El pasado 20 de septiembre tuvo lugar en Zaragoza la entrega de premios del Heraldo de Aragón, perteneciente a la familia Yarza Mompeón. Esta distinción anual obsequia a diferentes personalidades del mundo de la comunicación por su trayectoria. En este año, 2022, el galardón fue a parar a las manos de Federico Jiménez Losantos, distinguido periodista de España, nuestra nación. Al recibirlo, gratamente desarrollaba un discurso en el cual se deshacía en elogios hacia la empresa familiar y sus dueños. Entre otros mensajes, ponían encumbraba el hecho de cómo esta dinastía había puesto empeño en conservar y expandir el Heraldo de Aragón desde bien temprano, generación tras generación. Siendo un discurso bastante emotivo, el célebre presentador radiofónico lanzaba un mensaje en el que volvía a señalar al gobierno de Sánchez y sus socios nacionales y supranacionales: «Sin libertad no hay propiedad».

Haciendo gala de una dialéctica que encamara al liberalismo, arremetió como acostumbra contra las élites socialistas que tanto daño están haciendo no sólo a España, sino también a Iberoamérica o a Europa. Si bien los hispanos padecen una suerte de populismo que reparte la miseria entre sus ciudadanos, en el seno de la Unión Europea una cúpula progresista pero monetariamente acomodada se está encargando de remodelar no sólo el sistema energético y productivo europeo, sino que también hace un fuerte esfuerzo por moldear el sistema de preferencias de los ciudadanos.

A través de una cultura que endiosa causas globalistas como el ecologismo, el feminismo o el movimiento LGBT, la sociedad permanece absorta contemplando estos mantras a la par que se vacían sus bolsillos. El colapso de Europa avanza a pasos agigantados. Sin embargo, el soma instalado en los sistemas de creencias sociales evita que se produzca una reacción. Consecuentemente, en el Viejo Continente se produce una progresiva destrucción del poder adquisitivo que condena a las clases medias a la pobreza y a las clases bajas a la miseria. Llegará un punto que apenas si habrá desigualdades entre los ciudadanos no por la mejora económica, sino por haber sido condenados a no tener nada mientras toman pastillas de entretenimiento efímero.

La pobreza tiene una manifestación inmediata y visible como pocas: la necesidad es la nota del día a día. El ciudadano que deja de tener medios materiales suficientes acaba siendo esclavo de su lucha por la supervivencia. Esto le hace depender directamente de quienes puedan solventar esta imperiosa desdicha, de manera que si tras alcanzar la miseria colectiva es el Estado quien opta por hacer de salvador, unas cadenas que escapan a los ojos de los mortales atenazarán la voluntad de los hombres. Si la vivienda depende de fondos de inversión e inmobiliarias que se dedican a alquilar o al «coliving», el hombre no tendrá jamás la tranquilidad y certera de llegar a una morada que es suya, donde habita su familia y que nadie les puede echar de allí por el motivo contractual que sea.

Para que el hombre pueda ser libre necesita de independencia, es una condición de la voluntad pretérita al ejercicio de la libertad. Para ser independientes hay que reducir esas relaciones de dependencia que supongan una coerción. Esto no es algo nuevo, en el siglo XIX los redactores de nuestro Código Civil señalaban en su artículo 1.265 que sería nulo el consentimiento prestado por intimidación. Si bien este concepto es laxo, ciertamente indica que no siempre el hombre es libre y actúa de manera voluntaria, sino que se dan causas que sobrepasan la voluntad humana. Las relaciones de dependencia de los ciudadanos con el Estado o con los oligopolios que se imponen en el libre mercado serán la consecuencia de un mundo que no abogue por cuidar la propiedad, que vele por la libertad económica.

En las últimas dos décadas el paradigma social que atraviesa España ha cambiado hasta dejarlo irreconocible. A principios del milenio, antes de que estallase la Gran Crisis Financiera de 2008, se le pedía al comprador del inmueble el 1% de su valor para acceder a una hipoteca. Es decir, si una casa valía 150.000 euros, con 1.500 ya se podía asegurar la propiedad de su hogar, pudiendo dejar este como legado a su descendencia. En nuestros días, para financiar la compra de la casa se nos pide el 20% del valor. Es decir, 30.000 euros. Después habrá que añadirle los impuestos, que hacen que la suma inicial a aportar para comprar un hogar modesto ascienda hasta los casi 45.000. Esto se da en una situación en la que la presión fiscal se sitúa en máximos históricos a la par que la inflación supera a cualquier otra experimentada en los últimos 50 años. El resultado es que las jóvenes familias de España tienen que renunciar incluso al sueño de tener en propiedad el lugar donde habitan. ¿Cabe algo de libertad económica cuando hay que renunciar a la totalidad de las ganancias para alimentar tanto un Estado como un libre mercado que están tan desatados como coordinados?

Asistimos a una situación en la que, mientras el ciudadano medio debe pelear por ahorrar algo, las empresas energéticas (por el precio de la luz), como las entidades financieras (por la subida de tipos de interés) como el Estado (por el efecto multiplicador en los impuestos) maximizarán sus ingresos. Es la prueba fehaciente del Estado Servil que Belloc denunciaba, en el cual unos nuevos señores feudales se apoyarían en las estructuras administrativas existentes para hacer valer su poder económico. Para ello, sería necesarios plebeyos, los cuales deberían mantener una relación de dependencia con sus patronos o explotadores. Figuras como las PYME o los autónomos son indeseables por parte de quienes, a instancias supranacionales, se han dado cuenta de que los postulados liberales y marxistas pueden llegar a entenderse y ser muy útiles cuando se dan la mano.

De esta manera, con un Estado cada vez más grande con la falacia de ser un escudo social, por un lado, y con un mercado que se encarga de eliminar a la competencia y someter a los pequeños propietarios; nos encontramos con que la amenaza no es un monstruo socialista o ultraderechista; sino un entramado cuya última finalidad es generar el neofeudalismo. Por este motivo es importante hacer énfasis en que hay que cuidar la libertad económica de los hombres. De lo contrario, las civilizaciones caerán en una trampa de la que será realmente costoso escapar.

Las políticas que desde la Unión Europea a nuestros ojos son completamente irracionales, ya que la materialización de las propuestas ecologistas roza el absurdo y el sinsentido económico. La demolición de presas, fundamentales para la generación de energía hidráulica y el regadío, solo adquieren sentido en el momento en el que se contempla como una medida para sabotear a la población haciendo más cara la electricidad que paga mensualmente. La subida de impuestos bajo diferentes fórmulas y eufemismos no tienen sentido si no es apuntando hacia el perjuicio ciudadano, tratando el Estado sobrevivir a costa de él —un Estado que, al renunciar a reducir su tamaño, está técnicamente quebrado.

Todo esto, por últimas, apunta a un deterioro progresivo de la propiedad. Consecuentemente, la libertad económica se ve aminorada y las nuevas generaciones nacen sabiendo que fines bellos y trascendentes como tener una familia, descendencia a la que educar debidamente y legarle toda una vida resultan utópicos, siendo más próximos al mundo platónico que al real.

Por esta causa, pese a que Jiménez Losantos hiciera un discurso reseñable, hay que apuntar también que es fundamental luchar porque los ciudadanos sean propietarios, que cada familia atesore una vivienda y que sean numerosos los autónomos, agricultores, ganaderos, artesanos, pequeñas empresas, tierras, etc. En la medida en la que se cuide y fomente a esta clase media, más libre será la sociedad. De lo contrario, seguiremos alimentando a este Leviatán desatado que vuelve a vestirse con la armadura del totalitarismo.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.