Esto de los años es toda una acumulación de experiencias, de sorpresas y de conocimiento. Me gusta tanto lo de cumplir años que, al final, una ni añora la adolescencia. Con un poquito de suerte ahora contemplo el mundo de otra manera, piso tierra con más firmeza, tengo ilusiones, confío en mis posibilidades y tengo claro qué no soporto. Spoiler: no soporto la mentira, la hipocresía… todas esas cosas de las que el mundo está plagado.

Leo estos días La enfermedad, de Alberto Barrera Tyszka. A través de diferentes historias, desde las más tiernas y divertidas hasta las más trágicas, te va desarrollando lo de existir asumiendo que todo tiene su fin. Me lo voy a tomar mejor como Manuel Vicent, que yo soy muy de naipes: «La vida es un apartida de tute. Todo el mundo acaba por sentarse a esa mesa de juego. Unos de repente; otros después de una larga enfermedad; finalmente cualquier mortal debe enseñar sus cartas».

Tranquilos, ni se me asusten. Que ya dice Paloma Rando que, «la solemnidad mata la diversión» ¡Simplemente es la vida! Bueno, y tener unas calles más allá de casa al poeta Eloy Sánchez Rosillo. Encontrármelo algunos días me da muchos más motivos para la alegría con esa manera suya de quitarle hierro al asunto este de vivir. Hace unos meses, recordábamos una conferencia que dio sobre la enfermedad, ahora que parece que nos movemos a golpe de trivialidad. Fue todo un recorrido por diferentes enfermedades físicas y del alma. Así que, parafraseando a García Márquez, «¡seamos machos: hablemos del miedo a volar!».

¡Ah! y descubran casi con la misma cara de sorpresa de cuando nos enteramos de que para el papel de Sigourney Weaver en Alien estaba previsto Paul Newman que, incluso, la mera condición de poeta es vista también como grave dolencia. Para empezar, tengamos claro como Michel de Montaigne que, «estamos hechos para debilitarnos, para caer enfermos, a pesar de todas las medicinas». A bocajarro mucho mejor para acercamos a la enfermedad con otra mirada, a esas dolencias que condicionaron a muchos poetas su voluntad creadora como Rilke, Lord Byron o, aunque sólo sea por su afición a los sanatorios, a Juan Ramón Jiménez.

Y en esta galería maravillosa no podía faltar el Quijote, el gran lúcido de los locos, cuando Cervantes hace sospechar a su sobrina, algo temerosa de su locura, que, si su tío lograse sanar de su enfermedad caballeresca, «cayese en algo peor, hacerse poeta que es, según dicen, enfermedad incurable y pegadiza».

Mirar despacio

Creo que hay algo que va más allá de las palabras. Estamos hechos más de imágenes instantáneas. Justo pensaba esto paseando por pleno centro de la ciudad, lleno de pasantes con las manos en la espalda, algunos con el periódico bajo el brazo y otros enrollado como si fueran a matar moscas, entre las flores y la algarabía de las tiendas… Sánchez Rosillo me apuntaba que es fundamental que miremos y despacio: «El poeta más que ocuparse en primer lugar de las palabras o el pintor ocuparse de pintar o el músico de pentagramas, el artista es, en general, un hombre de mirada. Somos la combinación, la mezcla, de muchas cosas que no controlamos».

Acercarse a las cosas sin prisas, «el poeta mira. Deja que las cosas se acerquen o él se acerca a las cosas y entran en él. Entonces, cuando eso sucede, ya no habla por hablar porque son las cosas mismas las que a su manera le hablan». Esto lo plasmó a la perfección John Keats: «El poeta es aquel que el rugido del tigre le llega articulado. Ese rugido es un lenguaje en sí mismo. Ese rugido que jamás es el mismo cada día. Te está anunciando y llevando a contar nuevas cosas».

Unos versos de Sánchez Rosillo lo explican mejor: «Si te quedas mirando largamente / cualquier cosas del mundo / ―un gorrión, una mujer, un árbol, un río, un desengaño , tal poema por el que pasa un río / y una mujer desengañada y sola / y en el que se alza un árbol al que acuden / los gorriones mientras cae la tarde―, /si miras cualquier cosa  un largo rato / y dejas que entre en ti , / que te vacíe de tu oscuridad / y que en tu ser halle cobijo y sea, / verás y sentirás que cuando miras / tú eres mundo también…».

La convalecencia

Ni la salud ni otros posibles estados tienen necesariamente que ver con la creación, «no te garantizan nada. El artista es alguien que se produce, se hace por una serie de circunstancias misteriosas, milagrosas combinaciones impredecibles…  Ni la tuberculosis de Keats, ni el asma de Proust, ni la sordera de Beethoven explican la grandeza de esos hombres. ¡Cuántos otros que en esas circunstancias no han hecho obra notable!. Estas circunstancias impredecibles que deben reunirse en una persona para llegar a ser un gran creador antes se le llamaba destino, que es una palabra hermosísima, y ahora se explica por la genética, por el azar…».

La convalecencia es ese terreno inquietante y esperanzador cuando empezamos a atisbar que la enfermedad no podrá con nosotros y que, en ocasiones, da la razón a Demócrito, «sólo en estado de delirio se compone la poesía más elevada», es el momento creativo si el que la padece es artista, «porque la enfermedad nos hace detenernos, todos vamos muy deprisa por la vida y la enfermedad, muy a pesar, nos hace parar…».

