Gilgamesh, Tolkien y otros maestros

La semana pasada entró en mi despacho el jefe de estudios del colegio, acompañado de un nuevo profesor. Para regocijo mío, me presentó como our Humanities teacher. Comparto y presumo con alegría esta menudencia con la intención de introducir otra idea, que no es nueva y tal vez se haya manifestado hasta la extenuación, pero conviene recordar. Esta idea es la idea de que a los muchachos, como norma general, les encantan —en el más puro sentido mágico de la palabra— la lectura y las historias. El último informe PISA parece señalar que no, que leen poco y se distraen con las pantallas, y en cierto modo es así. Pero ni PISA ni ningún otro informe son capaces de dilucidar las entrañas de los alumnos; el profesor sí. La principal diferencia es que el informe tan sólo puede ofrecer lo que se ve, mientras que una persona perspicaz y con vocación puede penetrar en lo escondido. Etimológicamente hablando, educar significa «sacar de dentro», «hacer salir». En la medida en que el maestro logre esta tarea, se ampliarán las posibilidades del adolescente.

Hace unos meses, en clase de Lengua Castellana y Literatura, con mis alumnos (¡13 años!) hablamos del Poema de Gilgamesh. Partimos de una versión adaptada del mismo para facilitar la empresa y comenzamos a desmenuzar cada una de las partes. «¿Cómo es el rey Gilgamesh?», «¿qué adolece?», «¿cómo reacciona el pueblo?», «¿y los dioses?», «¿qué cambio dispone la llegada de Enkidu y de qué manera?», «¿y su marcha?». Soberbia, soledad, encuentro, perdón, amistad, muerte, vida; son algunos de los temas que encontramos en el relato sumerio y en el que ellos mismos se ven reflejados. «¿No es la entonación de este lamento un grito de auxilio? ¿No sobreabunda y desborda la belleza? ¿Acaso no es para ponerse a llorar?». Y responden que no, porque están en aquella edad, pero saben que sí. Porque, ¿quién no se conmueve ante aquél que, habiendo sido dulcificado su corazón de piedra, se le ha arrebatado todo de nuevo? ¿Por qué dárselo si iba a ser despojado de todo ello más tarde? ¿Dónde está la razón de tanto sacrificio? ¿Qué sentido tienen todas estas preguntas? Merecen ser respondidas. Gilgamesh ha sido sanado. En el dolor, sí; anegado en lágrimas, también; pero el mal ya no acecha. Ha sido liberado. Ahora alza el vuelo grácil sin el peso del pecado. Alcanzan a ver que este relato de miles de años tiene algo que decirles.

También hemos ofrecido a algunos alumnos (13 y 14), durante la hora del patio y de forma voluntaria, unas sesiones sobre Tolkien. El objetivo es claro, pero antes de introducirlos en el mundo de la Tierra Media queremos conocer al autor. Así que inicié la misión de desvelar la infancia de Tolkien: de dónde viene, quiénes son sus padres, cuál es su experiencia. Juntos hemos descubierto realidades que posibilitaron lo que en un futuro iba a suceder, pero teniendo siempre en cuenta lo que Tolkien escribió en el prólogo de El Señor de los Anillos y que conscientemente decidí situar como primera diapositiva, porque todo lo que vemos sobre su vida y relacionamos con su obra debe partir de esta reflexión:

           Un autor no puede, por supuesto, dejar de ser afectado por su propia experiencia, pero los modos en que el germen de una historia utiliza el suelo fértil de la experiencia son extremadamente complejos, y cualquier intento de definir el proceso no es más que el mero atisbo de una evidencia inadecuada y ambigua.

Es importante que conozcan la realidad de Tolkien y la relacionen con su obra sin caer en el determinismo. Esta idea nos permite hacerles comprender que sus vidas no son distintas, que tienen una identidad, y muchas de las cosas que hagan o dejen de hacer les afectarán de una u otra manera. La vida de Tolkien les permite salir de la abstracción y contemplar cómo esto supera el mero discurso. El cultivo de los hábitos buenos y el desarrollo de los talentos pueden fructificar si se encaminan hacia el bien y agudizan el oído. La vocación asoma y empiezan a entenderlo. Todo me reclama, todo me interpela. Hay que ilustrarles de qué manera son partícipes de esta realidad.

No ocultaré que albergaba cierto recelo en la decisión que tomé de no adentrarnos en la obra antes que en el autor. La intuí como la mejor de las decisiones y aun así desconfié ligeramente. En cierto modo infravaloré su capacidad de asombrarse por algo realmente bello y me vi sorprendido. Están fascinados por los acontecimientos que Tolkien vivió en su infancia y en su adolescencia y, según cómo se mire, no es distinta a la suya. Es lo que deben comprender. No hay vidas esencialmente insulsas y vidas esencialmente emocionantes. Todas gozan de un elemento vital: la aventura de la vida está presente en todas ellas. Sólo hay que saber mirar, saber mirarse.

Esto es un resumen de mi experiencia, de mi actividad, sin pretensión alguna de egocentrismo. Simplemente he querido divertirme y me divierto constantemente. Suscitar preguntas e interrelacionar vidas de autores y personajes con las de los alumnos es estimulante, lo es primordialmente para mí, y ellos lo notan. El mundo se agiganta y la imaginación se expande. Las posibilidades son innumerables y vislumbras cómo algunas tímidas sonrisas asoman y no logran ocultar una semilla que comienza a germinar.

Nada de lo dicho es nuevo, está todo inventado. Basta con seguir la estelas de las generaciones que nos han precedido y saber transmitirlas, basta con mostrar el prodigio que se esconde en las grandes historias para que su alma despierte y se inflame la llama de la vida.