Guillermo Lasso

Desde el pasado domingo, en el Ecuador se respira un clima de esperanza, optimismo y alegría. Guillermo Lasso, creyente del libre mercado y de la reducción del protagonismo del Estado en la vida de la gente, venció a Andrés Arauz, el candidato del movimiento de Rafael Correa, cuya campaña, inicialmente, se inspiró en los principios de los 10 años de gobierno de su referente, con el socialismo del siglo XXI como bandera, aunque posteriormente, trató de marcar distancias con el líder de su partido y mostrar una cara más conciliadora, con tono socialdemócrata, para obtener los votos de sectores de la población que apoyaron a otros candidatos en la primera vuelta electoral.

Y sí, más de medio país (un 52,36 % del padrón, de acuerdo con lo escrutado por el Consejo Nacional Electoral hasta el momento de escribirse este artículo) respira con tranquilidad y confianza; se han multiplicado los mensajes que invitan a pensar en un Ecuador mejor, tolerante, abierto al mundo y que deje atrás la confrontación y el ataque rastrero como una forma de gobernar. La evidencia de estas sensaciones fuera de las fronteras se traduce en la abrupta caída del riesgo país y la aceptación de los resultados en los mercados internacionales.

Sin embargo, es responsable y necesario morigerar el triunfalismo y la alegría, no perder la perspectiva de la situación que vive el Ecuador y comprender los alcances de un complejo escenario que le espera al electo presidente Lasso.

En efecto, con el precedente de 10 años de tensión y permanente confrontación, más cuatro años de una clara incompetencia e impavidez en el manejo de la cosa pública, Lasso apareció con un mensaje de sosiego, encuentro y administración eficiente que le valió el triunfo. Pero la situación actual, provocada por la crisis institucional, económica, social y sanitaria, no es para tirar cohetes, ni mucho menos.

Así, Lasso asumirá el mandato el próximo 24 de mayo, festivo en el Ecuador, y lo hará ante una Asamblea Nacional fraccionada, en la que no tiene mayoría: el número de legisladores obtenidos por CREO, su partido, más sus aliados del Partido Social Cristiano, no alcanzan ni la mitad de todos los escaños. Esta cantidad de legisladores es insuficiente para aprobar cualquier proyecto legislativo enviado desde la Presidencia.

Por otro lado, se da por hecho que la bancada del movimiento correísta -la más numerosa- será oposición y no respaldará las iniciativas de ley que envíe para su trámite y aprobación; ello le obligará a pactar y hacer concesiones para lograr el apoyo de la socialdemocracia (Izquierda Democrática), el partido del movimiento indígena (Pachakutik) que alcanzó un inédito número de asambleístas, además de otros partidos y movimientos políticos con marginal representación en el Legislativo.

A más del enredado escenario que se presenta en la relación con el Parlamento, las facciones más radicales del movimiento indígena, que encabezaron las protestas suscitadas a nivel nacional de octubre de 2019, han anunciado que ejercerán resistencia al nuevo Gobierno.

Es decir, se podría avizorar el riesgo de pugna de poderes, al estilo de las décadas de los 80 y 90 en el Ecuador, ya que, en el evento de romperse los potenciales acuerdos con los bloques legislativos que inicialmente accedan a apoyar sus propuestas, la gobernabilidad del futuro presidente podría verse comprometida.

Está claro que, ante la minoritaria posición parlamentaria de Lasso y sus aliados, el panorama genera un cierto grado de escepticismo; no tanto por la gestión del presidente entrante -en teoría, plantea una serie de medidas sensatas y necesarias-, sino por la oposición legislativa y el efervescente clima social y político que pudiera surgir a partir de ella.

En realidad, la generosidad, responsabilidad y madurez de los dirigentes políticos ecuatorianos no son, precisamente, sus características. Al contrario, es llamativo y extraño en el medio que se produzcan acciones de desprendimiento y sentido común. Aquello que puede ser considerado como normal en otros países, resulta ser una novedad en el Ecuador. Por ello, algún consenso similar a los Pactos de La Moncloa, que implique el nivel de compromiso y desinterés de aquellos acuerdos sobre mínimos, capitaneados por Adolfo Suárez, no se registra en las últimas cuatro décadas de democracia.

Esto, a su vez, demandará que Lasso no solamente gobierne, sino que en su período de gestión despliegue una ardua labor de pedagogía, incluso de docencia, para explicar con claridad y transparencia a la ciudadanía las condiciones en las cuales se encuentra el país y las medidas que tendrá que adoptar para contrarrestar su calamitoso estado, como consecuencia de la endeudada economía nacional, una precaria y nada confiable institucionalidad, un Estado obeso e ineficiente, un sistema de salud desbordado por la pandemia, además del saqueo producido por la corrupción que se ha originado en las altas esferas gubernamentales.

A pesar de ser un país partido electoralmente, la mayoría de sectores de la sociedad ecuatoriana han recibido el triunfo de Lasso con alegría y expectativa por un golpe de timón que genere las condiciones necesarias para cambiar la situación actual. Pero es imperativo que la euforia por el triunfo electoral se modere, se comprenda que la labor del mandatario entrante no podrá solucionar todos los problemas de la noche a la mañana, que enfrentará, probablemente, una oposición que pudiera comprometer la estabilidad y gobernabilidad, y que, para sentar las bases del cambio que la sociedad ecuatoriana anhela y demanda, implicará, como dijo Churchill, sangre, sudor y lágrimas.