"Defensa del parque de artillería de Monteleón" | Joaquín Sorolla

España, inoperante, muerta institucionalmente, en manos de un rey que ni estaba ni se le esperaba. El gobierno, bajo el mando de un valido que, con la incompetencia del monarca y las intrigas de su heredero, entregó el trono a Napoleón Bonaparte, quien había introducido a su ejército en la piel de toro con la excusa de invadir Portugal, y los españoles, mientras tanto, a verlas venir.

Así estaba la nación hace 213 años, vendida, siendo Rey Carlos IV y Manuel Godoy su hombre de gobierno. A través de los Pirineos llegaron las noticias de los terribles acontecimientos revolucionarios ocurridos en Francia. Con Luis XVI y su familia asesinados, en España la Corona temía el mismo futuro que sus congéneres franceses. Pasados los primeros años desde la toma de la Bastilla, Napoleón se hizo con el control del gobierno y del ejército, y se coronó a sí mismo ante el Papa como Emperador de los franceses. El gobernante de origen corso tiene una idea clara y ambiciosa: conquistar Europa. Para poder llevar a cabo su cometido, antes, tiene que debilitar a su principal enemigo, Inglaterra.

Durante el siglo XVIII España rivalizó con los británicos por la supremacía de los mares (buena prueba de ello fue la Guerra del Asiento), contando siempre con el apoyo de los galos gracias al pacto familiar firmado por los Borbones españoles con sus primos franceses. Dicho pacto se disolvió cuando se desencadenó la revolución francesa y los reyes de Francia pasaron por la guillotina, haciendo que España cerrase sus fronteras y le declarase la guerra a la Revolución.

Conociendo el corso del potencial de la Armada Española, sabía que una alianza con España sería decisiva para poder derrotar a la temible Royal Navy y asegurarse así el control de los mares para después lanzarse a la conquista continental. Esta premisa se fue al traste en el momento en el que Lord Nelson, al frente de la escuadra británica derrotó a la combinada franco-española cerca del cabo de Trafalgar en 1805.

Fontainebleau

El primer paso de Napoleón para hacerse con España vino en 1807, al firmarse el tratado de Fontainebleau, que permitió la entrada de las tropas francesas en España con la excusa de preparar la invasión de Portugal. Ante este hecho Fernando VII, Príncipe de Asturias, comanda el motín de Aranjuez y consigue que su padre abdique, proclamándose así en el nuevo Rey de España. El Emperador, que de tonto no tenía un pelo, aprovechó la estancia de sus tropas en territorio nacional para asestar el golpe definitivo y apoderarse del trono español. La ineptitud de Carlos IV y de su hijo Fernando hizo que apoderarse de España no fuera más que un juego para Napoleón. Citó a padre e hijo en Bayona, ambos, enfrentados entre sí y embaucados por Bonaparte, abdicaron dejando a España sin Rey, oportunidad que tuvo el corso para colocar a su hermano José como nuevo monarca.

En la capital de España se formó una Junta de Gobierno mientras Fernando VII permanecía fuera de la ciudad. Joaquín Murat, Mariscal del ejército francés, estaba al mando de las tropas establecidas en Madrid. Conocedor éste de las acciones de su emperador, suspendió la Junta de Gobierno madrileña y se puso al mando del poder efectivo de la capital. Con Carlos IV y Fernando VII en Bayona, Murat tenía órdenes de sacar al infante Francisco de Paula de Madrid y trasladarlo a Francia junto con el resto de la Familia Real. El pueblo madrileño, conocedor de las intenciones francesas empezó a concentrarse en las primeras horas del 2 de mayo de 1808 en las puertas del Palacio Real. Al grito de «nos lo llevan» la muchedumbre asalta el palacio. Acto seguido, Francisco de Paula sale a un balcón para arengar a las gentes que querían impedir su marcha. Murat, viendo la sucesión de acontecimientos, mandó un destacamento de la guardia imperial acompañado de piezas de artillería para sofocar el tumulto, el resultado fue una carnicería.

La intención del pueblo de impedir la salida del infante junto con el deseo de vengar a los muertos del palacio y de expulsar a los franceses de la capital, hizo que la lucha contra el invasor se extendiese a todos los rincones de Madrid. Con este acto comenzó la Guerra de Independencia española.

Lección de honor

Las gentes de Madrid se levantaron en bloque con la intención de decir basta y expulsar a los soldados extranjeros que abusaban de su superioridad y que, protegidos por las autoridades, hacían lo que les placía. Utilizando todo tipo de objetos que pudiesen servir como armas se enfrentaron a más de 30 000 soldados del ejército más moderno y poderoso del mundo. Los Mamelucos y Lanceros franceses extremaron la crueldad frente a los españoles, algo que Francisco de Goya bien representó en su obra. Mientras una lucha agónica se desarrollaba en las calles, los militares españoles permanecían inexplicablemente acuartelados y pasivos. El destacamento de artilleros del cuartel de Monteleón desobedeció las órdenes y, salvaguardando su honor, se unió a la rebelión para luchar codo con codo contra el francés. Los dos hombres al mando de estos soldados eran los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, que repelieron las primeras ofensivas francesas al mando del general Lefranc y muriendo posteriormente de una forma totalmente heroica ante los refuerzos enviados por Murat.

El Dos de Mayo fue uno de los acontecimientos más importantes que los españoles debemos tener siempre en nuestro recuerdo. Campañas y batallas como las de Madrid, el Bruc (en Cataluña), Bailén o Arapiles se libraron con el convencimiento de salvar a España de quienes querían destruirla.

Nuestro país es el que es y tiene el legado que tiene gracias al pueblo español, que siempre se crece en los momentos de mayor dificultad para dar auténticas lecciones de heroísmo. Tengamos siempre presentes estos acontecimientos y estos hechos para que no perdamos nunca nuestro tesoro más preciado: el honor.