Se acerca el final de la carrera deportiva de Rafael Nadal. Atrás quedaron esas tardes de domingo de silencio sepulcral delante del televisor, en los que se intercalaba el sonido de la pelota impactando con la raqueta con las pipas abriéndose con el dentar de la mandíbula. Tardes trepidantes en las que uno se quedaba embelesado mirando la bola verde paseando de un lado a otro de la pista; las echaremos de menos.

Ahora que estamos en este punto de no retorno al que nos ha llevado el avance de unos años que no perdonan a nadie, no está de más recordar lo que Nadal, su esfuerzo, constancia y sobre todo su talento, nos han enseñado al resto de los mortales. Se suele usar la figura del mallorquín como referente de la meritocracia, de que si uno es trabajador puede llegar a ser como él, a pisar lo más alto; es verdad, pero se hace mucha demagogia al respecto. Banalizan sus logros como si cualquier tenista entrenando las mismas horas que él fuese a llegar a la meca del tenis mundial y a escribir libros de historia completos. Ese mantra meritocrático basado en el esfuerzo es una quimera, un referente que en muchas ocasiones puede generar frustración. Si a un deportista le pones de manifiesto que entrenando las mismas horas que Rafa no va a alcanzar el mismo nivel, lo más probable es que si no consigue su objetivo se tope con la frustración y el desánimo de no ser lo suficientemente bueno.

Al hablar del tema de la meritocracia normalmente se tiende a depositar todos los logros en la constancia en el trabajo realizado; craso error. Lo que hace diferente a Nadal de otros jugadores de su misma generación no es el esfuerzo que ha puesto en lo que hacía sino en las actitudes innatas que la naturaleza le ha dado. Evidentemente, las horas de entrenamientos acondicionarán las circunstancias para que se saque el máximo partido a esas virtudes, sin embargo, lo que marcará la diferencia será el don que la persona tenga sobre el resto. Sólo así se explica, por ejemplo, que en las categorías inferiores de un equipo de fútbol tres sean los que terminan por sobresalir del resto; han tenido las mismas condiciones, han llevado a cabo las mismas metodologías, pero les diferencia su capacidad natural para jugar al fútbol.

En el mundo igualitarista en el que vivimos se tiende a equiparar a la baja, a vender la oportunidad de que da igual lo inteligente, ingenioso o crítico que sea, todos llegaremos al mismo puerto. Basados en la mediocridad hemos priorizado el trabajo al talento en lugar de equilibrarlos. Creo que el sistema actual está fundamentado en un 70% constancia y el 30% restante es cuestión de actitudes. Crearíamos una sociedad más justa si no tratáramos de igualar e intentar potenciar a los que tengan otro tipo de habilidades.

Por mucho que se entrene lo mismo que Nadal, seguramente no se conseguirá ganar todos los Grand Slams que él ha conquistado. Es duro, pero es así, lo contrario es generar falsas esperanzas y construir un plan raquítico sin verdadero talento.