El Día de Colón trae cada año con la acritud habitual que recogió la revista Salon con los puntos habituales de conversación declarando la conquista europea de las Américas como «el mayor acto de genocidio masivo» de la historia mundial. En Salon se cita al historiador David Stannard, escribe: «De media, por cada 20 nativos vivos en el momento del contacto europeo —cuando por las tierras de las Américas pululaban varias decenas de millones de personas— sólo uno quedó en su lugar cuando acabó el baño de sangre».
Cifras como ésas se siguen debatiendo acaloradamente, pero pocos están en desacuerdo en que, en definitiva, el número de nativos era extremadamente pequeño comparado con el tamaño total de las Américas. En otras palabras, el número de personas en relación con la cantidad de recursos naturales del Nuevo Mundo era diminuto y la densidad de población en las Américas continúa siendo baja para los patrones globales incluso hoy.
Mientras que muchos expertos e historiadores debaten habitualmente sobre los conflictos violentos entre tribus y conquistadores en los medios populares de comunicación, escuchamos mucho menos sobre intelectuales que observen seriamente las implicaciones económicas de las tierras relativamente poco pobladas en las Américas.
Las Américas son diferentes
Hay cada vez más investigaciones sobre la historia económica de las Américas y los llamados «Estados frontera». A lo largo del siglo pasado, advirtieron que regiones fronterizas en lugares como las Américas, Australia y Rusia Oriental son, de hecho, económica, política y sociológicamente diferentes de otras partes del mundo en las que la población étnica local ha ocupado —en muchos casos— esos territorios durante siglos.
No es el caso de las Américas, donde los nuevos grupos de personas se establecieron en tierras que en un tiempo fueron poseídas por grupos completamente diferentes con diferentes costumbres, prácticas económicas e instituciones. El traslado de pueblos a tierras de frontera y la explotación allí de recursos naturales han dado forma a las realidades económicas y políticas de hoy.
Esta investigación sobre la colonización de la frontera probablemente empieza con el Frederick Jackson Turner y su «tesis Turner», que fue presentada por primera vez en 1893.
Turner se centraba en la experiencia de los Estados Unidos, pero Walter Prescott Webb trataría de desarrollar estas ideas en un grupo más universalmente aplicable en su libro de 1951 The Great Frontier. Para Webb, «la gran frontera» no incluía sólo a América del Norte, sino también a Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica (historiadores posteriores añadirían Rusia Oriental a esta lista).
Desde entonces, la mayoría de los historiadores que trabajan sobre temas de historia de frontera han intentado, o bien avanzar a partir de la obra de Webb y Turner, o bien refutarlos. Sin embargo, en ambos casos hay un reconocimiento de que los Estados frontera eran algo diferente y de que el período álgido de colonización fronteriza, de 1500 a 1900, revolucionó la economía global y su demografía.
¿Qué es un Estado frontera?
Los Estados frontera son —por usar una definición empleada por el científico político Roberto Foa— «países que en siglos recientes han extendido su gobierno sobre nuevos territorios adyacentes a sus regiones nucleares».
El economista Edward Barbier, en su libro Scarcity and Frontiers, añade que estas regiones también se caracterizan por una fuerza laboral pequeña en relación con la cantidad de terreno y recursos naturales disponibles. Es decir, las áreas de frontera son notorias por experimentar escasez de mano de obra, lo que lleva a una amplia variedad de resultados políticos y demográficos.
Inmigración y esclavitud
Consideremos el problema que afronta un dueño de terrenos en un lugar de frontera. Él o ella ven abundante terreno agrícola para cosechas o terrenos montañosos para minas. Al mismo tiempo, hay pocas personas en la zona para plantar y recoger las cosechas o cavar las minas. Como señalan muchos historiadores de tribus nativas, por supuesto, la población indígena ya se ha visto diezmada por enfermedades y conflictos militares. Al contrario que la situación en África, India y Asia Oriental, los asentamientos en las Américas se encontraban con grandes extensiones de terreno habitadas por muy pocas personas.
