Mientras España continúa mostrando los peores resultados de Europa en materia económica en el último año y medio, otros países continúan un ascenso aparentemente imparable. Es el caso de algunos miembros del antiguo bloque del Este, como República Checa, Polonia y las repúblicas bálticas; naciones que tras las reformas aplicadas al abandonar el comunismo llevan décadas experimentando un elevado y estable crecimiento económico.
El último en superar a España en términos de PIB per cápita (en paridad de poder adquisitivo) ha sido Estonia, hito que el expresidente del país, Toomas Hendrik Ilves, celebraba en Twitter generando cierta polémica. Así, Estonia se suma a la República Checa y Lituania en su adelanto a la economía española, que pierde puestos en lo que a creación de riqueza se refiere. Como muestra el siguiente gráfico elaborado con datos del Banco Mundial, Chequia adelantó a España en 2019 y el sorpasso de los países bálticos se ve ya reflejado en los recientes datos del año 2020.
Este adelanto se explica, en parte, por el mayor impacto que la crisis causada por las medidas para combatir el COVID-19 ha tenido en España. Mientras nuestro país cerró el año 2020 con una caída del PIB per cápita del 11,25%, la República Checa, Estonia y Lituania sufrieron contracciones del 5,84%, 3,24% y 0,89%, respectivamente. Estos datos evidencian una mayor resistencia de estas economías del este frente a la última crisis.
Ahora bien, el hecho de que Estonia haya superado a España no se debe únicamente a lo anterior, y es que, en 1995, el PIB per cápita español era 2,5 veces el estonio. Desde entonces, esta variable ha crecido a una tasa promedio del 4,36% anual en Estonia, mientras que sólo lo ha hecho al 0,94% en España. Entonces, ¿cuáles son las claves de este crecimiento? ¿En qué se basa el milagro económico estonio? A continuación, analizo algunos aspectos clave.
A principios de los años 90, las economías española y estonia partían de puntos de partida muy diferentes. En 1991, Estonia declaraba su independencia de la Unión Soviética tras 51 años de ocupación comunista y comenzaba de nuevo su andadura como país independiente. Tras la ruptura con la URSS, de la que Estonia era enormemente dependiente (más del 90% del comercio exterior de Estonia era con Rusia), el caos asoló el país. La escasez y el desabastecimiento eran la tónica habitual, mientras que la producción y los salarios se desmoronaban y la inflación era galopante.
El milagro de las reformas
Desde entonces, una serie de reformas consistentes en privatizaciones, liberalización de mercados y apertura; junto con una clara apuesta por la digitalización y la tecnología, han catapultado al país báltico al éxito. El que fue primer ministro de Estonia entre 1992 y 1994 y entre 1999 y 2002, Mart Laar, se inspiró en el libro de Milton Friedman Free to choose, como cuenta en esta entrevista.
La primera reforma que acometió la Estonia postsoviética fue la monetaria. En el verano de 1992 Estonia se convirtió en el primer país exsoviético en tener una moneda propia, la corona estonia, que quedaba fijada al marco alemán a través de un tipo de cambio fijo para mantener un valor estable y dotarse de “seguridad” como activo. Además, para asegurar el éxito de la reforma monetaria, Estonia necesitaba cuadrar las cuentas y alcanzar la estabilidad presupuestaria, por lo que el recién electo primer gobierno democrático de Estonia aprobó una ley por la cual todo presupuesto que se presentara en el Parlamento debería estar equilibrado (aprobar presupuestos equilibrados es ya un consenso dentro de la vida política estonia).
La clave del éxito de estas reformas, explica el primer primer ministro democráticamente electo Mart Laar, reside en que fueron aplicadas de manera rápida y contundente, en que fueron reformas radicales y no graduales, aprovechando la ventana de oportunidad que les brindó la historia.
A estas reformas para garantizar la estabilidad presupuestaria se le unieron importantes recortes del gasto público. Las subvenciones estatales a empresas se desmoronaron y, junto con una apertura al y a la inversión extranjera, el gobierno estonio abrió a la competencia los mercados. Estas reformas, junto al compromiso del gobierno con los derechos de propiedad y el establecimiento de un clima fiscal y empresarial muy favorable para la atracción de inversión y el emprendimiento, sentaron las bases del crecimiento económico moderno del país, que a finales de los años 90 era ya palpable.
A estas reformas de carácter económico se le suma la particular apuesta de Estonia por la digitalización. En 1997 el gobierno lanzó su programa de e-governance, un plan de digitalización de la burocracia y los servicios públicos que ha convertido al país en todo un referente. En la actualidad, los estonios pueden acceder online al 99% de los servicios públicos y realizar casi cualquier trámite desde el ordenador de sus casas.
Por si fuera poco, el sistema fiscal de Estonia está considerado como el más competitivo del planeta. Y no se trata ni mucho menos de un paraíso fiscal, como muestra la segunda gráfica, donde se observa que la carga fiscal está ligeramente por debajo de la media de la OCDE, sino de un país con un trato fiscal muy ventajoso para las empresas, con un tipo impositivo único sobre la renta y un impuesto sobre los bienes inmuebles que apenas genera distorsiones.
Todo lo comentado anteriormente ha hecho de Estonia un caso digno de estudio, disparando la renta per cápita del país de en torno a los 2.000 dólares a principios de los años 90 a casi 40.000 dólares en la actualidad. Es un ejemplo de cómo las instituciones (económicas) correctas pueden convertir a cualquier nación en próspera y desarrollada. Tenemos mucho que aprender de países como Estonia.