Si la música es el corazón que es el latido, los textos son el cerebro de una obra. No lo digo yo, son palabras de la bailaora María Pagés que junto a Carmen Linares, la mejor cantaora viva y a la que escuchar cantar es un auténtico privilegio, recibirán hoy el premio Princesa de Asturias de las Artes 2022. Premios Princesa de Asturias, la cita cultural más importante de España. Unos Premios que se concibieron, entre otras razones, para mostrar al mundo que la humanidad se construye valorando a quienes crean, imaginan, construyen y más hacen por la cultura.

Qué fuerza de la naturaleza, qué misterio es el que saca de su interior el genio de estas mujeres que entre las 43 candidaturas de 19 nacionalidades han merecido alzarse con el galardón en esta edición. Dos figuras que, a compás de zorongo, granaína, seguidillas, por soleas o por martinetes, cuando pisan el escenario elevan el cante y el baile a lo más alto.

María Pagés conoce su cuerpo a la perfección. Lo ha explorarlo, lo ha investigado y lo ha estudiado desde que tuvo conciencia de que lo suyo era bailar. Con 15 años se empeñó en tomar clases con los mejores como Antonio Gades y antes con la mítica Adelita Domingo, «entraba a las diez de la mañana y salía a las diez de la noche. Era cumplir un sueño». Hasta que saltó a Madrid y allí supo que era el momento de volver a casa e intentar enseñar a todo el que quisiera ir con ella bailar.

Estamos ante un torbellino de brazos interminables que se articulan como piezas de ingeniería, vestida con sus batas de cola que van desde el color negro —que Eva La Yerbabuena me aseguraba: «Dicen que este color te protege. El negro contiene todos los colores y despierta a la luz, pone luz en las sombras»—, al rojo. Unos brazos que abarcan todo un auditorio y desde los que es capaz de poner de acuerdo sobre el arte del quejío y el duende flamenco igual a un japonés que a un español. Una Pagés tan decidida ante la vida como en el baile. Creatividad y pasión sobre las tablas hablando de amor y muerte. Sabe de lo que habla. Se ha enfrentado a ellos en el escenario, pero también los ha mirado cara a cara en la vida. Hoy el teatro Campoamor acoge a dos mujeres que se sienten dichosas por poder dedicarse a su sueño. Dos mujeres que sienten la necesidad de dar las gracias por ello.

Arte e inspiración

«Cuando ves una obra de arte, sea de la época que sea y de la disciplina que sea, hay expresiones, sentimientos, que sólo al verlos y al desmenuzarlos, vuelven a ti. Pura inspiración». Porque el arte reproduce la propia vida. Y el tiempo va esculpiendo. Igual que la tierra y el aire erosiona y transforma, el tiempo también va esculpiendo la obra y la mente del artista. María defiende que las cosas hay que cambiarlas, que no podemos aceptar sin más. Sabe que la vida es una carrera de obstáculos…  ¡afortunadamente! porque una vida sin obstáculos te impide ir creciendo. María Pagés en 2006 perdió a su marido y padre de su hijo Pancho, José María Sánchez, director de cine y de teatro, clave en el crecimiento personal y artístico de la sevillana, —cuenta Antonio Arco que cuando baila en ocasiones La nana de la cebolla, dedicándosela a él, deja al público sin respiración. Aseguraba Concha García Campoy que el dolor no es bueno en sí mismo, pero la dificultad, el obstáculo, la barrera, sí te hace crecer.

Así, el arte habla de emociones. Lo más genuino, lo más atávico. Y vuelve al compromiso, Pagés está convencida de que «el arte lleva, en su esencia y en la emoción que lo produce, un profundo compromiso con la vida y con la memoria cultural».

