Por mucho que se empeñen algunos, el debate electoral entre Pedro Sánchez y Alberto Nuñez Feijóo fue un coñazo, soporífero y sin gracia. Los noventa minutos se parecieron a un partido entre dos equipos de mitad de la tabla, sin goles, anclados en un amarrategui aburrido y anodino; sin iniciativa para meter gol, ni propuesta que amenace al contrincante. No sé si ustedes se enteraron de alguna propuesta de los candidatos, un servidor no sabía distinguir la réplica de la idea; tocaba hablar de pensiones y uno sacaba a pasear a ERC y otro a Vox. Oían a los moderadores, no les escuchaban, nadie les podía sacar de su letargo, de su visión paralela de la realidad.

El desarrollo de la campaña y el enfoque que le están dando la mayoría de medios deja clara una cosa: vamos a volver a marchas forzadas al bipartidismo. Empezando por la anomalía de que se celebre un cara a cara teniendo en cuenta que un 40% del Congreso de los Diputados no estaba representado en la velada, resulta llamativa la bipolaridad con la que se está tiñendo el panorama. Sobre todo teniendo en cuenta la falta de propuestas programáticas que se deslizaron en el debate. Pese a ello, gracias al poder mediático y a la inercia inmovilista de la nación, mientras en el resto de países de nuestro entorno las formaciones tradicionales han caído en la obsolescencia, en España el PP y el PSOE tienen cada vez más fuerza. Permanecen firmes debido a su compadreo histórico, un pacto de no agresión disimulado en el que existe un compromiso no escrito de defenderse mutuamente para perpetuarse.

Ricardo Calleja escribió en ABC hace unos meses una crónica sobre la moción de censura a Mariano Rajoy en 2018 en la que Pedro Sánchez se convirtió en Presidente de Gobierno. Llamaba la atención una parte en la que recogía la alegría de dirigentes del PP de que gracias a que el entonces residente en la Moncloa se produjo la continuidad del bipartidismo; recordemos que las encuestas daban ganador a Ciudadanos y a Podemos le dejaban en segundo lugar. Hubiese supuesto el fin del sistema política tradicional, pero prefirieron perder el gobierno antes que se les cayera el chiringuito. Desde aquella fatídica tarde todos los mecanismos han estado engrasados para volver a la tradición del turnismo clásico; toda formación que ha tenido la esperanza de sustituir a los tótem de nuestra democracia ha sido devorado por la estructura del régimen.

Les importa más el conglomerado construido en el 78 que España. Si les dan a elegir entre lo mejor para los intereses de nuestra nación y la supervivencia del bipartidismo que no les quepa duda que optarán por lo segundo.