Con motivo del 85 aniversario de la guerra civil española, han sido muchas las historias que se han desempolvado para ser recordadas. Una de las más conocidas, sin duda, el asesinato de García Lorca. Uno de los mayores protagonistas de aquella rocambolesca historia fue, sin duda, Luis Rosales. Un hombre al que se le truncó la vida a los 26 años. Para muchos, su faceta como poeta debería estar por encima de cualquier otra consideración. Pero no es menos cierto que jugó un papel fundamental en aquellos días de agosto de 1936 que acabaron con el trágico asesinato de Lorca.

Luis Rosales nació en Granada, en 1910. Allí pasaría su infancia y su juventud. Y sería también en la ciudad de la Alhambra donde conocería a García Lorca. A ambos los presentó el filósofo Joaquín Amigo.

Movido por sus inquietudes y su amor por la poesía, se mudó a Madrid en 1932. En la capital estrecharía su relación con Federico, por el que sentía verdadera veneración. Él mismo llegaría a decir que Federico era su maestro y su luz. También sería la causa de una llaga sangrante que tendría que sufrir de por vida.

Una vez comenzada la guerra, los sublevados se hicieron rápidamente con la mayor parte de la provincia de Granada. Concretamente, los rebeldes se levantaron en la capital el día 20 de julio, quedando completamente dominada el día 23.

El día 9 de agosto, se produce en la huerta de San Vicente (la casa de los Lorca) un registro por parte de las autoridades y algunos civiles que les acompañaban. Ese día se vivieron algunos episodios violentos, ya que los alborotadores iban buscando a un criado de los Lorca. En ese grupo se encontraban los hermanos Roldán y José Benavides, enemigos desde hacía décadas de la familia García Lorca.

Empezó a temerse por la vida de Lorca

Tras lo sucedido, la familia de Federico empezó a temer por la suerte del poeta. Por ello, pidieron a Luis Rosales que escondiera al autor de Bodas de Sangre en su casa, situada en la calle Angulo, 1. Tanto Luis, como la familia García Lorca, estaban tranquilos y felices. ¿Qué peligro iba a correr Federico en la casa de unos camisas viejas de Falange? ¡Era imposible! ¡No había lugar más seguro!

Efectivamente, Rosales era un apellido con peso dentro de la Falange. José Rosales, apodado Pepiniqui, se afilió al partido del yugo y las flechas el año de su fundación, en 1933. Fue nombrado jefe provincial de Falange por Primo de Rivera, con el que mantenía una gran amistad. En julio de 1936, José era el hombre más importante de Falange de toda la provincia de Granada, siendo uno de los cabecillas de la conspiración en la provincia. También Miguel Rosales era camisa vieja de Falange, aunque con menor relevancia interna que su hermano mayor. Luis, el amigo de Federico, se afilió al partido el día 20 de julio de 1936.

García Lorca llegó a la casa de los Rosales la noche del 9 de agosto de 1936, donde permanecería hasta el día de su detención, el 16 de agosto. Se alojó en una habitación de la segunda planta, bajando alguna vez para comer o leer. Su principal pasatiempo aquellos días fue tocar el piano, leer y componer. Incluso el propio Rosales llegó a contar después que Federico escribió alguna poesía en memoria a los muertos y a favor de la paz.

Concretamente, Rosales diría lo siguiente: «Federico estaba decidido a que realizáramos entre los dos una composición a los muertos, a los muertos en los dos bandos. Él quería que fuese una cantata, o una especie de romance para poderlo cantar. Algo que no fuese una elegía. Y él se reservó la parte musical, para que yo compusiera la letra. La música no la tenía escrita, pero sí pensada, y a mí me la interpretó varias veces en el piano de mi tía».

Mientras Lorca tejía sueños de paz en aquella habitación, Luis pasaba todo el día en el frente de Motril. Llegaba a casa por la noche, e inmediatamente subía a ver a Federico. Allí charlaban sobre la guerra, poesía e incluso cantaban a piano.

