El último estertor de 2022 se llevó consigo a Benedicto XVI, papa al que le guardo especial cariño tanto por la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid (2011) como por su extensa obra, un compendio de escritos cuya finalidad es arrojar algo de luz ante tanta oscuridad y confusión que embriagan a este siglo XXI. El alemán no sólo fue un gran pontífice y un excelso erudito —quién sabe si, en un futuro, doctor de la Iglesia—, sino que también fue un gran hombre que empuñó las espadas de la humildad, la paciencia y la valentía para hacerle frente a los males que campaban por el mundo para la perdición de las almas. Por eso, se ganó pronto la enemistad y odio de aquellos que hacen de la demagogia y la mentira su modus operandi para sus objetivos particulares, ya sean espirituales, políticos o económicos.

Entre las múltiples tareas que el difunto papa acometió destacó una por ser tan certera como necesaria: denunciar el relativismo moral. Para muchos, estos términos resultaban ajenos y sonaban a erudición o mero intelectualismo, a pesar de no ser así como pudimos ir comprendiendo al estudiar qué decía Benedicto XVI. El alemán señalaba ese mal que se centra en hacer que no haya verdades sólidas, sino que naveguemos en mares de opiniones, tan líquidas, confusas y superpuestas unas a otras que resultan ser igual de aceptables. Es decir, si la Cristiandad primero y Occidente después se pudieron levantar como una civilización sólida fue precisamente por reconocer la primacía de la Verdad, de un principio a partir del cual se ordenaba el cosmos y, por ende, el hombre. Cuando éste empezó a renunciar a Él, la civilización del Viejo Continente dio pistoletazo de salida a su progresivo desmantelamiento. Benedicto XVI volvió a la tradición clásica, defendió que por encima de la subjetividad humana y de la multitud de opiniones había un principio rector (y un Ser) invariable y verdadero, y éste no es otro que Dios.

Tal vez fuera por su origen bávaro, el pontífice se mantuvo firme pese a recibir toda clase de oprobios y calumnias en vida por el mensaje que predicaba, cosa que continuó en el día de su muerte revelando así su grandeza y cuánto daño le hizo a los que se lucran con la mentira. Sin embargo, subiéndose a la ola de alabanzas y queriendo cautivar a católicos despistados, Isabel Díaz Ayuso ha querido distorsionar un mensaje de Benedicto XVI ante el parlamento alemán para llevar a estos incautos a su redil liberal. De esta manera, con el pontífice señalando en Bruselas qué rasgos definían al buen político, la líder del Partido Popular tergiversaba su mensaje para decir que Ratzinger resumía los fundamentos de la democracia liberal.

Esta jugarreta es una manifestación más de esa contradicción de querer ser católico y liberal al mismo tiempo. No es posible, y el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid lo atestigua: no se puede aspirar a la Cruz mientras se apoya públicamente a las chicas de 16 años a abortar, además de financiar estas clínicas con los recursos públicos de la Comunidad de Madrid. Igualmente, no se puede creer en el sacramento matrimonial si le das igual validez a cualquier otro tipo de unión, por muy grande que sean las presiones de ciertos lobbies. Y esto que traigo no dejan de ser también mensajes del papa alemán, sólo que políticamente no se puede sacar el mismo rédito electoral proclamando verdades, para ello es mejor jugar a las ambigüedades, recurrir al relativismo para cosechar papeletas.

Esta tendencia liberal de tranquilizar conciencias o ganar autoridad moral recurriendo al catolicismo no es nueva. Uno de los giros más rocambolescos para justificar esta ideología (cuasi) decimonónica lo inventaron los de la escuela austriaca de economía, quienes empezarían a recurrir a mentes lúcidas de la Iglesia para reinventar el liberalismo. De esta manera, es muy frecuente escuchar a quienes dicen que el jesuita Juan de Mariana es uno de los primeros liberales de la historia, lo cual es una sandez como aseverar que «Jesucristo fue el primer comunista». Son interpretaciones torticeras que no quieren sino sembrar el caos ideológico entre biempensantes.

El padre Juan de Mariana, viendo la deriva de Carlos I y cómo el monarca empezaba a acumular poder, hizo formulaciones y reparos con sustento teológico para advertir al emperador y recordarle sus límites. Ahora bien, proclamar que el poder humano tiene barreras no es un argumento liberal, sino que se trata de un principio propio de la filosofía política clásica, con Aristóteles en Grecia o Cicerón en Roma como exponentes de ello. Sin embargo, a nadie se le ocurre decir que el griego o el romano son liberales porque es un disparate. De manera análoga sucede con el jesuita: es una sandez bautizarlo como liberal cuando no existía el liberalismo. El trabajo de Juan de Mariana es una reacción ante las malas prácticas de Carlos I, no un cimiento para alimentar teorías que acabarían persiguiendo a la tradición católica, llegando a exterminar regiones enteras como La Vendée. De hecho, un signo característico de la Iglesia en los tiempos es señalar los males del mundo para evitar la desviación del hombre. Por eso, Juan de Mariana hizo lo propio de su labor como hombre de Fe. Si le hubiera tocado vivir las décadas decimonónicas igual hubiera hecho como Gregorio XVI, quien en su encíclica Mirari vos denunciaba al liberalismo, o como después haría León XIII en Libertas Praestantissimum.

Por eso, la mejor forma de respetar la memoria y alabar las figuras de Benedicto XVI o Juan de Mariana no es reutilizar fragmentos de sus obras para ganar autoridad con el ideario de turno, sino más bien atender a qué es lo que dicen y, si se quiere cambiar, actuar humildemente en consecuencia. Pero no nos dejemos seducir por los sofistas de nuestros días, ya sean liberales o marxistas. A fin de cuentas, la ideología woke bebe del mismo cáliz, ese non serviam que el liberalismo político comenzó con la guillotina en Francia y culminó con el relativismo moral que Benedicto XVI tanto combatió en vida.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.