano del que nos sentimos herederos y que en España hemos visto representado ejemplarmente por personas como Fernando Savater o Arcadi Espada. Nuestras armas son humildes, pero poderosas: las palabras. De hecho, desde el prólogo planteamos nuestro libro como un arma política, como una fuente de argumentos para combatir la ideología moralista y coercitiva dominante.

Hoy todo lleva la palabra cultura, empezando por la de cancelación, como herramienta de persuasión ideológica. Para colmo, se echan las manos a la cabeza cuando artistas de izquierdas ahora reniegan cayéndoles el sambenito de fachas

Sí, es cierto, la banalización del término «cultura» hace que sea realmente inútil para describir nada, porque se utiliza para todo. Y hablar de «cultura de la cancelación» es realmente sorprendente. Es como si se hablase de «cultura de la represión». Aunque, bien pensado, seguro que otros ya han hablado de ella. Las acusaciones de fachas para todo el que no comulga con la izquierda reaccionaria buscan exactamente lo mismo: asustar al que no piensa igual para que, al menos, permanezca en silencio y no haga público su disenso. Y es cierto lo que sugiere: cada vez hay más personajes públicos que rechazan por reaccionarias determinadas posiciones morales e ideológicas de la izquierda dominante. Pero sufren las consecuencias; esa denominada «cultura de la cancelación», extendida en Estados Unidos y en Inglaterra, es una forma sutil de totalitarismo que está imponiéndose también en nuestra sociedad. La nueva izquierda ha asumido una moral reaccionaria y no admite disidentes, y menos entre sus filas.

Hablan de nuevo de cultura política liberal…

Como hemos dicho, escribimos un libro que se titula exactamente así. En la introducción señalamos que el liberalismo político no es sólo una forma de gobierno o una comprensión del Estado. Tampoco puede reducirse a una tipología de partido, a una moral o a una ideología. No está vinculado necesariamente a una teoría económica, ni tiene por única bandera el individualismo. El liberalismo político es una cultura política que coloca los derechos de los individuos por encima de los derechos colectivos. Luego eso puede traducirse en políticas más o menos conservadoras o socialdemócratas y se puede discutir también sobre los tipos de liberalismo. Pero durante décadas esta ha sido la cultura política dominante en Occidente, y ahora está en peligro por el avance de una izquierda reaccionaria. Esta pone por encima de los individuos los derechos colectivos y los objetivos e intereses identitarios, que siempre amenazan las libertades individuales. Su triunfo supondría el fin de las democracias liberales tal y como las conocemos, que son los regímenes que más libertad y prosperidad han traído a la humanidad en toda su historia. Creemos que nuestro deber es colaborar, a nuestro nivel y cómo podemos hacerlo, para que esto no pase. Y la batalla de las ideas es fundamental.

Se ha degradado la política, pero también el lenguaje. Resulta sonrojante contemplar discursos en el Parlamento apelando al lloro, al victimismo. La terminología es un espanto; por ejemplo, denominan «personas embarazadas» para no decir «mujer»…

Usted señala dos cuestiones muy importantes, pero que deben diferenciarse. En primer lugar, la del lenguaje, que es la primera y principal herramienta política. Dominar su uso es ya imponer el marco que queremos para la política. Somos conscientes de la importancia del lenguaje para determinar nuestra visión del mundo y nuestras preferencias y valores. Por eso asumimos que es necesario, por ejemplo, eliminar o renovar términos y conceptos que implican valoraciones peyorativas para un determinado colectivo. Ahora bien, una cosa es eso y otra usar el lenguaje como instrumento para imponer un ideal de vida o una forma de pensar que se pretende única e incuestionable. Aquí es donde se sitúa la izquierda reaccionaria, y por ello es tan importante para ella la batalla del lenguaje. Y aunque es evidente que han tenido éxitos importantes, somos optimistas; va a costar mucho lograr (si es que lo logran) que digamos «niñes» en vez de «niños y niñas», y cosas por el estilo.

