Vuelve el torneo de rugby más antiguo del mundo (nació hace 141 años). Este año será demasiado post Mundial, el primero sin Jonathan Sexton, retirado, o Antoine Dupont, centrado en el rugby a siete para los Juegos Olímpicos de París, y el primero también con un seleccionador hispanoablante, el argentino Gonzalo Quesada, al frente de Italia.

Será la edición de Netflix, donde el documental Full Contact supone un hito para el deporte del oval, además de un éxito de audiencia. Novedades que no cambiarán mes y medio de ritos y mitos, de peregrinaciones a los templos del rugby: Lansdowne Road, el campo más antiguo y moderno del mundo; el Millenium, en torno al que se ordena toda una ciudad; Twickenham, la catedral del rugby mundial. Murrayfield, San Denís, el Olímpico. Y, ahora, el Vélodrome de Marsella.

La época del año en que las antiguas enemistades se reviven como pacíficas rivalidades evidencia que el corazón de Europa no está en Bruselas ni en aquello que llamaban eje París-Berlín. Antes que corazón, si acaso, tripa de la UE. Está, en cambio, en sus gentes, para ser exactos, en las que habitan al norte del Mediterráneo y al sur del Danubio. En sus costumbres y rezos. En sus tradiciones, reflejadas también en un torneo de rugby que denota mejor que un ejército de burócratas los matices de una herencia común.

Cuatro, cinco y seis

En las dos décadas avanzadas desde que el Cinco Naciones creció con la incorporación de Italia, los números dicen que la gloria no se reparte como el amor por el deporte. Inglaterra, la única selección del norte campeona del mundo, se ha hecho con el título en siete ocasiones, dos grand slams incluidos (2003 y 2016), por tres de Irlanda (2009, 2018 y 2023), que cuenta cinco victorias. De esperar, dado el nivel de ambas a lo largo de los últimos años. Más llamativos, tal vez, son los cuatro campeonatos sin conocer la derrota de Gales (seis en total) o la docena de ediciones de sequía de Francia que acabó con el grand slam de 2022.

Años en los que Escocia y sobre todo Italia han permanecido, penitentes, en la mitad inferior de la tabla. La primera, gigante antaño y siempre grande en potencia, última vencedora del Cinco Naciones, afronta cada torneo con la esperanza de retomar las viejas costumbres, y cada torneo pasa por encima de alguna de las favoritas dejándola sin campeonato. La segunda, última en llegar, tuvo en el decenio inicial del siglo XXI sus mejores años, cada vez más lejanos en lo temporal y en lo deportivo.

Esta edición, el título deberían jugárselo entre Francia e Irlanda, que lo inauguran en Marsella. Quién sabe. Lo seguro es que vienen días de ritos heredados en viajes y pubs, en cada conversación sobre los mitos que trascendieron de sus equipos a sus gentes. O’Driscoll, O’Connell y Sexton. Wilkinson, Johnson y Underwood. Sella, Blanco y Saint-André. Edwards, Williams y Wyn Jones. Townsend, Hastings y Smith. Parisse, Domínguez y Castrogiovanni.

Y en torno a ellos, a mitad de camino entre el invierno y la primavera, la Europa de las (seis) naciones.