Cuando doy con una canción absorbente, no dejo de escucharla. La reproduzco una y otra vez en Spotify. Si es una pieza con un videoclip, lo veo también, si bien con honrosas excepciones ambos canales, el musical y el visual, cumplen las expectativas. Recuerdo mientras escribo estas líneas, por ejemplo, la canción Take on me de a-ha: tanto la música como el videoclip se han vuelto un clásico moderno. O Thriller del rey del pop. Pero de lo que realmente me he enamoriscado en los últimos días no es de una canción pegadiza con ritmo para cantar bajo la ducha —o sí, quien sabe— sino un himno: Jerusalem de Hubert Parry con letra del prefacio del poema épico Milton de William Blake. Los versos, especialmente los finales, son una extraña mezcla de patriotismo y mesianismo tan propio de un pueblo, el inglés, cuyas cabezas civil y religiosa la acumulan una sola persona, el rey: «I will not cease from mental fight, / Nor shall my sword sleep in my hand: / Till we have built Jerusalem, / In England’s green & pleasant land». Creo que no necesita traducción. Es toda una llamada a la acción: construir con ahínco y sin descanso, incluso recurriendo al acero si hace falta, la capital celestial en las tierras verdes y apacibles de Inglaterra.
La pieza me llevó a otra. Land of Hope and Glory con música de la primera marcha de la composición más famosa de Edward Elgar: Pompa y circunstancia. Tiene guasa que un compositor católico, con todo lo que ello suponía en la Inglaterra victoriana, pusiera música a una de las letras con lo más representativo de la tradicional englishness: «Land of Hope and Glory, Mother of the Free, / How shall we extol thee, who are born of thee? / Wider still and wider, shall thy bounds be set; / God, who made thee mighty, make thee mightier yet, / God, who made thee mighty, make thee mightier yet». Una vez más, todo un derroche de amor a la patria con la ayuda inestimable del Todopoderoso. ¡A quién no le entran ganas de pedir la nacionalidad británica tras escuchar estos acordes y estas palabras!
Un himno, una marcha y… Una canción. Auld Lang Syne completa el podio de esta manifestación comunitaria de apego e identidad. Un tema muy habitual en celebraciones y eventos festivos como el fin de año. No pocos eurodiputados la cantaron como despedida en la sesión plenaria del Parlamento Europeo en la que se aprobó el acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea. La letra recuerda a las viejas amistades y los buenos momentos vividos. En el cine de Capra desempeña un protagonismo especial en varias de sus películas: ¡a quien no se le humedecen los ojos cuando los vecinos de Bedford Falls comienzan a cantarla en la casa de los Bailey!
Recordando estas piezas musicales tan populares entre nuestros amigos británicos pensaba en las nuestras: ¿en España compartimos alguna expresión musical popular y transversal que arrebate al público en cuanto suenan las primeras notas musicales? Haciendo memoria sólo se me ocurren dos: Y viva España de Manolo Escobar y Un año más de Mecano. No logro reunir más ejemplos musicales que logren hermanar a todos los españoles como si sólo fueran uno solo sin distinción de credos, geografías y edades. Incluso tengo mis dudas de si la canción de Escobar podría generar un sentimiento de unión entre españoles que ya no se sienten como tal. ¿Mediterráneo de Joan Manuel Serrat o «Libre» de Nino Bravo? A mí me encantan, pero creo que muchos zoomers las desconocen. Igual que no muchos boomers o los que viven ya la ancianidad jamás habrán oído hablar de Flaca, Tenía tanto que darte, Princesas o Besos.
Lo reconozco. Envidio a los británicos. Especialmente en los Proms, esos conciertos de música clásica abiertos al everyman que Ignacio Peyró define en su exquisito Pompa y circunstancia como «[una] manera de encarnar esa mezcla entre alta cultura y cultura popular propia de la Inglaterra victoriana». En la última función, llamada The Last Night of the Proms, el director toma la batuta y comienza a dirigir a una orquesta que interpreta las piezas musicales más populares del repertorio británico: desde las aquí mencionadas Land of Hope and Glory y Jerusalem hasta la archiconocida Rule Britannia y la solemne Zadok the Priest. El público, desde el lord hasta el peasant, enloquece y canta a pleno pulmón cada pieza. Es asombroso. ¿Se imaginan en España unos conciertos de música clásica que tocasen piezas populares en los que los asistentes, en pie, ondeando banderas y blasones, cantaran a los cuatro vientos? Antaño, en la católica España, cuando lo que más nos unía era la fe, quizá podríamos entonar juntos el Te Deum; ahora, en la caótica España, ¿qué canción nos convierte en una sola voz?