La niñez

Pero sigamos desgranando enfermedades. Algunas de diversa índole que le fueron acercando a la lectura y después a la escritura. «No hay un escritor que no haya sido antes lector y, además, desde su más tierna infancia. Cualquier actividad humana requiere conocer el oficio y para un escritor es fundamental empezar pronto a leer. Uno se hace escritor por emulación, querer ser como esos escritores que nos han emocionado. La lectura es la primera fase de la escritura».

De repente, recuerda unas anginas muy molestas, «esta enfermedad que parece tan tonta iba metiéndome más en la lectura». Cuando la lectura prende en uno y se inocula de ese virus es extraño que abandone esa afición: «En cada una de estas crisis las fiebres eran altísimas incluso para llegar a delirios. Aun así, estas fiebres me parecían mucho mejor que ir al colegio».

En las convalecencias fue aficionándose a la lectura y también, a veces, a escribir: «Abro de nuevo el libro que mis manos abrieron / tantas veces. El paso de los años, / que hace ver con hastío muchas cosas que otrora / nos retuvieron, no ha podido nunca / apagar en mi pecho la emoción con que siempre / me adentré por sus páginas».

La muerte del padre

Otro tipo de enfermedad que no tiene que ver con el cuerpo sino con el espíritu: «Una enfermedad importantísima que tuvimos que sufrir en mi casa fue la muerte temprana de mi padre (tenía 47 años). Para él no hubo enfermedad porque murió de repente, de un infarto. Pero sí fue una larguísima enfermedad para los habitantes de esa casa: mi madre, hermana, hermano y para mí. Caímos, claro, en un estado del hogar distinto al que teníamos costumbre de habitar».

El niño, por definición, es inmortal, «no conoce el tiempo, la muerte, está en eso que llaman el paraíso de la infancia. Aquel hachazo me sacó del paraíso de la niñez, me hizo tomar conciencia de la muerte, de la soledad, antes de lo que me hubiera correspondido»: «En mitad de la noche me desperté. Y había / mucha luz en la casa. Oí, por el pasillo, / ir y venir de pasos apresurados, voces / tristes que lamentaban no sé qué, y, a lo lejos, /como un lento murmullo acaso de oraciones…».

Adolescencia

Aguda y crónica que padeció: «Fueron años terribles. Nada era como yo lo había soñado ni como yo quería. Pensaba que la vida me había engañado, la vida no había merecido la pena, que era cicatera».

El adolescente suele chocar con la realidad y desea que el mundo esté a su servicio constantemente: «El adolescente es arrogante, al menos yo. Contempla como el mundo no se aviene a servir de rodillas y éste entra en una especie de melancolía».

«Aquellos días febriles y desproporcionados, / cuando el adolescente que yo fui / pisaba el mundo nada coincidía, […] nada estaba en su sitio ni encajaba, no entendía el idioma de las cosas, / no sabía el lenguaje de los hombres…».

La vocación

«De aquel caos que fue la adolescencia vino a salvarme milagrosamente otra enfermedad. Y la llamo enfermedad por la virulencia con que me acometió. Luminoso y salvador fue el descubrimiento de mi vocación poética que me ha hecho, poco a poco, ser el que soy».

Eloy suele recordar que fue súbita y febrilmente, «de joven quiere uno hacer las cosas rápidamente. Pasaba días y noches leyendo, tratando de escribir. Quería avanzar en aquello que estaba empezando a hacer. Era una pasión muy exigente, leía y leía a los grandes y quería ser como ellos».

«En ocasiones, cuando intenta / escribir y resulta vano / el empeño y se desespera / ante el hostil papel en blanco / de pronto ocurre, por sorpresa, / después de mucho, mucho rato / de tentativas, de paciencia / algo que no esperaba, algo / con lo que el cielo recompensa / sus sinsabores: un milagro…».

La muerte de la madre

Desgraciadamente, llega también el sufrimiento por el declive, el acabamiento de personas que queremos. Enfermedades de ellos, pero también nuestras y muy dolorosas. Eloy no olvida el dolor más puro de un hijo ante la pérdida de una madre, «mi madre fue muy longeva, afortunadamente. A posteriori siempre te parece que ha sido su vida un abrir y cerrar de ojos, que ha sido breve su vida cuando la contemplas a distancia. Ahora me parece que su vivir continua y que no ha muerto».

«Llegué cuando acababa de morir / y era un misterio ver tan de cerca la muerte / en aquel cuerpo amado. / Aún conservaba / el calor de la vida, y puse yo mis labios / sobre su rostro inmóvil. Al besarla, / pude atisbar en ella y escuchar todavía / unas puertas cerrándose, / y un viento que de súbito arrasaba / la casa del amor y no sé qué despojos / de mi niñez remota».

Todo un recorrido poético a través de las redes del padecer para descubrir cuánto le debe la creación artística a la enfermedad. Caminando entre versos como por inquietantes pasillos de un sanatorio hermoso y fascinante.

Nieves B. Jiménez
Seré los ojos de todo lo que ocurra en Cultura. Una ventanita abierta a la belleza, a proyectos bonitos de gente interesante, tareas anotadas en mi agenda, manías (casi) inconfesables, debilidades... Tal vez me has visto en Frontera D. Jot Down. Vanity Fair. Diario La Verdad (Vocento)... ¡Y premio SIMTAC 2019 al mejor reportaje de prensa!