Por supuesto, la solución para este problema económico es conseguir una mano de obra más abundante. Esto puede hacerse mediante diversos medios. El primero de todos, el dueño (ya sea de una propiedad privada o de una organización estatal) puede convencer a colonos a mudarse voluntariamente a una nueva región. Se han empleado diversas estrategias diferentes en el Nuevo Mundo en este sentido. En las primeras décadas, las colonias norteamericanas a menudo se basaban en sirvientes contratados que mantenían un periodo de servidumbre a cambio del coste de transportarlos al Nuevo Mundo. Por supuesto, al trabajador le movía la perspectiva de obtener la libertad al final del periodo contratado. Posteriormente, los Estados Unidos usaron las leyes de ocupación y los planes de venta de tierras para atraer colonos a las tierras de frontera. Canadá empleó tácticas similares. Por el contrario, en Argentina, el Estado argentino subvencionó activamente la inmigración de personas de Italia a América del Sur a finales del siglo XIX y principios del XX. En todas las Américas, los colonos se trasladaron desde Europa en una búsqueda de terrenos relativamente baratos o como una huida esperanzada de los problemas sociales y económicos del Viejo Mundo.
Hoy los apellidos en todas las Américas nos recuerdan el aspecto paneuropeo de la inmigración en la región. Sólo tenemos que echar un vistazo a una lista de jefes de Estado latinoamericanos para ver nombres como Michelle Bachelet, Pedro Kuczynski, Cristina Kirchner, Vicente Fox y otros.
La emigración voluntaria no se limitó a los europeos. En el siglo XIX, los trabajadores chinos trataron de aprovechar la escasez de mano de obra en California y los trabajadores japoneses hicieron lo mismo en California, Brasil y Perú. Al emanciparse los esclavos en Cuba, se importaron decenas de miles de trabajadores chinos para reemplazarlos.
Sin embargo, en muchos casos, la inmigración no era suficiente para rebajar los salarios a un nivel que prefirieran los propietarios y sus aliados en el gobierno. Así que los poderosos políticamente recurrieron en su lugar a la esclavitud. Naturalmente, la mano de obra esclava importada disminuiría los salarios, tanto para los propios esclavos, como para la población libre existente que precedió a los esclavos. Esta práctica fue especialmente útil en los casos en los que el trabajo manual era particularmente difícil, como en el caso de las plantaciones de caña de azúcar del Caribe o las plantaciones de algodón en el Sur americano. Sin embargo, los mayores importadores de esclavos estuvieron en Brasil, donde los esclavos, durante un tiempo, superarían con mucho a la población descendiente de europeos.
Lo que empezó como una «solución» para una escasez básica de manos de obra evolucionaría con el tiempo hasta un asunto sociológico y político que impregna la política hasta hoy. Y contrariamente a lo que muchos ingenuos izquierdistas americanos parecen pensar, el tema de la esclavitud y las políticas raciales no es algo único de los Estados Unidos. Es una característica de los Estados frontera en todo el planeta. Además, podríamos señalar que la esclavitud en las Américas difícilmente sería atribuible a que los colonos fueran especialmente inhumanos en sus prácticas en relación con otras sociedades de ese momento. Lo diferente en América fue esto: la relativa abundancia de tierra y capital en relación con el trabajo, que hizo que la esclavitud fuera mucho más rentable que en otras partes del mundo. Hay una razón por la que la metrópoli España abolió la esclavitud décadas antes que en Cuba. Simplemente rentaba más en el Caribe.
Efectos en Europa
Por supuesto, las únicas áreas afectadas no fueron sólo las nuevas tierras. Como señalaba Webb, los europeos fueron «transformados» por su establecimiento en estas nuevas tierras. Esto se hizo mucho más evidente cuando la población de Europa occidental empezó a expandirse en el primer período moderno y el siglo XIX. La abundancia de tierras en las Américas creaba una «solución» sencilla para los políticos europeos, que podía simplemente animar (ya sea exhortándolas o subvencionándolas financieramente) a las clases sociales problemáticas a emigrar cruzando el océano. Los británicos embarcaron activamente a delincuentes hacia sus colonias al otro lado del mar e indudablemente el movimiento a gran escala de trabajadores de lugares desesperadamente pobres —como el sur de Italia e Irlanda durante el siglo XIX— transformaron las realidades demográficas y políticas de esas regiones.
