Dado que se está hablando de vacunar a niños de entre cinco y 11 años, quisiera analizar algunos de los argumentos que se nos están dando para vacunarlos. Pero antes quisiera detenerme en un concepto que me parece que no se comprende muy bien: las diferencias de las vacunas contra el Sars-CoV-2 respecto de las vacunas de siempre, que está generando mucha preocupación, no sólo en nosotros, también en científicos como Robert Malone, Byram Bridle y Karina Acevedo Whitehouse.
En general, los patógenos (virus, bacterias, etc.) producen enfermedad a través de su infección: el patógeno se multiplica en nuestro cuerpo. Para eso, debe estar vivo —o activo en el caso de virus—, por lo que en las vacunas se coloca al patógeno muerto —o inactivo—, permitiéndonos así generar anticuerpos contra él sin que nos enferme.
¿Qué es lo particular de este virus y, por ende, de estas vacunas?
A diferencia de los patógenos comunes, el Sars-CoV-2 tiene en su exterior una proteína, la Spike, que, como queda demostrado en esta publicación científica —hay muchas otras— se demuestra que ella sola, si circula libremente por el cuerpo, podría dañar células endoteliales vasculares, provocando problemas vasculares —es como si solamente la carcasa del virus podría dañarnos. Todas las vacunas contra el Sars-CoV-2 usan la proteína como antígeno, por lo que se inyecta —o hacen que nuestras células generen— dicha carcasa en el caso de Sinovac (virus desactivado) o parte de ella en el caso de Pfizer (parte de la carcasa que nos puede perjudicar, la Spike).
Ahora sí, vayamos a lo que dice la narrativa oficial para inocular a niños de entre cinco y 11 años.
«Cada vez enferman más niños de COVID-19»
¿Esto es realmente así o cada vez más niños dan positivo a la prueba RT-PCR? Dada la propaganda actual del virus entre niños, ¿hubo un aumento de testeos en estas edades? Recordemos que a Ct muy altos se puede ser positivo a la prueba RT-PCR sin poseer la enfermedad, como ya fue mencionado y probado en este estudio de Bernard La Scola et al.
También recordemos que el propio inventor de la prueba PCR, Kary Mullis, en una charla dijo que la prueba «permite tomar una muy minúscula cantidad de cualquier cosa y hacerlo medible y después hablar de eso en conferencias como si fuera importante». A su vez, en esa misma charla también mencionó que la PCR «no te dice que estás enfermo, no te dice que lo que te agarraste realmente te va a hacer daño o algo por el estilo».
En setiembre realizamos una solicitud de acceso a la información al MSP en la cual, entre otras cosas, pedimos nuevamente el máximo número de ciclos en las pruebas RT-PCR que se considera que el resultado de dicha prueba es positiva y su respuesta fue «no existe referencia fijada por parte del Ministerio».
Además, existen algunos artículos científicos que podrían explicar por qué los niños presentan un riesgo bajo de COVID-19. En ellos se concluye que los niños presentan una expresión significativamente menor que los adultos de receptores y/o de proteínas que favorecen la infección para Sars-CoV-2 en las vías respiratorias —más coloquialmente, que los niños poseen una cantidad significativamente menor que los adultos de receptores y/o de proteínas que favorecen la infección para Sars-CoV-2 en las vías respiratorias.
«Los niños transmiten la enfermedad»
¿Qué dice la evidencia al respecto? Hay algunas publicaciones sobre estudios realizados en centros educativos que probarían la muy baja transmisión de COVID-19 de los niños. El segundo ejemplo mencionado es de Suecia donde, como ya fue mencionado en la nota de Martin Kulldorff y Jay Bhattacharya publicada en Newsweek, las guarderías y las escuelas estuvieron abiertas para todos sus 1,8 millones de niños de uno a 15 años, sin máscaras, pruebas ni distanciamiento social durante la ola de primavera de 2020.
También recordemos que se ha demostrado que la transmisión en asintomáticos es muy baja. Sin ir más lejos, en un estudio realizado en noviembre 2020 en Wuhan se le hicieron pruebas a 1.174 personas que eran contactos cercanos de 300 asintomáticos y ninguno dio positivo.
Por último, un artículo que se publicó recientemente en la revista The BMJ en el que algunos exempleados de Ventavia, empresa privada de investigación clínica que llevó a cabo algunas investigaciones clínicas de las vacunas de Pfizer, denuncian varias irregularidades que ocurrieron en dichas investigaciones clínicas —y una de ellos presentó denuncia ante la FDA.
Varios integrantes de la FDA podrían tener conflictos de interés, como se demuestra en este artículo publicado en The BMJ en el que se denuncia a varios integrantes de los comités de autorización sobre COVID-19 en la FDA y en el Comité Conjunto de Vacunación e Inmunización (JCVI) de Reino Unido, que asesora al gobierno sobre las vacunas.
Agustina Rocca