Hijo de un matrimonio de labradores de un pueblo de Lérida, Pedro Claver (1580 – 1654) es uno de los catalanes olvidados en la historia de España y una de las figuras más importantes del cristianismo del siglo XVII. Un antiesclavista que, como otros misioneros españoles, sentaron las bases de los Derechos Humanos gracias a sus denuncias sobre los abusos cometidos, en este caso, a través de la esclavitud.

En su juventud, cursó en Barcelona tres años de Gramática. En 1601 pasó al Colegio de Belén de la Compañía de Jesús y un año después ingresó en el noviciado jesuita de Tarragona. Completó sus estudios de latín, griego y oratoria en Gerona.

Nueva Granada y el ejemplo de Alonso Rodríguez

En 1610, al comienzo del segundo año de estudios teológicos y cumpliendo su deseo, fue destinado a las misiones del Nuevo Reino de Granada. Pedro se fue a pie a Valencia y luego a Sevilla, de donde zarparía en la flota de galeones hasta Cartagena de Indias. En la ciudad caribeña, habitada por multitud de esclavistas, fue ordenado sacerdote a la edad de 35 años después de terminar sus estudios de Teología en Bogotá.

Claver se inspiró en la obra misionera de San Alonso Rodríguez, otro español que dedicó su vida a los demás, y se entregó a los negros bozales: Petrus Claver, aethiopum semper servus («Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre»). El jesuíta mantendría esta firma por las siguientes tres décadas.

Esclavo de los negros

El sacerdote jesuita procuraba enterarse con antelación de la llegada de los barcos negreros y ofrecía una misa a quien se lo avisara, así podía buscar por toda Cartagena intérpretes africanos según la nación de los hombres que llegaban al puerto, esclavos a los que trató siempre con gran afecto.

Esta colaboración provocaba que los amos recibieran a los jesuitas con insultos. Pedro acudía al puerto acompañado por los intérpretes y llevaba un canasto cargado de pan, vino, naranjas, limones, plátanos, tabaco, aguardiente y sahumerios. Besaba las llagas de los esclavos y los bautizaba. Si alguno llegaba moribundo, él mismo lo envolvía en su manto y lo llevaba a un hospital.

Cuando sabía que algún amo flagelaba a sus esclavos, se presentaba en la casa y les pedía que no los azotaran. Tenía un confesonario reservado para los negros, y los personajes ilustres de Cartagena debían hacer cola detrás de ellos.

Durante la peste de la viruela de 1633 y 1634, se desvivió por atender a los damnificados hasta agotar a sus compañeros. Su manteo fue vestido para los que llegaban desnudos y almohada y cama para los enfermos. Uno de sus intérpretes contaba que llegó a lavar el manteo hasta siete veces en un día. La famosa prenda aparece nombrada más de trescientas veces en testimonios de la época.

También acudía regularmente a la leprosería Hospital de San Lázaro. Barría, arreglaba las camas, daba de comer y beber a los enfermos y les conseguía limosnas, mosquiteros y medicinas. Los días de fiesta les llevaba una comida más elaborada y hasta una banda de música.

Esta entrega a los más desfavorecidos le enemistó con las autoridades civiles y comerciales al ver que ponía en peligro un negocio tan lucrativo para ellos. Muchas mujeres de Cartagena se negaron a entrar en la iglesia en la que reunía a sus negros. Fue acusado incluso por los suyos de «excederse». Sin embargo, Claver hizo caso omiso y continuó su tarea hasta su muerte.

Héroe después de muerto

Físicamente impedido por la misma epidemia que acabó con la vida de nueve jesuitas del colegio, Claver permaneció los últimos cuatro años enfermo en su celda, en un espantoso estado de abandono. Falleció el 9 de septiembre de 1654.

Y de repente, como siempre pasa en España, encontraría el reconocimiento cuando ya no podía verlo ni celebrarlo. El hermano Nicolás relató que, cuando en Cartagena se supo que estaba muriendo, «empezó la gran peregrinación ante el que ya no tenía sentido; la apoteosis al que murió creyéndose abandonado de todos». Todos querían tocarle y llevarse algo de él: «Le besan aun antes de morir las manos, los pies, tocándole rosarios». El padre Juan de Arcos, rector del colegio, relató: «La gente entraba y salía como a una estación de Jueves Santo; diluvios de niños y negros venían diciendo: “Vamos al santo”».

Fue beatificado en 1850 y proclamado santo por el papa León XIII en 1888. Se le honra como patrono de los esclavos y un ejemplo de amor por los más pobres y marginados. En 1896 fue declarado patrono de las misiones entre los negros y, en 1985, defensor de los derechos humanos.

Su legado

Pedro Claver inspiró a otros para realizar obras similares. La beata María Teresa Ledóchowska (1863-1922), «madre de África», fundó la revista El Eco de África y, tras recibirla en audiencia León XIII en 1894 y aprobar la iniciativa, el Instituto san Pedro Claver. También es fundadora de la congregación de las Hermanas Misioneras de San Pedro Claver.

Su imagen, fundaciones y templos a los que da nombre se reparten por todo el globo. En Cartagena de Indias sigue presente en un monumento, una calle, una plaza, un colegio, un santuario y, de manera especial, en la historia de la lucha contra la esclavitud de la ciudad. Sin estos misioneros españoles no se hubiese podido despertar conciencias ni conseguir la abolición.

En España y buena parte de Occidente, seguiremos recordando el drama e ignorando que el punto y aparte con el maltrato a los otros humanos, y sin restar importancia a los abusos, tuvo lugar en los territorios donde llegó la Hispanidad.