Cuando visito un lugar nuevo pienso en cómo sería mi vida residiendo allí y si me gustaría. Entre otras cosas, me imagino cómo me ganaría la vida o cómo sería mi rutina diaria. Es más, ningún destino se escapa de este análisis: desde una gran ciudad hasta un pueblo pequeño de esos que se mimetizan con el entorno natural. Ignoro si es un síntoma de nuestro tiempo, pero cada vez entiendo más a Thoreau y comprendo qué fue lo que le llevó allá por 1845 a decidir establecerse en el bosque junto a una laguna llamada Walden en Massachusetts, construir su pequeña cabaña y vivir apartado del trato social durante un tiempo.

En sintonía con esta querencia fue como acabé al sur de Orense, cerca de la frontera con Portugal, en la Sierra del Xurés, descubriendo que esa región, víctima del olvido debido a su orografía, había albergado una suerte de microestado que no se adscribía ni a la Corona de España ni a la de Portugal, que hasta la firma del Tratado de Lisboa gozaba de cierta independencia y disfrutaba de unos privilegios y derechos propios cuyo origen se remontaba a tiempos inmemoriales.

Quizás a los yonkis de los estados-nación no les quepa en la cabeza que un territorio haya podido autogestionarse durante más de setecientos años sin depender de un poder central que le librase de la tan recurrente guerra hobbesiana del todos contra todos. Sin embargo, aquellos que deseamos un Estado mínimo que apenas interfiera en el individuo —volviendo a Thoreau— no podemos más que coincidir con él cuando afirma que cree de todo corazón en el lema El mejor gobierno es el que tiene que gobernar menos y en que éste bien llevado, finalmente, resulta en que El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto. Por eso, a pesar de que se trate de una región pequeña y de que nos remontemos a un momento en el cual la sociedad no había alcanzado las dimensiones de la Gran Sociedad de hoy en día, la verdad es que encuentro en el Couto Mixto un buen ejemplo de Estado en el sentido libertario.

De la mano de Delfín Modesto Brandón (último juez del Couto Mixto, 1863) pude conocer en profundidad cuáles fueron sus particularidades, entre las que destaco que sus habitantes elegían entre los cabezas de familia a un representante que ejercía como juez civil y gobernante; no pagaban impuestos; tenían libertad plena de comercio; plantaban tabaco libremente; estaban exentos del servicio militar; no estaban obligados a empadronarse ni a portar cédulas personales; no tenían que utilizar papel sellado para formalizar compraventas de bienes inmuebles; y, por último, gozaban de un camino privilegiado hacia Portugal donde las autoridades tenían prohibido realizar aprehensión alguna de mercancías, lo cual propiciaba el contrabando. O, lo que es lo mismo, que la botella de licor café que me compré allí, si el devenir de los hechos hubiese sido otro, no llevaría el precinto fiscal de la Agencia Tributaria Española ni el de ninguna otra.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX España y Portugal crearon una Comisión Mixta de Límites con el objetivo de delimitar el territorio de ambos reinos en zonas ambiguas como el Couto Mixto, y que tuvo como resultado su anexión a España. Era evidente que una peculiaridad histórica como esta no iba a conseguir sobrevivir a la época de los estados-nación caracterizada por la abolición de los privilegios medievales, la centralización y la demarcación. Como el propio Delfín Modesto Brandón afirmaba en 1904 a propósito de la anexión: «Se debieron respetar los fueros. Cuando la demarcación de límites entre Francia y España sus gobiernos, ¿no han respetado los fueros de Andorra? ¿Les han anexionado por ventura a alguna de estas naciones? No. ¿El Coto mixto no era acreedor, igualmente que Andorra á que se le respetasen sus derechos, sus privilegios por los gobiernos de Portugal y de España? Sí».

Como decía al principio, me gusta imaginarme escenarios y, en este caso, no paro de pensar en el Couto Mixto como lo que pudo ser y no fue, como el Silicon Valley gallego al que se trasladarían los nómadas digitales atraídos por su fiscalidad competitiva —o, como dicen los envidiosos, por ser un paraíso fiscal. Y no, no me ha poseído ningún espíritu galleguista, pero es que estas sí que eran sus costumbres y sí que había que respetarlas.