En agosto de 2005, un analista financiero poco conocido llamado Richard Bove publicó un informe de ocho páginas para Punk, Ziegel and Company, un banco de inversión boutique con sede en Nueva York. El documento, titulado This Powder Keg Is Going to Blow (Este polvorín va a estallar), señalaba que las políticas hipotecarias federales, incluidos organismos como la Administración Federal de la Vivienda que «garantizaba a los bancos frente a cualquier pérdida que pudiera derivarse de las nuevas hipotecas a 20 años», habían creado una burbuja inmobiliaria.

«Según la Oficina del Censo, un 12,8% de las viviendas de este país están vacías», escribió Bove. «No hay precedentes [sic] de esto en las cifras históricas. Simplemente, el porcentaje de viviendas vacías nunca ha sido tan alto». Bove fue acusado de estar «loco» tras publicar su informe, pero los acontecimientos no tardaron en dar la razón a su análisis. El mercado inmobiliario estaba excesivamente apalancado y pronto desencadenaría la crisis financiera de 2007-2008.

Casi veinte años después, Bove ha hecho otra predicción. «El dólar está acabado como divisa de reserva mundial», declaró Bove, de 83 años, al New York Times en una entrevista reciente, días después de anunciar su jubilación en Bloomberg TV. Bove no ofreció una larga explicación de por qué creía que el dólar tenía los días contados como moneda de reserva favorita del mundo, aunque citó como catalizadores la probabilidad de que China acabe superando a la economía estadounidense y el declive de la industria manufacturera estadounidense.

No todo el mundo está de acuerdo con Bove. A principios de este año, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, dijo que espera que el dólar siga siendo la moneda mundial favorita en el futuro previsible, una posición que ha mantenido desde el Acuerdo de Bretton Woods de 1944.

El acuerdo hace referencia a Bretton Woods, New Hampshire, donde delegados de más de cuarenta países se reunieron cerca del final de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo de la reunión era establecer un nuevo marco financiero mundial, que es precisamente lo que ocurrió. En lugar de volver al patrón oro —una idea que se rechazó porque la mayoría de los países habían gastado sus reservas de oro durante la guerra—, el dólar se convirtió en la moneda oficial del mundo. En lugar de que cada país mantuviera y realizara transacciones entre sí utilizando oro, pasaron a tener dólares estadounidenses en sus reservas (de ahí el término moneda de reserva).

A primera vista, la decisión tenía cierto sentido. Los Estados Unidos habían acumulado la mayor parte del oro del mundo —el 70%, según el Fondo Monetario Internacional— durante la década de 1940, ya que había suministrado a los Aliados la mayor parte de sus armas y suministros durante la guerra.

Por ello, en Bretton Woods, los líderes acordaron vincular las monedas nacionales al dólar estadounidense, respaldado por oro, en lugar de al oro; y durante el siguiente cuarto de siglo, los bancos centrales pudieron canjear sus billetes y valores estadounidenses a cambio del metal precioso.

Sin embargo, la situación cambió en 1971, cuando el Presidente Nixon ordenó poner fin a la convertibilidad del dólar en oro —la mayor parte del cual se había gastado en financiar la guerra de Vietnam y la Gran Sociedad de LBJ— como parte de su política de control de salarios y precios. Esto marcó el fin del Acuerdo de Bretton Woods y el comienzo de la era del dinero fiduciario, moneda de curso legal por decreto gubernamental que no está respaldada por un bien físico como el oro o la plata.

A pesar del pobre historial del dinero fiduciario (más sobre esto en un minuto), muchos argumentarían que el experimento de Nixon resultó ser un éxito, incluso si el poder adquisitivo del dólar ha disminuido constantemente desde entonces (y dio lugar a un aumento de la desigualdad de ingresos y alimentó el crecimiento del Estado administrativo). Después de todo, medio siglo después de la orden de Nixon, el dólar sigue siendo la moneda de reserva oficial del mundo… por ahora.

Pero estas dos últimas palabras son clave. La evidencia muestra que algunos como Bove pueden estar en lo cierto con respecto al futuro del dólar. Un reciente análisis de JP Morgan concluía que la «hegemonía del dólar está en entredicho», citando datos de reservas de divisas que muestran que «la cuota del dólar ha descendido a un mínimo histórico del 58%».

Las razones por las que las naciones se están deshaciendo del dólar como moneda de reserva son sin duda complicadas y múltiples, y probablemente incluyan la decisión de los Estados Unidos de congelar cientos de miles de millones de dólares en poder de Rusia tras su invasión de Ucrania. Esa decisión, dijo a Reuters en diciembre Geoffrey Yu, estratega de BNY Mellon, ha dejado a muchas naciones preguntándose: «¿Qué pasa si caes en el lado equivocado de las sanciones?».

Dejando a un lado la geopolítica, siempre ha existido el peligro de atar las finanzas mundiales al dinero fiduciario. El dinero fiduciario tiene una reputación infame en la historia de Estados Unidos, y con razón. El primer experimento de los Estados Unidos con papel moneda sin respaldo —la Colonia de la Bahía de Massachusetts en 1690— acabó en desastre, al igual que varios experimentos con dinero fiduciario durante la Guerra de la Independencia, que estuvieron a punto de costar la guerra a los coloniales.

Esta es probablemente una de las razones por las que los Padres Fundadores de Estados Unidos temían y detestaban el dinero fiduciario.  George Washington dijo que el papel moneda sin respaldo «arruinaría el comercio, oprimiría a los honrados y abriría la puerta a toda clase de fraudes e injusticias». Thomas Jefferson estaba de acuerdo. «El papel es pobreza», observó el Sabio de Monticello en 1788. «Es sólo el fantasma del dinero, y no el dinero mismo».

Quizá nadie lo dijo mejor que James Madison, el Padre de la Constitución, que calificó el papel moneda de «injusto». «Es inconstitucional, porque afecta a los derechos de propiedad tanto como quitar el mismo valor a la tierra», dijo Madison, como señaló la escritora Judy Shelton en su libro Money Meltdown (1994). Madison comprendió que ampliar la oferta monetaria era similar a un impuesto —«el impuesto más universal de todos», en palabras del economista Thomas Sowell— y la evidencia demuestra que los líderes políticos apenas han ejercido este enorme poder de forma responsable.

Una mirada a la oferta monetaria revela que los líderes de Washington se han vuelto adictos a expandirla para financiar sus agendas, principalmente guerras, burocracia y el estado del bienestar. Como resultado, el dólar ha perdido aproximadamente el 87% de su valor desde 1971. Mientras tanto, se espera que la deuda nacional alcance los 144 billones de dólares en 2053, según la Oficina Presupuestaria del Congreso, lo que afectará aún más al dólar.

Puede que ésta no sea la única razón por la que el dólar está perdiendo su hegemonía mundial. Pero sin duda es una de ellas. Si el dólar se desploma, Richard Bove podrá decir una vez más: «Os lo dije».

Jon Miltimore