El pasado mes de abril, Joe Biden decidió retrasar ―que lo hiciese él es una forma de hablar― la retirada de todas las tropas estadounidenses de Afganistán hasta el 11 de septiembre, fecha en la que se cumplirán 20 años de los atentados de Nueva York y Washington que motivaron la invasión del país asiático y, con ella, la guerra más larga de la historia de los Estados Unidos.

La medida supuso postergar la salida de los 2.500 miembros del Ejército estadounidense, inicialmente prevista para el 1 de mayo y englobada en la estrategia de reducción de la presencia militar internacional de los Estados Unidos impulsada por el anterior Ejecutivo. La fecha inicial fue considerada poco realista por el gobierno demócrata, debido a las dificultades logísticas que implica el operativo. Esa fue la excusa que ha desembocado en un caos sin precedentes, decenas de asesinados en difrentes atentados, entre ellos 13 marines (el día con más muertes del Ejército de los Estados Unidos en una década), y en miles de millones de dólares regalados a los talibán en forma de vehículos y armamento militar.

El fin de la Guerra de Afganistán, al menos de la presencia estadounidense en el país asíatico, formaba parte de los acuerdos de febrero de 2020 entre la Administración Trump y los talibán. En virtud de ellos, el grupo extremista se comprometió a mantener conversaciones directas con el gobierno afgano, a romper lazos con organizaciones terroristas como Al-Qaeda y a reducir la violencia en todo el país, del que controla un territorio similar en extensión al que tenían bajo su poder hace dos décadas, al tiempo que se garantizaba una salida por fases y planeada. Hoy, mientras los grandes medios de comunicación de Occidente se entretienen especulando con la posibilidad de que en el futuro gobierno talibán haya alguna mujer, es evidente que ninguna promesa ha sido cumplida.

Tras el anuncio de la prórroga, los radicales, que de manera constante ignoraron el tratado firmado en lo que a la búsqueda de soluciones con el anterior gobierno de Kabul se refiere, pese a haber reducido sus ofensivas a las tropas norteamericanas, ya amenazaron con reanudar la violencia después del 1 de mayo.

Por aquel entonces la Casa Blanca advirtió ayer a los talibanes “en términos inequívocos, de que cualquier ataque a las tropas estadounidenses mientras desarrollamos una retirada segura y ordenada se encontrará con una respuesta contundente”. También informó de las conversaciones en el seno de la OTAN sobre la retirada conjunta de la coalición militar destacada en Afganistán, compuesta en la actualidad por poco menos de 10.000 soldados del Reino Unido, Alemania, Polonia, Turquía y Australia, entre otros países, además de los Estados Unidos. “Seguiremos con ellos mientras llevamos a cabo esta operación. Entramos juntos, nos instalamos juntos y ahora nos prepararemos para irnos juntos”, confirmó un portavoz.

Desde el Partido Republicano, la medida fue tachada en su día de potencial causa de represalias por parte de los talibán. “Estoy conmocionado y extremadamente preocupado por los informes sobre la decisión del presidente Biden de retirar las tropas de Afganistán en septiembre. Además, esto significa que no dejaremos una fuerza residual para abordar las amenazas antiterroristas, abandonando a nuestros socios afganos durante las negociaciones de paz y permitiendo a los talibán una victoria total, a pesar de no haber cumplido sus compromisos en virtud de nuestro acuerdo”, dijo el representante texano Michael McCaul, miembro del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara.

Desde el anuncio del cambio de fecha, algunos políticos republicanos llevaban cuatro meses advertiendo de lo que finalmente ocurrió. Avisos que no sirvieron para evitar una de las demostraciones de debilidad de Occidente más evidentes que se recuerdan, la entrega de armamento a los talibán hasta convertirles en uno de los ejércitos con más medios del mundo y, cómo no, la innecesaria pérdida de vidas civiles y militares. Inútiles porque seguramente el plan era el caos. Semejante regalo armamentístico no se debe a una acumulación de errores, igual que la machacona campaña de propaganda a favor de la acogida de afganos no es una coincidencia.

Aumento de la presencia militar estadounidense en Alemania

La disminución de la implantación militar de los Estados Unidos alrededor del mundo promovida por Donald Trump también afectó a Europa. En especial a Alemania, de donde el expresidente ordenó la retirada de 12.000 soldados, entre acusaciones al gobierno germano de “moroso” con la OTAN.

Ahora, según el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, la administración Biden enviará nuevos efectivos a las bases del país europeo en las próximas semanas, en una medida que supone una nueva reversión de la política de reducción del militarismo del anterior Ejecutivo norteamericano.

Actualmente, los Estados Unidos mantienen más de 62.000 militares en Europa. De ellos, unos 34.000 desplegados en Alemania.