En segundo lugar, lo que se ha venido en llamar «la cultura de la queja» y el negocio de la victimización. Hay víctimas y victimarios; y las víctimas deben ser resarcidas y los victimarios castigados. Otra cosa es que todo el mundo quiera ser víctima y esto dé derecho a todo. Hoy hay una tendencia a la omni-victimización que es peligrosa. Implica una inflación moral que constantemente identifica colectivos, realidades y sujetos (humanos y no humanos) damnificados y, en coherencia, demanda reparaciones sin fin para ellos. Eso hace que asumamos como razonable y legítimo el que todos quieran ponerse en la situación de víctima para reclamar su dosis de justicia; hoy parece que todos tenemos motivos para estar traumatizados. Pero, aunque pueda parecer inocuo o incluso loable, este supuesto humanismo moralista y sentimentaloide que se ha impuesto es pernicioso, pues contribuye a borrar la idea de responsabilidad y la distinción entre lo justo y lo injusto, los culpables y las víctimas; incluso se equiparan las catástrofes. La estrategia de lucha identitaria de la izquierda reaccionaria usa esta táctica (por ejemplo, es inevitable recordar las vigilias hechas contra el sacrificio de Excalibur, el perro de la enfermera infectada de Ébola). Es otra prueba de su carácter religioso y moralista.

Como dice Cayetana Álvarez de Toledo estamos ante un nuevo feminismo a la vez mojigato y vengativo: «Ellas: buenas, inocentes y víctimas; ellos: malos, culpables, agresores». Una visión simplista que trasladan a la sociedad…

No sólo es simplista, que lo es, sino tremendamente peligroso, pues al asociar la idea de masculinidad a machismo y tratar a todo hombre como potencial agresor, se omite el buscar otras causas de la violencia contra las mujeres. Al disponer de la figura abstracta del varón como chivo expiatorio al que culpabilizar a priori de toda violencia, ya es secundario hallar otros factores de ella. Por eso este nuevo feminismo vengativo que usted menciona, que se limita a demonizar frívola e indiscriminadamente a los varones, no contribuye lo más mínimo a reducir los índices de violencia contra las mujeres. Más allá de esto, lo que está pasando hoy en día trasciende ya este debate. Lo vemos con las celebraciones del 8 de marzo, donde ya hay dos manifestaciones separadas. Por un lado, el feminismo igualitarista histórico, que puede ser más o menos radical, pero nadie niega que los hombres y mujeres somos iguales en derechos y obligaciones; si se ha conseguido eso o no, o qué políticas deben practicarse para conseguirlo, es el debate, que puede ser apasionado y apasionante, de las sociedades democráticas maduras. Por otro lado está el debate de si ya no debemos hablar de hombres y mujeres porque el género, que no es gramatical, sino sexual, es producto de la libre decisión, ya que la biología no tiene ninguna importancia. Así que cuando se habla de movimiento feminista hay que aclarar primero desde qué punto de vista se está hablando.

El sexo. En uno de los capítulos se refieren a Isabel Serra, portavoz de Unidas Podemos y condenada por el Tribunal Superior de Justicia por atentado a la autoridad: proferir insultos a una agente de la policía municipal.  

En realidad son tres los capítulos que tienen que ver directamente con el sexo. La sexualidad es parte fundamental de nuestras vidas, la consideremos nuestra más cerrada intimidad y nuestros gustos sexuales tienen importantes consecuencias en nuestra vida en su conjunto. Siempre ha sido muy importante y los fanáticos de todo signo han puesto sus ojos en ella desde siempre. No es extraño que la izquierda reaccionaria lo haya hecho. Como hemos dicho, el control de la intimidad es difícil, por ello los moralistas usan tácticas como la colonización de las mentes. Y a ello se dedica con fruición cierta izquierda reaccionaria actual que no tiene otro programa con el que identificarse. En nuestro libro recogemos la anécdota de Isabel Serra porque nos parece una categoría ilustrativa de esa deriva reaccionaria de cierta izquierda. Lo relevante no es tanto que fuese condenada por insultos a la autoridad y que la autoridad en este caso fuese una mujer, sino el insulto que profirió: «Hija de puta, puta, zorra; que te follas a todos los policías municipales». No debe insultarse a nadie, tampoco a la policía. Pero como defensores de la igualdad suponemos que se insulta a hombres y mujeres policías con los mismos insultos. No obstante, la portavoz de Unidas Podemos insultó a la mujer policía como insultaría un falangista en los años 40 o un fundamentalista islámico actual. De eso nos ocupamos en el libro.

Por otra parte, la izquierda utiliza discursos de voces como la de Simone de Beauvoir como ejemplo de feminismo, pero ¿podría entenderse la obra de Beauvoir sin conocer los azares de su vida y la tormentosa relación con Sartre? Realmente, van desencaminadas…

Las ideas y los argumentos tienen valor al margen de las circunstancias vitales de quienes los proponen, pero es cierto que en muchas ocasiones hay una profunda ignorancia entre los ideólogos de la izquierda de sus propias tradiciones intelectuales. Pero les da igual, pues lo que buscan es alterar radicalmente el orden político y social para crear un hombre nuevo y un orden nuevo. Lo paradójico es que dicha ignorancia del pasado les lleva en ocasiones a asumir objetivos profundamente reaccionarios e iliberales. Por ejemplo, las banderas identitarias, etnicistas, ruralistas y localistas que abraza la izquierda reaccionaria, contrarias por lo demás al universalismo y al racionalismo que ha defendido siempre, son muchas veces un freno para la emancipación de las mujeres. Piense por ejemplo en los casos en los que la defensa de un determinado colectivo o tradición cultural implica transigir con costumbres retrógradas e indignas para la mujer.