Incluso con mano de obra esclava importada, la densidad relativamente baja de trabajadores en el Nuevo Mundo permitía un constante reajuste de salarios tanto en Europa como en las colonias, ya que el éxodo de la población al Nuevo Mundo aumentaba la escasez de trabajadores —y por tanto los salarios— en sus países de origen.
Al mismo tiempo, quienes permanecían en Europa aprovechaban la enorme cantidad de materias primas encontradas en las Américas, incluyendo las muchas pesquerías, prospecciones mineras y plantaciones de la región.
Implicaciones actuales
Continuamos viendo los efectos de los orígenes de frontera del Nuevo Mundo en la política moderna. Dadas las historias relativamente recientes de sus poblaciones, las dinámicas sociales de las Américas son bastante distintas de las de Europa.
A pesar de recientes afirmaciones de que Europa está siendo arrasada por la inmigración de Cercano Oriente y África, el hecho es que Europa sigue siendo mucho más uniforme culturalmente de lo que suele ser normalmente cualquier Estado moderno posfronterizo. Mientras que los Estados Unidos, por ejemplo, es europeo de origen en un 70%, la mayoría de los países europeos siguen siendo «blancos» al menos en un 90%. Ni siquiera Canadá, que es mucho más «europeo» que su vecino del sur —con sólo un 19% de su población listada como «minoría visible»— se acerca al tipo de uniformidad cultural que es hoy común en los Estados-nación de Europa.
Por supuesto, América Latina es todavía mucho más diversa, con Brasil, por ejemplo, reportando que menos de un 40% de su población es principalmente de orígenes europeos. El legado de los esclavos importados y las poblaciones indígenas supervivientes sigue siendo hoy un factor innegable en la política brasileña. Sólo Rusia —ella misma un reciente Estado frontera— se acerca a experimentar una situación similar en demografía étnica.
Así que es «encantador» cuando los europeos dan lecciones a los americanos (incluyendo a los latinoamericanos) acerca de «tolerancia» y «amplitud de miras», cuando la historia sugiere que son los habitantes del Nuevo Mundo los que saben mucho más acerca de esas cosas que los europeos que se quedaron en casa y trataron de explotar a aquellos que hicieron el duro viaje a las tierras de frontera. Después de todo, fueron los regímenes europeos los que exportaron sus problemas políticos al Nuevo Mundo y estuvieron encantados de beneficiarse de la explotación de mano de obra esclava para suministrar a Europa con azúcar y otros productos básicos. Fueron los propios residentes en las Américas los que tuvieron que tratar directamente estos asuntos, incluyendo tendencias demográficas más amplias. El hecho de que la población de los Estados Unidos se multiplicara por cinco entre 1830 y 1900, por ejemplo, no fue cosa pequeña. Como señala el historiador Jon Grinspan, durante este periodo, «al menos 18 millones de inmigrantes arribaron desde Europa, más gente de la que había vivido en toda América en 1830». Dada la propensión a las guerras mundiales mostrada por los europeos a lo largo del siglo pasado, puedo imaginarme con extrema inquietud cómo habrían afrontado los europeos una situación igualmente desestabilizadora en el mundo moderno.
Pero muchos otros asuntos de la realidad política en el Nuevo Mundo también son un legado de su pasado de frontera. Foa escribe: «Se aprecia que las zonas de frontera tienen actualmente niveles más bajos de orden público y una deficiente en provisión de bienes públicos. Varias teorías [pueden] explicar esta discrepancia, incluyendo reubicaciones internas, costes de monitorización y aplicación, y relaciones entre colonos y población indígena».
Cuando se critica a los Estados americanos por ser sociedades de «baja confianza», faltos de cohesión social y que experimentan tasas de delincuencia relativamente altas, todo esto deriva de las realidades de la falta de uniformidad cultural e historia común entre los residentes del Nuevo Mundo. Las sociedades no fronterizas han necesitado siglos para hacerse más uniformes y cohesionadas. A las sociedades del Nuevo Mundo les sigue quedando mucho camino por recorrer.
Podemos apostar a que Colón no tenía ninguna idea de la revolución social y económica que estaba poniendo en marcha para que Europa empezara a dirigirse hacia la «gran frontera». Sólo quería hacerse rico. Pero, hoy seguimos viviendo con el legado de la expansión europea a estas nuevas tierras.