El pasado 24 de febrero, poco antes de las 6 de la mañana, el presidente ruso Vladimir Putin comparecía frente a su nación para anunciar la inminente invasión de Ucrania. «Operación militar especial», la llamó él.

El estupor inicial dio paso a una gran indignación de la mayor parte de la población europea, que veía atónita cómo los burócratas de Bruselas balbuceaban ante la nueva amenaza del líder ruso. Ciertamente, la reacción inicial de los altos mandos de la UE invitaba a pensar que una vez más todo quedaría en el campo de las palabras. Muchos pensábamos que todo iba a quedar en palabras más o menos contundentes, en edificios iluminados, en actos con flores y el mítico Imagine de John Lennon. A lo que nos tienen acostumbrados, vamos.

Sin embargo, entre tanto Chamberlain, pudimos ver un Churchill. Hablo del primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki. El político polaco se ha volcado en el conflicto como si la invasión afectase a su propio país. Como si las tropas de Putin estuviesen en las afueras de Varsovia y no de Kiev. Además, es una voz autorizada, pues lleva años advirtiendo del peligro que supone el inquilino del Kremlin. Sin ir más lejos, a mediados de enero, concedió una entrevista para El Mundo en la que advirtió: «O paramos el sueño imperial de Putin o será una pesadilla para la UE».

Probablemente, el líder polaco era consciente del peligro ruso porque, a diferencia de otras naciones que viven en el mundo de los micromachismos y el heteropatriarcado, Polonia no ha olvidado su pasado muy reciente. En la mente de los polacos aún está el dolor que ocasiona la presión de la bota rusa.

Polonia ha jugado un papel clave desde el estallido del conflicto, convirtiéndose en un actor fundamental durante las negociaciones sobre las sanciones que se iban a imponer a Rusia. Por un lado, ha hecho de puente entre el este de Europa y el eje franco-alemán; por otro, ha sido la vía de comunicación directa entre Berlín y Kiev. Tampoco ha dudado el líder polaco en convencer a los dirigentes europeos más reacios a las sanciones, así como ofrecer asilo a los miles de refugiados que huyen de Ucrania.

Desde el primer día, Morawiecki solicitó contundencia a los altos mandos de la UE, convirtiéndose en el líder de la corriente mayoritaria que pedía firmeza ante el Kremlin. Ha pasado de persona non grata a ser el líder de la ola de apoyo a Ucrania que recorre el viejo continente.

Aunque se anunciaron medidas desde un primer momento, parecía que las que más podían dañar al gigante euroasiático se quedarían en el cajón. Durante los primeros días, países como Alemania, Italia o Estados Unidos, se negaron rotundamente a excluir a Rusia del sistema SWIFT. Y si bien la presión mediática hizo que algunos países se retractaran, Alemania siguió resistiendo hasta el último momento.

En estas circunstancias, Morawiecki fue de viaje oficial hasta Berlín para intentar convencer al ejecutivo de Scholz de la necesidad de tomar medidas más severas contra Rusia. «Vengo a sacudir la conciencia alemana», dijo el dirigente polaco. Lo cierto es que Alemania ha sido uno de los países que más palos ha puesto en la rueda a la hora de aprobar sanciones contra Rusia, probablemente debido a la situación de debilidad en la que se encuentra tras la desastrosa política energética de los últimos años.

Al mismo tiempo, el líder polaco se puso en contacto con otros dirigentes europeos para convencerles de la necesidad de endurecer las sanciones. Así, consiguió el apoyo de Viktor Orbán para solicitar una medida tan dura para Rusia como es la desconexión total del sistema SWIFT.

De hecho, el pasado 2 de marzo conocimos que la UE se había decantado por excluir a los grandes bancos rusos de la desconexión del SWIFT.  Tras conocer esta decisión, Morawiecki la tachó de «inaceptable» y exigió la desconexión de todas las entidades financieras rusas del sistema SWIFT, incluidos los bancos que canalizan los pagos energéticos. Ciertamente, parece la única postura aceptable moralmente. No se puede poner una vela a Dios y otra al diablo, que es lo que está haciendo la Comisión Europea.

Mientras la UE meditaba sanciones a Putin, Polonia tomó por su cuenta aquellas a su alcance. Así, se convirtió en el primer país europeo en cerrar su espacio aéreo a las distintas aerolíneas rusas. También fue el primer país en solicitar el envió de armas a Ucrania por parte de la OTAN. De hecho, ya el 4 de febrero, viendo los movimientos de tropas rusas en la frontera, Morawiecki anunció el envió de armas a Ucrania por parte del gobierno polaco.

Por si todo lo anterior fuese poco, Polonia se convirtió oficialmente en el primer país europeo en apoyar la entrada de Ucrania en la UE. El 26 de febrero, dos días después del comienzo de la invasión, el presidente Duda pidió la «entrada inmediata» de Ucrania en el grupo comunitario.

Respecto a la acogida de refugiados, Polonia ha dado toda una lección de humanidad y solidaridad, demostrando que es la digna heredera de San Juan Pablo II. Los polacos han abierto sus puertas a mujeres, niños y ancianos, dándoles todas las facilidades para acceder al país. A día de hoy, se estima que ya han cruzado la frontera polaca casi un millón de ucranianos. No deja de ser curioso que semejante lección de verdadera solidaridad la esté dando la misma Polonia que tantas veces ha sido tachada de insolidaria. Sin ir más lejos, hace unos meses recibió duras críticas por no permitir la entrada a los inmigrantes africanos que eran alentados por la Bielorrusia de Lukashenko, el aliado de Putin.

Sin duda, con su liderazgo en esta crisis, el dirigente polaco ha dado una verdadera lección de defensa de los valores europeos a todos esos burócratas que habitan Bruselas y que consideran que el europeísmo es aumentar el poder de un ente supranacional que únicamente representa sus intereses.  Así, Polonia ha dicho a todo el mundo que no se puede dejar a Ucrania a su suerte por el hecho de no pertenecer a la OTAN ni a la UE.

No deja de ser paradójico que sea Polonia, un país maltratado hasta el hastío por el establishment bruselense, quien esté dando una lección de verdadero europeísmo a todo el continente. Ojalá esta página negra de la historia europea sirva para que Polonia se consolide como la potencia mundial que merece ser. La fuerza moral ya la tiene.