La sexualidad, otra de las muchas guerras culturales. Poner tanto acento en el control de la pornografía y la sexualidad es terriblemente puritano…

Sí, es uno de los temas centrales del libro. Por eso lo abrimos con una cita del recientemente fallecido Javier Marías. Él sostiene que las monjas de toda la vida están triunfando ahora, bajo otro disfraz, pero con los mismos objetivos: que no haya besos, que no haya escotes, que no haya minifaldas. Te dicen que ahora es por buenas razones. Pero, para él, como para nosotros, ambas situaciones implican la misma represión. Las religiones de todas las épocas han aspirado a un control integral de los seres humanos, y ello exige controlar también los ámbitos más secretos e inaccesibles, como es la sexualidad. A ello se añade su obvia relevancia en la transmisión de la vida. Todo esto explica el afán de las ideologías reaccionarias de ayer y de hoy por imponer un modelo de conducta sexual. En el caso de la izquierda reaccionaria, ese afán le lleva a incurrir en múltiples contradicciones y paradojas. Por ejemplo, ha pasado de ser adalid de las libertades morales, y específicamente sexuales, a abanderar actualmente un puritanismo moral casposo. Por otro lado, ataca la cultura patriarcal y con razón porque ha dominado tradicionalmente las vidas de las mujeres, pero ahora es ella la que quiere dominar las vidas de las mujeres sin atender a su deseo o a su criterio, pues en el caso de la prostitución argumenta que nunca es libre, digan lo que digan las propias mujeres, pues hay muchas que defienden su derecho a ejercer esa profesión.

¿Más información y más desinformados estamos? ¿Creen que el pensamiento es cada vez más lineal? ¿la gente está dejando de pensar?

Nosotros no somos tan apocalípticos como otros autores; nunca ha habido tanta gente tan bien informada como hoy en día. La idealización de la alta cultura de épocas pasadas olvida que la misma era accesible solo a una élite. Con la información pasa lo mismo. Lo que ocurre es que el gigantesco crecimiento y fácil accesibilidad de los dispositivos de transmisión de noticias, ha conllevado efectos perniciosos; es el precio que hay que pagar, al igual que hay más accidentes de tráfico que a principios del siglo XX, pero nadie diría que la extensión de la posesión de coches es indeseable. El surgimiento de la imprenta multiplicó el acceso a la información y a la educación, pero también multiplicó los bulos y las mentiras. Internet y las redes sociales intensifican este fenómeno. La solución no es tanto prohibir algo a lo que tiende la izquierda reaccionaria, cuanto combatir las ideas equivocadas y los bulos. El buen periodismo lo hace y esperemos que nuestro libro también lo haga. Es una batalla sin fin, pero es mejor eso que el que haya un Ministerio que controle qué se publica y que no, como algunos anhelan.

Una izquierda surrealista que se ha sumado a la quema de libros peligrosos o censura de películas, discursos, canciones, que apoya graves violaciones de derechos humanos y no reconocen el abuso constante contra los derechos de la mujer o que guarda silencio ante el acoso de las instituciones catalanas a familias que quieren estudiar en español en Cataluña…

Exactamente. Se ha llegado a exigir la retirada de reproducciones de La maja desnuda de Goya en alguna universidad americana. Por no hablar de la censura de libros y películas. Al principio era algo propio de los americanos y que nos tomábamos un poco a broma. Ya lo tenemos aquí y, aunque nos enfrentemos a ello con cierto sentido del humor, no da ninguna risa. Además, es importante subrayar que los actos de militancia censora o denunciadora de esta izquierda reaccionaria son muy selectivos. Permanentemente hay ejemplos de su silencio, o cuanto menos tibieza, ante agresiones padecidas por mujeres públicas que no son de izquierdas. O ante casos de violencia machista cometidos por individuos pertenecientes a colectivos o etnias que ella tradicionalmente protege.

