Hoy se cumplen cinco años del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit, uno de los primeros no se podía saber de este tiempo que sin darnos mucha cuenta comenzaba por aquel entonces (el mismo Brexit, la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, la moción de censura de Pedro Sánchez y el bolso de Rajoy en España) y que ahora, tras el último año y medio, es tan evidentemente distinto al pasado que abruma.

El 23 de junio de 2016 los británicos decidieron por un exiguo margen abandonar la UE. De hecho, una mitad votó salir (51,9 %) y la otra (48,1 %), quedarse. Por el momento, la única nación que ha abandonado el proyecto que arrancó con la denominada Declaración Schuman, mediante la que en 1950 el ministro francés de exteriores, Robert Schuman, dio el primer paso para la integración de los estados europeos al proponer la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), germen de la actual Unión Europea.

Formada inicialmente por Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, la CECA nació como una solución para evitar una nueva confrontación continental, por medio de la puesta en común de la producción de ambas materias primas. Esta comunidad fue el primer paso en un largo y cada vez más complejo proceso de integración basado en la confianza. Un avance que a lo largo de los años fue visto con creciente sentido de utilidad material y moral en los países europeos. Desde sus inicios, quizás hasta aquel 23 de junio de 2016, más efecto que causa, las naciones europeas, en la medida de sus posibilidades, han buscado y alcanzado la adhesión, salvo muy contadas excepciones. 

El caso de Noruega

Entre ellas, Noruega representa un caso paradigmático, al ser la única nación que ha votado dos veces en referéndum en contra de su incorporación. El gobierno del país nórdico solicitó por primera vez su anexión a la ya existente Comunidad Económica Europea (CEE) en abril de 1962, un año después de haberlo hecho Irlanda, Reino Unido y Dinamarca. Aunque las presiones de Charles de Gaulle, contrario a la incorporación británica retrasaron el proceso, estos tres países ratificaron sus tratados de adhesión y se unieron a la CEE en 1973 sin Noruega, cuyo electorado lo había rechazado en referéndum por un 53,5 % en 1972.

A pesar de la negativa inicial, el Ejecutivo noruego volvió a solicitar la adhesión en 1992, lo que abrió un nuevo tiempo de negociaciones. A pesar de extensión y la profundidad de lo conversado, en 1994, el 52,2 % del electorado votó en contra de incorporación de Noruega a la recientemente creadaUnión Europea (UE). Dos veces “no” en apenas 20 años.

Ambas negativas, sin embargo, no significan que el país no forme parte del proceso de integración europea. Sus relaciones con la Unión Europea se basan en su pertenencia al Espacio Económico Europeo (EEE), acuerdo que desde su entrada en vigor en 1994 une a los Estados miembros de la UE con aquellos que componen la Asociación Europea de Libre Cambio (AELC o EFTA), excepto Suiza, formando así parte del mercado interior común que permite la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales (espacio Schengen). Además, la integración en el EEE y a la AELC conlleva, entre otras cosas, la participación en materia financiera en la cohesión económica y social de la UE y la cooperación en áreas como investigación y desarrollo, educación, política social, medioambiente, protección a los consumidores, empresa, turismo y cultura.

Europa es más que la UE

Contra la buscada confusión entre territorio y administración, los noruegos y los británicos, como los suizos y los islandeses, cada uno a su manera, demuestran la evidencia de que Europa es mucho más que la Unión Europea. La cooperación de sus naciones, cuna de Occidente, y la unidad ente los ciudadanos europeos ya no se da gracias a la burocracia continental, sino a pesar de ella.