Unamuno fue uno de esos españoles que abrazaron con ilusión la llegada de la Segunda República y acabaron decepcionados ante la deriva autoritaria del régimen. Represaliado y desterrado en Fuerteventura por la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Crítico con Alfonso XIII, el escritor bilbaíno vio en la Segunda República la oportunidad idónea para dejar atrás aquella España caduca de la Restauración. Poco duraría aquella ilusión inicial.

Ya en los primeros meses del nuevo régimen, Unamuno quedó horrorizado por la situación de anarquía que se había apoderado de las calles de varias ciudades españolas y por la quema de iglesias y conventos.

Tampoco parecía demasiado entusiasmado con el protagonismo que iban adquiriendo en la vida pública los comunistas y los nacionalistas vascos y catalanes. Se mostró especialmente crítico con la aprobación del Estatuto de autonomía de Cataluña en el año 1932. En una columna para el diario ABC, diría sobre la norma: “Se quiere conceder éste a los catalanes, porque se piensa que la concesión será el final del disgusto y de las luchas, lo que es un error evidente. El Estatuto será el principio de las grandes batallas. Lo prudente sería no concederlo y seguir luchando como hasta hoy, porque luchando es como se entienden los hombres. Tal como se plantea el problema del Estatuto puede dar lugar a algo trágico, y es que en una parte de España estén sometidos los españoles a una doble ciudadanía”.

A medida que iban pasando los años, su descontento con el régimen no paró de crecer. En un artículo publicado en el diario Ahora, el 3 de julio de 1936, Unamuno afirmó: “Cada vez que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar, esperando alguna estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna estupidez auténtica, y esencial, y sustancial, y posterior al 14 de abril. Porque el 14 de abril no lo produjeron semejantes estupideces. Entonces, los más que votaron la República ni sabían lo que es ella ni sabían lo que iba a ser esta República. ¡Que si lo hubiesen sabido…!”.

Como se puede comprobar, Unamuno sentía un gran arrepentimiento por haber apoyado la llegada de la República en 1931. El clima de terror instaurado por las milicias del Frente Popular en 1936 no tenía nada que ver con el proyecto que él había soñado para España.

Su reacción ante el levantamiento del 18 de julio

El 19 de julio, se encontraba en el casino cuando un oficial leyó en Salamanca la proclamación del estado de guerra. Según varios presentes, una inmensa alegría se apoderó del escritor, que se apresuró a salir a la calle y a gritar: “¡Viva España, soldados! Y ahora, ¡a por el faraón del Pardo!”. Él, que había proclamado la República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, veía en la sublevación militar la oportunidad de hacer una España mejor.

Un mes después del alzamiento, el 22 de agosto, el gobierno encabezado por José Giral promulgó un decreto por el que se destituía a Miguel de Unamuno como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca. El decreto fue firmado por el entonces presidente de la República, Manuel Azaña, por el que Unamuno sentía un profundo desprecio.

Cuando mostró su apoyo al bando sublevado, Unamuno se convirtió en víctima de los más feroces ataques por parte de los intelectuales izquierdistas y la propaganda republicana. Desde los principales diarios de la zona republicana se le insultó hasta límites insospechados. La revista El Mono Azul, dirigida por Rafael Alberti, le dedicó un artículo llamado Unamuno junto a la reacción, firmado por Armando Bazán, en el que se vertían graves insultos contra el escritor vasco; el diario El Sindicalista’ publicó una caricatura en la que se podía leer “está chalado”, y El Mundo Obrero llegó incluso a dedicarle uno de sus editoriales.

Teniendo en cuenta esta circunstancia, no deja de ser chocante ver en la actualidad a destacados dirigentes de izquierda española apropiarse de la figura de Unamuno, cuando en su momento fue vilipendiado públicamente por la prensa roja.

Su amistad con José Antonio

Otro dato censurado por la propaganda oficial, o al menos poco publicitado, ha sido la relación de amistad que Unamuno mantuvo con José Antonio Primo de Rivera los últimos años de su vida.

El día 10 de febrero de 1935 se celebró el primer mitin de Falange en la provincia de Salamanca, en el que intervendría el propio Primo de Rivera.

El fundador de Falange sentía una profunda admiración por el escritor vasco. Por ello, dos horas antes de comenzar el mitin, acompañado por Francisco Bravo y Rafael Sánchez Mazas, acudió a casa del pensador para invitarle personalmente al mitin. Bravo, líder provincial de Falange, relataría en una de sus obras los detalles de aquella visita.

La reunión transcurrió en un ambiente cercano y distendido, ya que como se ha contado antes, José Antonio tenía un profundo respeto por el filósofo. Según Bravo, José Antonio comentó a Unamuno: “Yo quería conocerle, don Miguel, porque admiro su obra literaria y sobre todo su pasión castiza por España, que no ha olvidado usted ni aun en su labor política de las Constituyentes. Su defensa de la unidad de la patria frente a todo separatismo nos conmueve a los hombres de nuestra generación”.

Al comentario del falangista, Unamuno contestó: “Eso siempre. Los separatismos sólo son resentimientos aldeanos. Hay que ver, por ejemplo, qué gentes enviaron a las Cortes. Aquel pobre Sabino Arana que yo conocí era un tontiloco. Maciá también lo era, acaso todavía más por ser menos discreto”.

Tras la amistosa charla, Unamuno acompañó a los tres jóvenes falangistas al mitin que iba a tener lugar en el Teatro Bretón de Salamanca. Allí permanecería hasta el final del acto, sentado en primera fila.

Con lo narrado en estos dos artículos no se pretende hacer una utilización política de la figura de Unamuno; simplemente se han relatado una serie de datos fríos y objetivos que desmontan por completo la apropiación que del escritor vasco intenta hacer la izquierda española. Unamuno era, por encima de todo, un hombre libre, que debe ser apartado de cualquier debate puramente político o ideológico. Siempre fue un patriota que quiso lo mejor para España, llevándole ese amor por su país a tener no pocos problemas a lo largo de su vida con los distintos gobernantes de todas las ideologías.