«Era partidario de una dictadura militar»

En 1966, Ian Gibson entrevistó a Luis Rosales. Durante la entrevista, el famoso hispanista mantuvo oculta una grabadora, por lo que Rosales era desconocedor de que estaba siendo grabado. En esa entrevista, Rosales realizó una afirmación muy reveladora: «Yo sí conozco muy bien la mentalidad de Federico porque yo he sido muy amigo de Federico. Yo lo veía a él por las noches y cuando volvía a casa estaba siempre con él un par de horas (…) Yo oía las noticias muchos días con él. Tu sabes que yo esto no lo voy a decir (…) si me pregunta alguien yo jamás diré que estas palabras las he dicho. La verdad es que la mentalidad de Federico en los últimos momentos era que quería que viniera una dictadura que barriera toda la violencia que había desatada en España antes de la guerra civil. Él era partidario de una dictadura militar que terminara con el sistema de violencia, de muerte en la calle, de asesinatos públicos y de venganza». Estas declaraciones permanecieron ocultas mientras Luis estuvo en vida, saliendo a la luz hace muy pocos años. Al escritor le molestaba enormemente la utilización política que se hacía de su amigo. Para él Federico estaba por encima de cualquier guerra política.

Tanto la familia de Lorca, como la del propio Rosales, pecaron de un exceso de confianza. Ninguno de ellos podía imaginar que la vida del poeta corriese peligro en la casa de tan importantes falangistas. Pero ni el castillo más inexpugnable es un lugar seguro contra el odio y la envidia.

Años después, el propio Luis Rosales confirmaría esta idea: «Yo siempre digo que si Federico, o su padre, o doña Vicenta (su madre), o yo, hubiéramos pensado por un solo momento que Federico corría peligro de muerte, Federico hubiera sido salvado. Salvarle era facilísimo, sin duda. Lo que ocurre es que nadie podía pensar en eso, nadie lo pudo pensar (…) En el consejo de familia que se celebró (…) no se pensó ni por un momento en la posibilidad de que pudiera sucederle algo a una persona literalmente inocente como Federico era».

¿Cómo dieron sus enemigos con el paradero de Lorca?

Como sucedió en toda aquella historia, con un episodio bastante novelesco. El tarde del 15 de agosto, un pelotón de guardias civiles fue a la casa de la familia de Lorca, con la orden de detener al autor de Yerma. Hicieron un profundo registro de toda la finca. Los allí presentes relataron años después que llegaron incluso a rajar los colchones. Pero no había rastro de Federico.

Ante la ausencia del poeta y el silencio de los familiares, el capitán de la Guardia Civil que lideraba el tropel dio orden de detener a Federico García Rodríguez, el patriarca del clan. Tal vez como medida de presión. O pueden que estuviesen dispuestos a acabar con él de verdad. La realidad es que lo arrestaron y lo dirigieron hacia el coche. En ese momento, una Concha García Lorca presa del pánico al ver que se llevaban a su padre, gritó: «¡Mi hermano no ha huido! ¡Está en casa de su amigo Luis Rosales!». Unas palabras que condenaron una vida. O no. Puede que el destino de Federico estuviese ya escrito. Nunca lo sabremos.

Un día después, la tarde del 16, un pelotón de más de 100 guardias de asalto rodeó la casa de la calle Angulo. Al frente del tropel iban Ramón Ruiz Alonso, quien había denunciado a Lorca, y Juan Luis Trescastro, enemigo de la familia del poeta.

Ya dentro de la casa, la matriarca de los Rosales protagonizó un enfrentamiento con Ruiz Alonso. La madre de Luis Rosales se negó en rotundo a que se llevasen a García Lorca. Dijo que Federico no salía de su casa hasta que no estuviera uno de sus hijos presente. Y así fue. Hasta la llegada de Miguel Rosales, uno de los hermanos, García Lorca no salió de la casa. Finalmente, Ruiz Alonso se lo llevó detenido en el coche de Trescastro al Gobierno Civil.

Pero Lorca ya no estaba allí

El mayor de los hermanos, Pepiniqui, tras regresar del frente, fue al Gobierno Civil en busca de Federico. Según los presentes, tuvo un durísimo enfrentamiento con el gobernador civil, José Valdés, que se negaba a liberar a Lorca. Pepiniqui prometió al poeta que haría lo imposible para conseguir su libertad. Al día siguiente, José volvió al gobierno civil. Pero Federico ya no estaba allí.

En aquellos trágicos días, Luis Rosales vio su vida partida por la mitad. En apenas 10 días, sus dos mejores amigos perecieron víctimas del odio y la sinrazón: García Lorca fue fusilado por los sublevados el 18 de agosto; Joaquín Amigo, fue lanzado por el Tajo de Ronda por unos milicianos republicanos.

Luis nunca volvería a ser el mismo. El asesinato de García Lorca lo conmovió enormemente. Y la duda de si pudo hacer algo más por salvar a su amigo le atormentó hasta el final de sus días. Una losa muy pesada, sin duda. Poco antes de morir, diría en su autobiografía: «Así he vivido yo… sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería». Él siempre lo creyó así.