Tras la depresión económica sufrida en Europa Occidental originada por la crisis del 29, 1934 fue un año inmerso en numerosas agitaciones sociales que llevaron a España a la revolución de Asturias. Dicha revolución fue, posiblemente, el culmen de las insurrecciones antifascistas registradas desde Viena hasta Asturias una vez asentado Mussolini en Italia y llegado al poder Hitler en 1933.

Los motivos que impulsaron al país a un levantamiento fueron unas declaraciones del que por entonces era el presidente del Gobierno: Gil Robles, líder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Sus palabras fueron consideradas una provocación fascista por parte de las Alianzas Obreras, por lo que se prestaron a combatir contra él con el fin de derrocar al fascismo por medio de una revolución social. Sin embargo, la movilización de los obreros no fue, de manera alguna, uniforme. Por una parte, en las zonas rurales del centro y del sur de la península el levantamiento careció de potencial debido a que los campesinos habían consumido todas sus energías anteriormente en la huelga de la cosecha de junio de 1934 y en los levantamientos anarquistas. Por otra parte, en las zonas más urbanizadas, el nivel de beligerancia fue mayor; no obstante, se pudieron apreciar distintos niveles de rechazo hacia el Gobierno que iban desde huelgas pasivas hasta insurrecciones armadas contra las fuerzas de seguridad gubernamentales. Se estaba produciendo, indudablemente, la primera revolución socialista en España.

En Cataluña el levantamiento estuvo protagonizado por el nacionalismo pequeñoburgués a causa de la abstención de la mayoría de los sindicatos de obediencia anarquista, pero, al no participar éstos en la insurrección de Barcelona, la revuelta fue disuelta en cuestión de horas por parte de las fuerzas armadas de la Generalitat. En el País Vasco, en cambio, no fue el nacionalismo quien asumió ese papel, sino las organizaciones obreras. En Vizcaya el movimiento se redujo a varios días de huelgas debido a que carecían de la necesaria preparación material y, en Guipúzcoa, la cualificación técnica de los trabajadores de las fábricas de armas les permitió un mayor abastecimiento material provocando, de esta manera, una gran tensión social.

A diferencia del resto del país, exceptuando Madrid en donde el Partido Socialista lo incorporó por medio de Largo caballero y Cataluña, el programa de Alianzas Obreras fue aceptado en Asturias por todas las organizaciones políticas, regionales y sindicales. El núcleo del movimiento insurreccional asturiano se concentró en tres zonas claves para el triunfo de la revolución izquierdista: La Felguera, Mieres y Sama de Langreo. La gran preparación material facilitada por la existencia de dos grandes fábricas de armas y la firmeza de los trabajadores condujo a casi cincuenta mil obreros a estos núcleos de combate.

Durante la primera semana de lucha, los revolucionarios se apoderaron de los edificios municipales al tiempo que reducían una totalidad de veintitrés cuarteles de la Guardia Civil. De esta manera, consiguieron adueñarse de los valles del Nalón y del Caudal, a pesar de la fuerte resistencia del bando contrario. No obstante, el control de la situación por parte de los socialistas no perduraría mucho tiempo debido a que, la misma mañana del 5 de octubre, tras mandar desde Mieres a la capital regional a toda una columna armada dirigida por el líder socialista Ramón González Peña, la policía gubernamental consiguió neutralizar los disturbios. Esta derrota incrementó el ímpetu de los combatientes revolucionarios, los cuales se lanzaron a luchar con ferocidad contra los efectivos del gobierno, dejándolos desbordados en la batalla de La Manzaneda. Esta victoria izquierdista produjo una intensificación del dominio sobre los cuarteles de la Guardia Civil y de la iniciativa combativa de todos aquellos soldados que se habían visto desesperanzados ante la fiereza gubernamental.

Es menester señalar que, desde los primeros momentos, funcionó en Mieres un Comité de Guerra encargado de movilizar a los soldados que constituirían, poco después, el Ejército Rojo. Dicho comité, además de organizar a los soldados, también fue el responsable del funcionamiento del transporte y de los servicios médicos, estableciendo hospitales de urgencia y requisando vehículos (con la ayuda de los sindicatos ferroviarios) con el fin de ajustarlos a las necesidades bélicas requeridas. Ante la gran dependencia de las necesidades militares, el Estado Mayor de la Revolución de Mieres aplicó una economía de guerra, incautando y controlando la siderurgia local. Pero no solo eso, pues también suprimieron la propiedad privada y la moneda como instrumento de cambio y llevaron a cabo un reparto de las existencias de la alimentación entre las familias.

Siguiendo los pasos de su amada Rusia, crearon la denominada “Guardia Roja” con el fin de alcanzar la cima de la “pureza revolucionaria”. Esta guardia estaba compuesta por jóvenes militantes socialistas y comunistas, encargados de erradicar toda acción contrarrevolucionaria que se pudiese llevar acabo, principalmente, en Oviedo.

Ya desde los últimos días de la primera semana de lucha, llegaban a Asturias noticias sobre la derrota sufrida por los revolucionarios. Estas noticias desanimaron a la unidad compuesta por las Juventudes Socialistas, comunistas y representantes de la CNT y del Partido Socialista. La situación en España era crítica, la izquierda había sido derrocada en Gijón y los dirigentes socialistas empezaron a plantearse el abandono de la lucha al ver que las posibilidades del triunfo de la revolución eran escasas. Ante la desesperación ocasionada por esta situación, implantaron, adelantándose a los hechos, un comunismo libertario en la sociedad. Ante este nuevo proyecto libertario, hicieron pública, en su primer manifiesto, la abolición del dinero y de la propiedad privada además de convocar una asamblea para organizar al pueblo como era debido. Durante esos días, socializaron todos los medios de producción y suprimieron el Estado. Sin embargo, las condiciones en las que tuvo que implantarse el anarquismo no eran las más idóneas debido a que la realidad obligaría a los comités revolucionarios a organizar la alimentación por medio de la vía autoritaria. De este modo, la pureza del libertarismo se vería fragmentada como consecuencia de la falta de diversidad de opciones.

El fin de la revolución de Asturias se produciría a partir del día 11, cuando, tras una larga resistencia, el primer Comité Provincial Revolucionario sufría una grave crisis. Durante esa misma noche, numerosos miembros de los comités revolucionarios optaron por la huida, dejando sus puestos vacíos en manos comunistas. Para el día 17, las fuerzas izquierdistas se desplazaron hacia el interior, constituyéndose, en Sama de Langreo, el que sería el último Comité Provincial. Tras semana y media de lucha constante, los socialistas optaron por la retirada definitiva, poniendo fin a una insurrección que había fracasado a nivel nacional. Una vez llegado el final de la barbarie, el comité encargó al veterano socialista Belarmino Tomás negociar la rendición con el general López Ochoa.

Finalmente, y tras unas largas e intensas semanas, se publicó un manifiesto que anunciaba el fin de los acontecimientos como “un alto en el camino”, porque, como siempre dijo la izquierda, “al proletariado se le puede derrocar, pero jamás vencer”. El general López Ochoa cumplió su palabra, pero no se produjo una instantánea vuelta a la normalidad debido a que, durante unas semanas, comenzó una fuerte represión contra millares de trabajadores, siendo éstos encarcelados. Este golpe de estado socialista prepararía el terreno hacia la Guerra Civil Española.