Cuando Michael Robinson llegó a España en enero de 1987, ya sabía, porque lo había comprobado, que Osasuna no aparece en ningún mapa y que aterrizaba en la ciudad que Hemingway acercó al mundo medio siglo antes. También, exactamente nueve palabras de nuestra lengua, que acabaría por ser a su particular manera suya: «hola», «adiós», «gracias», «cerveza» y los números del uno al cinco.

Por entonces, Michael Robinson era conocido en España, sobre todo, gracias a su paso por el Liverpool, con el que levantó la Copa de Europa de 1984. En aquellos Reds, y en aquel Anfield, compartió delantera con los míticos Ian Rush y Kenny Dalglish. Un galés, un escocés y un inglés de nacimiento, integrante de la selección nacional de la República de Irlanda. La Union Jack hecha fútbol.

Nada se intuía entonces de su ahora indudable don para la comunicación cuando todos —él también— daban por hecho que había venido a marcar goles y, si todo iba bien, a que su equipo se quedase en Primera División. Que no era poco. Acaso algunos supieron pronto de su pasión anterior al fútbol: «yo fui campeón de Europa con el balón redondo gracias a mi formación con el ovalado», que todavía en sus primeras temporadas de profesional tocaba casi a escondidas.

Treinta meses, miles de palabras en español, 58 partidos y 12 goles después de su llegada a Pamplona, una temprana retirada a los 31 años con numerosas lesiones a cuestas propició la metamorfosis de goleador a comunicador.

Una ambiciosa iniciativa de profesionalización

Dos décadas más tarde, Michael Robinson mezcló su don y su pasión cuando el 11 de junio de 2008 firmó el acta fundacional de la Liga Súper Ibérica de Rugby, la primera competición profesional de ese deporte, uno de los más seguidos del mundo, en España y Portugal. «Nada me ha quitado el sueño tanto en mi vida como este proyecto. Tanto por las dificultades con las que nos hemos encontrado, como por la ilusión puesta en que salga adelante», desveló el malogrado comunicador, fallecido a los 61 años víctima de un melanoma.

La idea, el informe al que más cariño puso Robinson, una competición profesional pensada para desarrollarse cada año a continuación de la tradicional y amateur División de Honor. A imagen del Super Rugby del hemisferio sur o de las grandes ligas norteamericanas, disputada por franquicias, con un sistema de competición de temporada regular a dos vueltas y una final a cuatro.

Aunque tradicionalmente amateur en nuestro país, salvo algunos jugadores y entrenadores puntuales, se trata de una disciplina cuya Copa del Mundo es el tercer evento deportivo más seguido del planeta, únicamente superada en espectadores por los Juegos Olímpicos y la el Mundial de fútbol.

Pronto, los obstáculos extradeportivos, ejemplificados en el «qué hay de lo mío» por respuesta del directivo de la Federación Española de Rugby que conoció el proyecto de primera mano, fueron modificando el plan original. Así, la primera edición del torneo finalmente no estuvo compuesta por conjuntos de España, Portugal y Gibraltar, como estaba planeado, sino únicamente por seis franquicias de nuestro país, integradas por los mejores jugadores de los clubes de su zona de influencia.

Los Almogávers, con sede en San Baudilio de Llobregat, nutrida de clubes de Cataluña y el sur de Francia; los Mariners, formada por jugadores de clubes del Levante, local en Villajoyosa; los Gatos, de equipos de la Comunidad de Madrid; los Korsarioak, de San Sebastián, y jugadores del País Vasco, Navarra y el País Vasco francés; los Vacceos, a la que llegaban integrantes de equipos de Castilla y León, con base en El Salvador de Valladolid y la franquicia andaluza, mediante la que el Sevilla Fútbol Club recuperaba su presencia en el rugby nacional, décadas después de cerrar su sección a principios de los 80, y sentaba un precedente esperanzador para el proyecto y la disciplina.

«El secreto mejor guardado del deporte español»

Por medio de la Liga Super Ibérica, el objetivo de Robinson era “desvelar el secreto mejor guardado del deporte español. El rugby llegó hace más de cien años a España. Lo trajeron unos monjes franceses y desde entonces se ha jugado en secreto en nuestro país, pero el rugby es un deporte global, es el deporte más practicado del planeta. Ha llegado el momento de desvelar el secreto y lo vamos a hacer”.

Su pasión, apoyada sobre su don a través de la clave del proyecto: la televisión. Canal+ televisó un partido en directo cada jornada y añadió a su parrilla Hemisferio Rugby, un programa semanal presentado por el mismo Robinson. Además, impulsada por su presencia mediática, la liga consiguió cuatro patrocinadores oficiales para todas las franquicias participantes, junto a proveedores y numerosas empresas colaboradoras.

Mal momento y mal lugar

El 24 de abril de 2009 se disputó el partido inaugural de la primera competición profesional de la historia del rugby español. Arrancaba así, entre promesas de futuras incorporaciones peninsulares, un torneo formado por seis franquicias de toda España que acabarían venciendo los Gatos de Madrid en la final celebrada en el Estadio de Vallecas, a pesar del dominio ejercido por los Mariners de Villajoyosa durante toda la temporada.

Por desgracia, a pesar de la ilusión de Michael Robinson, las trabas federativas y burocráticas, valga la redundancia, de un país y unos dirigentes tan poco habituados a la iniciativa privada como a la propia forzaron que la de 2009 fuera la primera y última edición de una Liga Superibérica de Rugby que nació condenada por quienes en teoría más interés debieron tener en apoyarla.