Una medida impopular fue el pretexto para encender la mecha que resultó ser muy corta. Colombia, literalmente, se ha incendiado. Hoy, después de semanas de intransigencia, se hacen esfuerzos por terminar con las paralizaciones que tienen al país sumido en la incertidumbre y en una espiral de violencia. Al parecer, las tensiones disminuyen paulatinamente.

Semanas atrás, el gobierno de Duque no atinó a dar respuestas al paro, prolongado durante más de un mes, que provocó destrucción y caos, considerando, además, que se enfrenta a serias acusaciones y denuncias de uso indiscriminado de la fuerza para reprimir las protestas. No es antojadizo, entonces, considerar que el asunto se le fue de las manos, y que la búsqueda de soluciones se hará, de su parte, con una buena dosis de desesperación. Negociar una salida, con mucho agobio de por medio y sin cabeza fría, puede desencadenar un efecto contraproducente. No solamente para su administración, sino también para Colombia.

Por otro lado, la sociedad colombiana atestiguó la manera en la que el derecho a la protesta fue sustituido por el dogmatismo, la violencia y las sospechas de intervención del crimen organizado en las manifestaciones. Los reclamos de varios sectores de Colombia, comprensibles y razonables –en la mayoría de los casos–, fueron la rampa de despegue para que grupos de delincuentes transformen a las ciudades en campos de batalla. Para que se produzcan, nuevamente, escenas dantescas de destrucción y muerte, y romper, así, con un doloroso proceso de sanación y cicatrización después de décadas de conflicto interno.

Es decir, cualquier atisbo de protesta y de reclamo pacífico, fundamentado y bien argumentado, fue vilmente utilizado por hordas irracionales que han sumido en el caos y el descontrol al país.

Petro, beneficiario del caos

Mientras tanto, Gustavo Petro, líder de sectores de izquierda en Colombia, que ha simpatizado abiertamente con el socialismo del siglo XXI, y con pasado militante del movimiento guerrillero M-19, se frota las manos. La mejor manera de traer a la palestra a dicha doctrina en ese país y la imagen de Petro como serio aspirante a la Presidencia, ha sido, en buena medida, apuntalada con estas protestas.

De hecho, en los días más álgidos de movilización y descontento, por medio de debates y tertulias en medios de comunicación, se hacían pequeños sondeos de opinión, resultando, como se ha dicho, un trampolín para aquel dirigente.

Incluso, de no apaciguarse los ánimos y canalizarse correctamente las tensiones que aún se sienten, no debería descartarse que elementos del escenario chileno se repliquen en Colombia. Esto es, cambios legales, decisiones gubernamentales tomadas cediendo a altos grados de presión social, o el llamado a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución.

El fondo del asunto: nada es gratis

Queda, entonces, una ardua tarea para Duque y su administración. Al igual que desde esta tribuna se advirtió en otra ocasión –con motivo del triunfo de Guillermo Lasso en el Ecuador–, el presidente de Colombia se verá obligado a ser muy pedagógico y claro en sus explicaciones a la sociedad. Deberá esclarecer que las demandas sociales que diversos sectores reivindican siempre tienen un costo y alguien tiene que pagarlas.

Lo responsable es, entonces, poner sobre la mesa un asunto de fondo que también será aplicable para el resto de los países de la región: el mito de la gratuidad de los servicios y las asistencias sociales. Mito, sí, porque como suele decirse en Economía, “no hay almuerzo gratis” y siempre hay alguien que pague por ello, aunque no sean los beneficiarios de ayudas quienes lo hagan. Y, a su vez, la financiación de estas prestaciones no será posible si un sistema económico no es libre ni brinda certidumbre y garantías a quien se arriesgue a invertir y generar empleo en el país.

Por ello, lo responsable no es una salida apurada de la crisis para patear el problema hacia adelante. En cambio, lo razonable y necesario es plantear soluciones que sean factibles y sostenibles en el tiempo, que atiendan a quienes de verdad lo necesitan y que generen las condiciones necesarias y adecuadas para reducir la pobreza y el desempleo. Incluso, si se invoca la necesidad de que el Estado tenga más influencia en este tema, cabe recordar a Ludwig Erhard, padre del milagro económico alemán: “El grito no debería ser: ‘¡Estado, ven en mi ayuda, protégeme, asísteme!’, sino: ‘No te metas tú, Estado, en mis asuntos, sino dame tanta libertad y déjame tanta parte del fruto de mi trabajo que pueda yo mismo organizar mi existencia, mi destino y el de mi familia'”.