En castellano existe la palabra endogamia, perfecta para hacernos entender una parte del funcionamiento de la denominada «clase política». En-do-ga-mia: una palabra que en sus tres acepciones de la RAE nos viene como anillo al dedo para entender lo que sucede entre las élites, entidades u organizaciones de todo tipo:

      1. Actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución.
      2. Práctica de contraer matrimonio entre sí personas de ascendencia común, naturales de una misma localidad o comarca, o de un grupo social.
      3. Cruzamiento entre individuos de una raza, comunidad o población aislada genéticamente.

Después de más de tres décadas involucrado en la cosa política, desde la base juvenil hasta altas responsabilidades de gestión y representación en los ámbitos local y autonómico, puedo decir que escribo con conocimiento de causa. ¿Con un criterio de parte? Sin duda, pero en primera persona.

Al intentar entender el porqué de muchas de las sinrazones con las que cada día nos sorprenden los partidos políticos —y podría ampliarse el radio de estudio a sindicatos, organizaciones empresariales e incluso asociaciones y oenegés, con el mismo resultado empírico— es importante tener en cuenta que la seña de identidad, no ya importante, sino decisiva, que define su funcionamiento interno es la endogamia y que esta se traslada a todos los aspectos de la vida de quienes forman parte de estas organizaciones.

Si cualquier ciudadano pudiera tener acceso a todos los niveles de una organización —da igual el nombre o el color— y echar un vistazo rápido a lo que le rodea se daría cuenta de que los militantes y cargos públicos, en general, se agrupan internamente no en corrientes de opinión o tendencias programáticas, como sería lo natural en quienes quieren aplicar un modelo de pensamiento en la sociedad, sino en algo llamado familias. Una palabra vinculada a la anterior endogamia, totalmente apropiada toda vez que lo que une a estos grupúsculos internos es la suma de intereses comunes y lazos afectivos creados o heredados. Estas familias configuran un espacio de protección personal y de afinidad en el que la ideología, y por tanto la política, termina siendo algo secundario.

Familias que generan círculos tan cerrados de amigos y conocidos que en muchos casos acaban formando pareja, familia y teniendo hijos en común. Es decir, el lazo de apoyo mutuo para alcanzar cuotas de poder o cargos se ve reforzado por otros intereses personales muy poderosos. Las familias generan nuevas familias. Y esto, en el caso de las secciones juveniles de los partidos, es llevado hasta el nivel extremo porque los estudios, la militancia y el ocio giran en torno a las mismas personas, lo que lleva acumular a lo largo de la vida unas dependencias que se arrastran con los años como la herramienta básica de supervivencia en la política remunerada.

Mi propio paso por la política no ha sido ajeno a esto, evidentemente. He hecho amigos en este ámbito y alguno me queda una vez me alejé libremente de ciertos espacios para recuperar mi libertad y un mínimo de coherencia. Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria conseguí mantener separadas la vida personal de la de partido. Y les contaré un secreto: esto ha sido fundamental para que mi carrera haya estado limitada y me haya sentido en gran medida como un extraño en una fiesta a la que no había sido invitado.

Ocupando responsabilidades sindicales, como alcalde o finalmente como diputado, al terminar el trabajo orgánico o institucional me encontraba con mis amigos: un yesista, un vendedor de coches, un ingeniero, un informático, un militar, un camarero… eran y siguen siendo hoy mi entorno vital.

Salir de los círculos cerrados de la política permite respirar el aire fresco de la voz y los problemas de gente cuyo modo de vida no depende de cumplir las directrices del partido o repetir sin espíritu crítico el argumentario oficial. Permite también sentir la lejanía y la incomprensión de todos esos primos, hermanos, amigos o parejas que se retroalimentan en la creencia de que su verdad es la verdad y que su vida es la vida. Nada más lejos de la realidad.

En el ámbito local estas contradicciones se hacen más llevaderas por la capacidad de decidir y por la cercanía y normalidad de las políticas que facilita compañeros de viaje amplios y plurales, pero en la vida parlamentaria debo reconocer que resulta insoportable.

Escuchar —y a veces tener que repetir— verdades manipuladas y demagogias sustentadas en la incompetencia manifiesta es estomacalmente complicado. Más aún cuando en la calle, en el bar, en tu entorno la gente, esa que apenas llega a fin de mes, tiene unos problemas y prioridades a años luz de lo que desde la clase política —y los medios— se decide y lo que es más grave: de las recetas que prescriben.

Ante esta situación existen dos opciones: pegar portazo y volver a tu vida anterior, con los amigos de siempre, más pobre y menos poderoso, o sumarte a la fiesta buscando chiquipandi para irte de vacaciones, echarte novia y cenar todos los fines de semana con quienes se supone que piensan parecido a ti y te van a garantizar posibilidades de un buen sueldo y un mundo hecho a tu medida a cambio de asumir, sin el menor atisbo de libre albedrío, las batallas que otros inician para que esta rueda de hámster de amistad, poder y dinero no se pare.

Por eso les pido que sean comprensivos cuando escuchen al dirigente de turno plantear cualquier debate en el que parece que se cree lo que dice porque, además de que la nómina presente y futura le va en ello, está defendiendo una realidad del mundo que es la que vive en primera persona durante las 24 horas al día, la que habla con su pareja, con los amigos en el pádel o en el restaurante los domingos. Porque toda su vida laboral y personal gira en torno a lo mismo y a los mismos. Otra cosa es que se parezca como un huevo a una castaña a la vida y necesidades de los otros millones de ciudadanos que, aun así, les votan. Les votamos. Nos votan. Con v.

La endogamia es la matriz por la que discurre la política en España. Y es un mal que tiene difícil solución. Pero el primer paso, al menos, es reconocerlo.

Óscar Cerezal
Diseñador gráfico y gestor de servicios. He sido muchos años alcalde, diputado. Luego decidí volver a mi curro. Apasionado de la política, investigador y periodista vocacional, edito un webzine transversal de nombre La Mirada Disidente.