En las últimas semanas hemos asistido a dos fenómenos absolutamente sorprendentes: por un lado, la crisis interna de un Partido Popular que ha pasado del júbilo de 2019 a la agonía, y de la agonía al repliegue tras un Feijóo que para los suyos adquiere rasgos mesiánicos. Por otro, una guerra en Europa. Una guerra nunca declarada ni reconocida, pero real y feroz, a la vez que injusta. Algo inconcebible hasta que la realidad ha demostrado que la vida, como la política, es un frágil equilibrio.

Se ha hablado mucho —en ocasiones bien, en otras no tanto— de ambos sucesos. Existe un torrente de artículos y opiniones que creo cubren tanto mi análisis como su contrario. Por este motivo, no entraré a valorar los fenómenos en sí sino la formulación que han adoptado en su desenlace, porque creo atisbar un patrón común o ciertamente similar. A saber, el de una profecía autocumplida.

El ser humano es verdaderamente complejo, y su condición es inescapable. La Historia está plagada de ejemplos de cómo el hombre no tropieza dos veces con la misma piedra, sino n veces, en una lucha sin fin entre libre albedrío y la condición humana. Una manifestación de este fenómeno es precisamente el de la profecía autocumplida, que consiste en el proceso por el que una expectativa falsa dirige a su propia realización. En otras palabras, las impresiones que una persona o agente tenga sobre otros pueden conducir a que estos actúen de forma tal que se cumplen esas impresiones iniciales.

Examinemos primero el caso del Partido Popular. Que Isabel Díaz Ayuso alberga ambición política es evidente. Y ni es malo ni es raro para cualquiera que se dedique a esa tarea. De hecho, es más conditio sine qua non que rara avis. Por ello, es razonable pensar que aspirase a presidir su partido o a gobernar España. Y esto, sumado a su figura carismática y su éxito electoral, la convertía en una rival interna formidable. Sin embargo, no era una amenaza existencial inmediata.

Esto último es algo que Casado nunca entendió. Bien por bisoñez, bien por un miedo que lleva a cometer errores de cálculo que en política resultan mortales, estableció su relación con Díaz Ayuso en unos términos peligrosísimos, pues consistían en «o caes tú, o caigo yo». Es decir, sólo puede quedar uno en pie. Es entonces cuando el instinto de supervivencia, que en política está especialmente marcado, entra en juego. Si a cualquiera nos dan a elegir entre matar o morir, con la noble excepción de quien tenga madera de mártir (que hace más de lo debido, por eso es heroico y, además, santo), elegiremos siempre matar. Legítima defensa o instinto de autoconservación, esto también es fruto de la condición humana. Y Ayuso eligió matar antes que morir, convirtiéndose precisamente en la némesis mortal que, no siéndolo —no entonces o no todavía— Casado siempre creyó que era.

El caso de Ucrania es ligeramente distinto, pero esencialmente igual. Occidente, y muy especialmente los Estados Unidos, ve a Rusia como una amenaza para su hegemonía global. Por ese motivo, haya o no Unión Soviética, la lleva tratando de estrangular ininterrumpidamente desde 1945.

Esta amenaza también se traducía en la larga sombra que Rusia proyecta sobre las antiguas repúblicas soviéticas o territorios que son hoy hogar de, entre otros, rusos étnicos, que no de pasaporte. Y uno de estos países, que además tiene una connotación cuasi sacra en el imaginario ruso pro-cuestiones históricas, además de estratégicas, es Ucrania. No obstante, la injerencia de Moscú no era tan explícita ni tan profunda como Ucrania lamentaba, instando a sus socios occidentales a acogerla en su seno, o como el propio bloque Occidental denunciaba   —si bien, desde luego, era una amenaza más real e inmediata de lo que era Ayuso para Casado.

Ante tal percepción, que no realidad, Occidente movió ficha y, hubiera o no laboratorios, o bases secretas de la OTAN, o lo que sea que saquemos en claro de esta guerra de desinformación, la realidad es que coqueteó a plena luz del día con la posibilidad de sentar a Ucrania en la mesa occidental, generando a su vez unas expectativas en el gobierno y pueblo ucranianos que le están saliendo carísimas. Ante ese movimiento que dejaba claro que la neutralidad de Ucrania no entraba en los planes de Occidente, que apostaba por reclutarla, Moscú respondió. Y el resto es historia. De nuevo, pensando que Rusia era una amenaza real, cuando solo era latente, Occidente la ha hecho realidad. Otra profecía autocumplida. Otra terrible paradoja que ha terminado en tragedia.