El 2023 ha arrancado con la convención más polémica que tiene lugar. Se trata del célebre Foro de Davos, el tan manido Foro Económico Mundial. Más allá de los mensajes que desde allí se retransmiten y el abanderamiento que se hace de estos por parte de la casta política, hay conversaciones que muestran los riesgos que preocupan a la élite global, así como aquello que se contempla gustosamente.

Si bien otros años las potencias geopolíticas estaban alineadas y no surgían fricciones, como sucedía en la década pasada, los años veinte han resquebrajado este consenso al ser cada vez más desafiantes. La pugna entre Estados Unidos, por un lado, y China y Rusia por otro conducen a un mundo con intereses confrontados que difícilmente se pueden reconciliar. Así ha quedado claro este año en el célebre encuentro, en los que China y la India han brillado por su ausencia. En el caso de los últimos, el primer ministro hindú ha señalado reiteradamente que no iba a renunciar al desarrollo económico de sus compatriotas por seguir estándares occidentales, tan desconectados éstos de la realidad.

Razón no le falta al oriental al ver cómo las propuestas del Viejo Continente rozan el absurdo a la par que se regodean de un mesianismo injustificado, una suerte de superioridad para con el mundo que antaño eran colonias occidentales. De esta manera, gran parte de las naciones están preocupadas por sus ciudadanos y no por el planeta, por más que Greta Thunberg se haga sesiones de fotos ‘subversivas’. De esta manera, vemos una primera fracción en las preferencias de las naciones: mientras que las occidentales tratan de ser sostenibles o LGTBI friendly, la aspiración de esta otra parte del globo terráqueo es convertirse en el motor del mundo, ganar la carrera económica. Por este motivo, la filantropía que impulsaba a la Agenda 2030 encuentra unos obstáculos que ponen en entredicho su supervivencia, como ya ocurriera con los Objetivos del Milenio.

Dejando esto de lado, Davos ha vuelto a ser la ocasión idónea para conocer la ambición totalitaria de una élite que aspira a ser no sólo la dueña del mundo sino también de nuestra existencia. No han sido pocos los dislates que han aflorado en estos coloquios, perfectos para saber qué piensan estos elegidos.

Para empezar, una de las proposiciones que cobran mayor fuerza y que van a empezar a practicarse de manera experimental son las bautizadas ciudades de 15 minutos: núcleos urbanos en los que el ciudadano tenga todo cuanto necesita a una distancia máxima de 15 minutos, de manera que su ámbito geográfico para desplazarse quede delimitado a estas zonas. Como siempre, se presenta como algo caritativo y solidario que se hace para ser más ecológicos y salvar el planeta del cambio climático. Es decir, adoptar políticas totalitarias que limiten la libertad de movimiento por el clima, un bien mayor que estaría amenazado por culpa del hombre. De ahí que en los próximos meses veremos anuncios y artículos promocionando estos disparates dictatoriales.

Por otro lado, está de fondo la cantinela de la que se hace eco Mónica García, líder de Más Madrid. Ésta es la aspiración por reducir el número de ricos para así acabar con la desigualdad y la pobreza, queriendo reducirlos a la mitad. Sin embargo, los índices de pobreza nos muestran cómo está en retroceso. Sin embargo, parece que este mensaje abona el terreno para justificar el aumento de la presión fiscal que está por llegar, debido a que estamos en un punto en el cual al alto endeudamiento público se le suma una presión fiscal que socialmente se percibe como asfixiante. De esta manera, ante el fallo de los Estados como agentes económicos y para paliar sus excesos la propaganda insistirá en que hay que elevar impuestos, a pesar de la galopante inflación y los tipos de interés tan agresivos.

Esto nos llevaría al siguiente punto, que es realmente lo que está causando pavor en Davos y despierta incertidumbre más allá de los micrófonos, en las charlas que se mantienen en distancias cortas. Ya hay quienes empiezan a llamarlo como el «accidente de deuda», algo fortuito e inevitable que va a tener lugar y se va a llevar a una nueva crisis económica. Ya era esperable, porque el propio Klaus Schwab advertía en su obra Covid19: El Gran Reinicio que debíamos prepararnos para una economía que se comportase como «dientes de sierra»: un periodo de crecimiento suave para después experimentar una crisis de cierta severidad.

Debido a las emisiones de deuda pública que desde 2008 se vienen realizando para tapar los fallos de las economías del bienestar, el nivel de endeudamiento per cápita que cada ciudadano tiene es elevado, especialmente en las geografías mediterráneas (Francia incluida). Si bien hasta hace escasamente un año los tipos de interés del dinero estaban cerca del 0% (gratis), el encarecimiento de la electricidad que han desatado el conflicto de Rusia y Ucrania y el suicidio europeo con la energía verde, condujeron a intervenciones monetarias para frenar la escalada de precios. Sin embargo, las decisiones de política monetaria palian problemas en el corto plazo, mientras que las causas estructurales del encarecimiento de la vida persisten. Es decir, que en tanto el conflicto ucraniano se prorrogue, la política energética sea insostenible y la presión fiscal tan elevada; los precios no cesarán en su escalada.

Esto último conduce a un escenario en el que el poder adquisitivo de los particulares se ve mermado, haciendo que sus ahorros valen entre poco y nada y conduciendo a un paulatino empobrecimiento de la sociedad. Paralelamente, el Estado aspira a mantener sus funciones y defiende tanto sus dimensiones como el expolio necesario para subsistir. De tal manera que, dada su ineficiencia y su renuncia a reducirse, ha echado mano del recurso del endeudamiento una vez más. Sin embargo, los economistas ven cómo el agotamiento de la economía real es cada vez más visible y los propios bancos centrales se juegan su credibilidad. Por eso, el grifo de la deuda es probable que se cierre en el momento en el que los mercados la vean como lo que es: una burbuja por estallar.

De esto se ha percatado el Foro Mundial Económico y han empezado los nerviosismos ya que el camino está llegando a su fin. Las caras preocupadas se dibujan en cada vez más personalidades que no saben cómo proceder y las primeras divisiones llegan. Una de ellas ha sido la del CEO de Repsol, quien abiertamente pide reconocer el error de apostar tan fuertemente por la energía verde debido a su ineficiencia. Es la primera manifestación que denota dos cosas: que el globalismo está cerca verse interrumpido y, por otro lado, que cada gran empresa defiende con ahínco sus intereses porque intuyen cómo las vacas flacas se acercan. Podríamos decir que el mundo vuelve a pender de un hilo muy delgado.

Por último, quisiera poner el foco en una de las fantásticas ideas que a la prensa no ha trascendido apenas, y esta es la voluntad de crear una Aldea Global (abiertamente así llamada) que se coordinase por el metaverso. A través de la digitalización y el transhumanismo quiere establecerse un mundo más global e interconectado, habiéndose dado en 2023 el pistoletazo de salida de manera oficial con varias empresas financieras como vanguardistas de ello. Por ese motivo cabe preguntarnos si realmente estamos ante el fin del globalismo, como señalan algunos expertos, o si bien nos encontramos ante una reinvención del mismo.