Manzanas

TVE recuperaba el pasado domingo, dentro de Imprescindibles, el documental María Pagés, el cuerpo habitado, a propósito de la concesión del premio Princesa de Asturias de las Artes. Recordaba emocionada los momentos vividos en Fukushima, la ciudad que sufrió aquel devastador suceso nuclear en 2011, «nos pusimos en contacto con compañeros con los que trabajábamos con el deseo de hacer algo, además del apoyo moral y el consuelo. La idea cuajó a través de su amor por los niños.  Como si fuera El flautista de Hamelin, María levantó a los pequeños con el espectáculo Fukushima, mi amor llevándolos con alegría hacia el escenario con el baile y esa fuerza y energía tan admirables. ¡Qué experiencia ver a esos niños, ese teatro lleno bailando y tocando palmas!

Y Dios…

Carmen Linares lo explicaba muy bien: «Creo que hay algo que mueve el mundo, algo que está relacionado con el amor en toda su extensión, no sólo con el amor en pareja. Creo en algo que está un poco en todos nosotros, en cada persona». Carmen ha visto sufrir a mucha gente, sufrir de verdad, «y esas imágenes de sufrimiento me hacen decirme: no tienes ningún derecho a quejarte». Imágenes relacionadas con la muerte de personas queridas. Carmen perdió a su única hermana y a su padre en el espacio de dos años quedando su madre y ella solas, «tu escala de valores se va al garete, cambias como ser humano». Tal vez por eso habla de Dios con toda naturalidad, se plantea lo de no saber qué va a pasar después, qué hay más allá de la muerte. «Me gustaría que hubiera algo después, porque si no qué tristeza. Yo querría volver a encontrarme con ellos… creo en Dios, necesito creer en algo, pienso que hay algo más y me agarro a eso».

Y ese amor que mueve el mundo y que puede cambiar muchas cosas lo vimos casi al finalizar el magnífico documental. La voz quebrada de Pagés relataba la visita de una chica que antes de la tragedia en Fukushima cultivaba manzanas, «y, claro, allí ahora no se podía cultivar nada. Estaban en ese proceso de ver cómo vuelve a regenerarse y a ser una tierra normal, dentro de lo posible». La joven le prometió que la primera cosecha que lograran sería suya. Vuelve a emocionarse. Comprueba  la dimensión que posee su profesión, como de rápida se nos pasa la vida y lo pequeños que somos en este universo enorme. Y que tanto esfuerzo tiene su recompensa: poner el baile al servicio del compromiso, de la solidaridad a la vez que ayudas y miras al futuro dibujándolo con una sonrisa.

¿Qué sentido tiene la vida si no eres útil a los demás? ¿Dónde van esos sentimientos? Ahí está, ése es el momento en el que uno comprende que tiene que empezar a dar. Cuando devuelves lo adquirido de la mano de maestros porque uno de los ingredientes más importantes del arte es el compromiso social, «no lo entiendo de otra manera. Podemos hacer mucho por la sociedad. Si el arte no tiene un beneficio a nivel social no tendría sentido».

Observándolas estos días, es indiscutible que Pagés y Linares aman la vida por encima de todo, a pesar de los zarpazos apabullantes y triples saltos mortales de amargura. Por eso, tienen claro que es importante ser leal, solidaria y entregar siempre. Luego llegarán los aplausos y la suerte de ganarse la vida haciendo lo que más les gusta, bailar y cantar, que tanto reconforta.

José Saramago escribió rotundo: «Ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado». Y otro sabio, Oscar Niemeyer, inspiró a la bailaora: «La vida es un soplo. Todo acaba. Me dicen que después de que yo muera, otras personas verán mi obra. Pero esas personas también morirán. Y vendrán otras, que también se irán. La inmortalidad es una fantasía, una manera de olvidar la realidad. Lo que importa, mientras estamos aquí, es la vida, la gente. Abrazar a los amigos, vivir feliz. Cambiar el mundo. Y nada más».

Nieves B. Jiménez
Seré los ojos de todo lo que ocurra en Cultura. Una ventanita abierta a la belleza, a proyectos bonitos de gente interesante, tareas anotadas en mi agenda, manías (casi) inconfesables, debilidades... Tal vez me has visto en Frontera D. Jot Down. Vanity Fair. Diario La Verdad (Vocento)... ¡Y premio SIMTAC 2019 al mejor reportaje de prensa!