El consumo para la izquierda reaccionaria encarna todos los males. La biopolítica es un concepto difuso del que se abusa a menudo. El auténtico objetivo de demonización de determinados tipos de comida no es promover la salud, sino sobre todo cuestionar determinados tipos de empresa. Es un rechazo a la economía de mercado, ¿cierto?

Es lógico que en una sociedad libre y reflexiva se investigue y se discuta sobre los hábitos de consumo y la alimentación saludable. Una vez que nuestro problema, afortunadamente, no es qué comer, nos podemos preocupar de cómo comemos. Y eso es realmente estupendo. Quizás fuese el consumo el primer elemento que empezó a configurar a esta izquierda reaccionaria frente a la izquierda clásica. Era evidente que en las sociedades comunistas reinaba la escasez y que mejoraban las condiciones de vida de los trabajadores en las sociedades con economías de mercado. Y en la medida en que mejoraba la vida de los trabajadores, estos dejaban de ser comunistas para comprarse un piso, un frigorífico y un coche.  La izquierda comenzó entonces a demonizar el consumo, pues era la tentación que alejaba a los obreros de la verdadera fe: la comunista. Hoy eso ya no convence a nadie. Por eso el discurso ha cambiado y se centra en las cuestiones del medioambiente y de la alimentación. Nosotros hablamos de «alimentos sagrados» para referirnos a los que canoniza la izquierda reaccionaria. Los ejemplos son abundantes y sorprendentes, y analizamos algunos documentales que han recibido numerosos premios internacionales, como Super Size Me, cuyo planteamiento debería parecerle estúpido a cualquier persona con un mínimo de sensatez. Efectivamente, usted tiene toda la razón, detrás de todo eso se esconde el rechazo a la economía de mercado, que es el rechazo a la idea de que seamos libres de decidir cómo vivir nuestras vidas.

Ponen el foco en otra manifestación singular de este moralismo: El País. Se refieren a su condena al boxeo, un ámbito sórdido, según ellos, que sólo puede generar noticias negativas. El País renuncia así, pues, a su papel de medio de comunicación…

Es cierto que el tema del boxeo puede parecer algo anecdótico, pero a nosotros nos parece una categoría para entender qué está pasando, por eso le dedicamos un capítulo entero y forma parte del título de nuestro libro. El cuarto punto del Libro de estilo de El País recoge que el periódico solo publicará informaciones «que den cuenta de accidentes sufridos por los púgiles o reflejen el sórdido mundo de esta actividad». Nos parece asombroso que de los 41 principios de El País, el ¡cuarto! sea este. Si ellos creen que es tan importante para la ética de un periódico es que debe serlo. Y en ese capítulo nos dedicamos a analizar y desmontar los argumentos que esgrime ese periódico, así como a defender la nobleza, la épica, la exquisita deportividad y el arraigo del boxeo. No vamos a hacer spoilers, pero es evidente que no puede ser por la peligrosidad de su ejercicio, ni por la sordidez que pueda rodearlo. Hay muchos otros más peligrosos sobre los cuales El País informa puntualmente. Y sobre la sordidez, qué quiere que le digamos, después de lo que todos vamos sabiendo sobre cómo se concedió a Qatar la celebración del mundial.

¿Cuál es el límite de nuestra libertad?

Expresado de forma sencilla, la libertad de los demás y nuestro propio sentido de la responsabilidad. La libertad no se da en el vacío; es fruto de instituciones y de reglas sociales que aumentan nuestras capacidades de elegir cómo vivir y qué hacer, o nos las limitan. Por eso afirmamos que la libertad es una práctica social, una forma de vivir en común. Y por eso también decimos que nuestra libertad tiene que ser compatible con la libertad de los demás y, en una sociedad liberal, eso es siempre el resultado de una combinación de leyes, tolerancia y respeto. Una combinación que no es fácil y que nunca está dada de una vez por todas; tiene que ir adaptándose a los cambios, pero sin perder de vista que el objetivo es el máximo de libertad individual posible compatible con el ejercicio de la libertad de todos los demás. El peso de la prueba debe recaer siempre en el que quiere limitar la libertad.

¿Han sido ustedes libres respondiendo a este cuestionario?

Absolutamente. Libres y agradecidos.

Nieves B. Jiménez
Seré los ojos de todo lo que ocurra en Cultura. Una ventanita abierta a la belleza, a proyectos bonitos de gente interesante, tareas anotadas en mi agenda, manías (casi) inconfesables, debilidades... Tal vez me has visto en Frontera D. Jot Down. Vanity Fair. Diario La Verdad (Vocento)... ¡Y premio SIMTAC 2019 al mejor reportaje de prensa!