Hay aniversarios que son de obligado recuerdo por lo que evocan y por lo que significó la persona recordada. Hace 42 años la naturaleza perdió un padre. Nos dejó Félix Rodríguez de la Fuente, probablemente el mejor naturalista y divulgador ambiental que ha conocido España. Su legado es tan inmenso y su obra tan extensa, que sería imposible abarcarlos en estas líneas.

Probablemente, el mayor de sus méritos radica en haber conseguido cambiar la mentalidad de una sociedad que, ciertamente, no sentía demasiado aprecio por el inmenso patrimonio natural de España. Hasta entonces, los ciudadanos veían auténticos enemigos en muchas de nuestras especies, cuando en muchos casos eran potenciales aliados. Y así lo hizo ver Félix. De hecho, a él le deben la supervivencia especies míticas de nuestra fauna como son el águila real, el lince, el lobo o el águila imperial.

Fue en los 70 cuando alcanzó su máxima popularidad con su mayor obra maestra, El hombre y la tierra. Con esa serie entró en el hogar de la inmensa mayoría de los españoles, conquistando para siempre el corazón de muchos ellos. Ciertamente, la serie es una verdadera obra de arte, que poco o nada tiene que envidiar a las mejores producciones audiovisuales estadounidenses. Es una joya de principio a fin. La voz inimitable del burgalés, escenas salvajes nunca vistas, paisajes inolvidables, la bellísima melodía de Antón García Abril… todo ello formaba un cóctel que hacía imposible despegarse de la pantalla. Incluso para aquellos que no sentían la más mínima atracción por el medio ambiente.

Muchos de los episodios de la mítica serie estaban diseñados de tal forma que contaban con una introducción, una trama y un desenlace. Así, se me viene a la memoria el episodio llamado El último lince, en el que un viejo lince recuerda sus días de gloria como dueño y señor de las serranías toledanas.

De esta forma, Rodríguez de la Fuente sacudió la conciencia ecológica de la sociedad española. En la España anterior al ascenso mediático del burgalés se veían a muchas especies animales como verdaderas alimañas a las que había que combatir. De hecho, la ley de caza de 1902 permitía a los ayuntamientos formar partidas para ir a buscar animales salvajes al campo. Todo ello cambió con la llegada de Rodríguez de la Fuente que, con una inteligencia asombrosa y su personalidad arrolladora, consiguió convencer a los agricultores de que un Búho Real no era un enemigo, sino un aliado.

Además de inculcar a la sociedad española su amor por la naturaleza, se convirtió en el faro de muchos jóvenes que se interesaron por las ciencias naturales. Todos los biólogos que han venido después han bebido, en mayor o menor medida, de Rodríguez de la Fuente.

La obra tuvo tal impacto que El hombre y La tierra, fue elegida por unanimidad en el año 2000 como la mejor producción de toda la historia de TVE por la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión.

También está entre sus méritos el haber rescatado el noble arte de la cetrería, tras largas décadas siendo víctima del olvido. El naturalista desempolvó los libros del príncipe Don Juan Manuel, enseñando a través de la televisión las técnicas medievales para la doma del azor. Fue un viaje en el tiempo hacia la Castilla medieval. Así, Rodríguez de la Fuente se coronó como el padre de la cetrería moderna. Consiguió despertar en muchos jóvenes el interés por este noble arte centenario que perdura hoy día.

Pero la influencia del naturalista traspasó más allá de lo mediático y lo emocional, llegando al campo de la legalidad. Sin su enorme influencia, no se habría aprobado la Orden del Ministerio de Agricultura de 16 de julio de 1966, por la que se establecía la prohibición de cazar algunas especies que en ese momento se encontraban en grave peligro de extinción, como podían ser el lince ibérico o la cigüeña negra. Asimismo, gracias a la aprobación del el Decreto 2573/1973, del 5 de octubre, comenzaron a considerarse como «especies protegidas» todas las rapaces nocturnas y diurnas, así como otras aves.

En 1968, durante la última etapa de la dictadura, logró que por primera vez en nuestro país se permitiera la creación de una asociación como ADENA, la rama española de una organización internacional como WWF, la primera íntegramente dedicada a la defensa de la naturaleza de una forma activista.

Al mismo tiempo, trabajó intensamente para aumentar la protección sobre determinados parajes naturales, como fueron las tablas de Daimiel o el entorno de Doñana, que terminaría siendo parque nacional. También creó el Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega, con la mayor población de buitres leonados de Europa, donde organizó campamentos infantiles por los que pasaron infinidad de niños.

En definitiva, gracias al éxito apabullante de su obra y a su tirón mediático, consiguió que la administración se concienciaba de la necesidad de proteger nuestra fauna legalmente, como así sucedió.

Hoy, cuarenta y dos años después de su muerte, su legado divulgativo sobre la naturaleza sigue siendo asombroso y conecta con millones de personas en todo el mundo, que descubren o redescubren de nuevo aquellos programas de televisión, grabaciones y libros en los que Félix Rodríguez de la Fuente dejó páginas de sabiduría eterna que nos siguen dando lecciones, enseñándonos a amar y conservar la naturaleza.

Esto no podría explicarse sin la autenticidad que rodeaba todo lo que hacía Félix. Él era autentico. Lejos de la impostura y la artificialidad de muchos comunicadores actuales, Félix era autenticidad. Amaba lo que hacía y se notaba. Con ese talento sobrenatural para la comunicación, consiguió transmitir su amor por la naturaleza.

Para el juntaletras que escribe estas líneas, ha sido todo un referente desde la más temprana infancia. Algo marcó en mí este hombre que todavía hoy, después de tantos años, me emociono al escuchar su voz o la sintonía de El hombre y la tierra. Me enseñó a amar y respetar la naturaleza, sin dejar de ser consciente de la difícil convivencia que algunas especies mantienen con el ser humano. Así, ayudó a la configuración de los valores personales que han regido mi vida desde que tengo uso de razón.

Los amantes de la naturaleza tenemos una deuda infinita con Rodríguez de la Fuente. A él le debemos que las heráldicas águilas españolas sigan coronando nuestros cielos, que el lince siga siendo el mejor cazador solitario de nuestros bosques y que el aullido del lobo no se haya apagado de las noches españolas. Ojalá siga siendo así hasta el fin de los tiempos. Así le gustaría a él.